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Rubens

Feb 11, 2017 | 0 Comentarios

Peter Paul Rubens es el pintor de las masas amorfas. El maestro del caos. El dios, junto a Velázquez, del Barroco. Un artista que se nutría de los contrastes y la contradicción. Y, en cierto modo, era transparente. Casi una losa de cristal. Porque no es que intentara imponernos una visión de la realidad sino que permitía que la realidad concediera su visión de la vida a través de su pintura.

En Rubens, de hecho, encuentro muchas más certezas que incertidumbre. Como si fuera uno de esos ángeles rechonchos que protagonizan sus lienzos, el pintor flamenco parece gozar en cada una de sus creaciones. Rubens es un diablillo obeso que desde una montaña observa el mundo y se carcajea insistentemente. Un hombre que no aparenta sufrir con la tragedia cotidiana sino aceptarla con toda su sorna y grandeza. Tanto es así que sus lienzos no son, bajo mi punto de vista, reflejos de la confusión o inquietantes preguntas sobre el devenir sino celebraciones de la existencia.

Rubens es el gran hedonista de la pintura europea. Se percibe que disfruta pintando y que extrae gozo y alegría incluso de la tragedia. Tiene uno la impresión de que una acuarela suya representando el Apocalipsis, conseguiría extraernos una sonrisa. Pues la muerte y la vida no son opuestos en sus obras sino que son novios. Bailan amorosamente una danza continua ante la mirada de apuestos efebos, pícaros ángeles y fornidos soldados.

Rubens es jovial, sí, pero sumamente respetuoso. Es sardónico e irreverente pero ama el clasicismo. Su pintura se encuentra sumergida en el revoltoso presente del Siglo XVII pero no cesa de mirar al pasado. Por lo que se percibe un amplio reconocimiento en ella hacia los maestros. Todos los grandes -desde Tintoretto hasta Da Vinci o Miguel Ángel- encuentran acomodo en sus lienzos y son homenajeados. De algún modo, Rubens dialoga con sus enseñanzas, incorpora sus técnicas, amplifica sus temáticas y les agradece los favores prestados, pero no duda en despedirse de ellos con un abrazo y continuar pintando con un guiño burlón. Esa jocosidad que convierte cualquier retrospectiva de su pintura en un banquete pantagruélico. Un verdadero festín para los sentidos que hace necesario acercarse a sus lienzos no sólo con los ojos sino con el olfato y el tacto, dado que que muchos de ellos parecen oler y que una gran parte de los objetos retratados, parecen poder tocarse. Estar vivos. Probablemente, porque Rubens es el pintor del maremoto vital y también del caos fecundo. Es tanto un visionario como un pragmático capaz de secularizar a los conceptos más elevados y a los personajes más sublimes. Pues su talento radica en hacer cercano lo abstracto. Conseguir bajar a la tierra a los ángeles, logrando que el Barroco sea no sólo un arte realista, satírico, contrahecho e iconoclasta sino también etéreo. Amablemente místico.

Rubens es el pintor del instante. Por eso, de un primer vistazo, los espectadores nacidos cuatro siglos después, pueden conectar con él. Porque su pintura refleja momentos. Capta el tiempo moviéndose. Su gran mérito consiste no tanto en hacer pasar los personajes mitológicos por reales (pues eso probablemente lo hizo mejor Velázquez) sino en convertir la realidad carnal en mítica. En sus lienzos, el menor gesto es opulento y grandilocuente.

Rubens aporta grandeza al arte de su tiempo. Transforma cualquier acto de la vida humana en un ritual y cualquier ser humano en héroe o más bien, titán. Porque es el artista de la exageración. Un cultivador de la rotundidad. Muchos de los gestos de los personajes retratados por Ruben pueden abrir mundos o provocar aludes sentimentales. En sus lienzos, tanto dioses como seres humanos se encuentran al borde del desborde psíquico. Sujetos a un destino mundano que sin embargo puede colapsar los cielos y la tierra. No importa la extracción social de sus personajes, todos ellos poseen la misma importancia para él que si fueran emperadores romanos.

En Rubens, las diferencias entre las clases sociales no se extinguen pero los seres humanos son visualizados, descritos, pintados conforme a su naturaleza profunda. Con él, el Barroco se convierte en un movimiento artístico evangelizador y democrático. Se reconoce que igual que todos somos hijos de dios, nadie se encuentra exento de ser pintado y se abre una puerta a través de la que entroncar juntos a vulgo y nobleza en medio de los acontecimientos más importantes de la historia o reconocidos relatos mitológicos.

Rubens no es un apóstol del caos. Más bien, nos enseña a vivir en él. Es un visionario de los colores que nos sugiere ir acostumbrándonos al desorden y al sinsentido. Por eso es un humanista. Porque nunca deja solos a sus espectadores. Siempre nos acompaña, golpea y aturde para despertar. No para escandalizar ni por un mero devaneo artístico. Tanto él como los artesanos que trabajaron en su taller impusieron un estilo, unas formas, porque se vieron obligados a mirar a la tierra. Descender de los cielos.

Rubens, sí, es el primer artista que frente a los constantes cambios, el escepticismo y las decepciones, levantó su voz. Alzó su mirada. Transformó lo mundano y cotidiano en trascendente. Vislumbró la angustia y desesperación como complementarias del placer y el gozo. Y pintó un Olimpo donde dioses, reyes y mendigos compartían idénticas dudas y problemas acerca de la existencia. Shalam

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Los cabellos grises son los archivos del pasado

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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