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Hadas

Ene 19, 2019 | 0 Comentarios

Hoy he ido al entierro de una hermosa persona que ha muerto a los 92 años. Una mujer noble de alma generosa. Tal vez porque ha fallecido a una edad avanzada y sin desmesurado y excesivo sufrimiento, no siento un gran dolor. Más bien, agradecimiento por haberla conocido. Realmente, no recuerdo un solo gesto suyo malo. No tengo una mera sospecha de que deseaba lo mejor a quienes la rodeaban. A sus afectos. Durante mi niñez solía aparecer en mi casa como una hada madrina junto a su hija Encarnita con un regalo siempre en sus manos. Una sonrisa y un gesto de cariño. Cuando yo sufrí las típicas crisis de adolescencia se preocupó por mí sin inmiscuirse ni juzgarme y aun incluso durante mis primeros años de juventud, me llamó en varias ocasiones para regalarme un presente durante las Navidades.

Los seres humanos buscamos aventuras, romances, éxito, fama. ¿Quién sabe hasta dónde somos capaces de llegar? Pero cuando yo al menos hago recuento de los momentos que más serenidad y tranquilidad me han dejado, la mayoría se encuentran relacionados con haber podido disfrutar de personas como la que acaba de morir. Una mujer que vivía y dejaba vivir y gozaba sirviendo, ayudando, compartiendo. Una persona sencilla que se percibía que se sentía dichosa cuando quienes la rodeaban sonreíamos y había hecho de la discrección y el sacrificio virtudes.

En verdad, no puedo contar de ella nada extraordinario. Le gustaba disfrutar de la vida, sí, pero sin hacer ostentaciones. Era más de dar, gastar, invitar y regalar que de atesorar y ahorrar y eso, aunque tal vez le generó algún que otro dolor de cabeza, le ganó por contra el afecto de muchos. En cualquier caso, lo extraordinario eran tanto su modestia como su amabilidad. No haber generado prácticamente problemas y sí haber contribuido a resolverlos. Haber sabido guardar su sitio sin provocar conflictos. A día de hoy, lo más difícil no es ser un gran deportista o artista sino ser buena persona. Conformarse y aceptar el lugar que nos ha tocado en la vida. Probablemente Maruja no haya cambiado el mundo, pero contribuyó a hacerlo un lugar habitable y mejor afectivamente. A dar esperanza. Cuando pienso en ella me acuerdo de esos sabios budistas cuyo rostro refleja una enorme dicha interior. Esas personas que ponen de manifiesto con un solo gesto las enormes recompensas de hacer el bien. Esas mujeres criadas en pueblos parecidas a árboles con sabor a mar y aceite para las que compartir un plato de comida con sus semejantes era además de un deber moral, una fiesta espiritual. Con ella, yo al menos sabía que no debía protegerme ni debía competir o aparentar fortaleza porque en su corazón no había dobleces sin por ello ser alguien simple.

Un gran amigo suyo dejó escrito en el libro de firmas del tanatorio donde velábamos su cuerpo que Maruja era un ángel. La definición más acertada que se me ocurre puesto que siempre estuvo protegiendo a sus seres queridos desde las sombras. Al momento de enterarme de la noticia sentí un enorme reposo. Una gran paz. Tuve la sensación de que ella había sabido y podido atravesar las pruebas que la vida le puso. Y que hoy en el cielo había una fiesta y era un lugar mucho más jovial y habitable porque había entrado en sus amplios territorios una persona que aceptaba a los demás como eran. No les pedía más de lo que le podían dar. Alguien humilde que comprendió intuitivamente que la gran misión de esta vida es aprender a amar y que tanto las palabras hermosas como las negativas que dedicamos a los demás retumban por siempre en los meandros y habitáculos espirituales. Descanse en paz para siempre Maruja. Una hada madrina de cuento. Shalam

الْغُرْبَةُ مَعَ الْغِنَى وَطَنٌ والْوَطَنُ مَعَ الفَقْرِ غُرْبَةٌ

El exilio con riqueza es una patria y la patria con pobreza es un exilio

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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