Si Franz Kafka viviera actualmente, escribiría diariamente sus relatos en el buscador de Google. Luego, tras tomar un sorbo del café, sin importarle estar al principio, mitad o fin de su texto, pulsaría la tecla enter y aguardaría los resultados con un gesto expectante. No creo que tan siquiera pestañeara al leer en la pantalla que la búsqueda no había obtenido ningún fruto. Al contrario, cerraría la computadora con suma tranquilidad y comenzaría a prepararse para dormir, sin importarle en absoluto haber perdido para siempre aquella historia que estuvo tecleando pacientemente durante varios minutos. Tanto es así que, al día siguiente y al siguiente, volvería a realizar el ritual hasta el día de su muerte.
Franz Kafka escribió una literatura que deseaba desaparecer pero no sabía cómo conseguirlo. Obviamente, hoy en día lo tendría más fácil. Y por eso creo que no dudaría en aniquilarla diariamente de manera silenciosa y cruel. De hecho, creo que esa sería su manera de comunicarnos sin necesidad de decir una sola palabra, cuál es el destino y la real importancia de todas las solemnes, sesudas, bienintencionadas, erradas o lúcidas afirmaciones que, día a día, insistentemente, escribimos en facebook u otros medios: la nada. Convertirse en el eco perdido tras la montaña. Aún más en un mundo regido por intereses económicos y empresas donde no ya es que los individuos no tengan ninguna importancia o valor real y político sino ni tan siquiera los países.
Exactamente, en el nihilista desierto social, las quejas de los ciudadanos por asuntos geopolíticos tienen la misma importancia que los mugidos de las vacas en los mataderos: ninguna. Al igual que la literatura. Que es lo que anunció Kafka y probablemente, con facebook, ya se ha cumplido para siempre y jamás. Shalam
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