Exactamente así, cortocircuitada, tengo la mente después de haber estado dos días corrigiendo faltas ortográficas y revisando una y otra vez el manuscrito Martillo antes de entregarlo a los editores. Quería escribir algo en avería pero no tengo fuerzas. Además, estoy terminando de leer En la orilla de Rafael Chirbes y El archipiélago del insomnio de António Lobo Antunes y necesito tiempo y reposo para finalizarlos. Si es posible además, cuando lo haga, me dirigiré a las aguas termales de El Carrizal para descansar unas horas y prepararme para mi actividad principal desde el lunes: continuar, allí donde la dejé, la escritura de Ruido. Un libro que ya tengo entre ceja y ceja y al que confío dedicar la mayor parte de mis esfuerzos durante los próximos meses. De hecho, mentiría si no confesara que sonrío cada vez que me imagino trabajando en esta novela y lanzando sarpullidos de ira contra el diabólico poeta joven que aparece en gran número de sus páginas. Shalam
الصبْر مِفْتاح الفرج
La lluvia sólo es un problema, si no te quieres mojar
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