Afirmaba hace unos días en avería que nadie como Salvador Dalí aprendió del sano ejemplo y buen hacer de don Quijote.

Creo que bastaría esta fotografía del genio cabalgando su motocicleta Honda Chopper en el Hotel Meurice de París para corroborar mi afirmación. Una instantánea en la que ni más ni menos que confronta la Norteamérica de Brando, la de Easy Rider y la beat, la de los motores grasientos y las chupas de cuero, con la Francia rococó, la de los trajes de seda, los peluquines, los polvos para la nariz, los amplios tocadores repletos de joyas y los columpios con asientos tapizados.

Tras ver la fotografía, podría imaginarme sin ningún problema a un botones, asustado y confundido, entrado en la suite de Dalí al escuchar el rugido del motor. Y allí, nada más abrir la puerta, encontrarse con el pintor que lo recibe pulsando el acelerador de la motocicleta varias veces mientras pronuncia un discurso parecido al que realiza don Quijote cuando libera a Ginés Pasamonte de sus cadenas: «tened aquí un cheque al portador en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, cargados del uniforme que quité de vuestro cuerpo, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura, hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes a la buena ventura». Shalam

إن إسداء النصيحة للرجل الحكيم أمر لا لزوم له؛ فإعطاؤها للجاهل شيء قليل

Dar consejos al hombre avisado es superfluo; darlos al ignorante es poca cosa