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Un chico malo de tu barrio: Michael Jackson (2).

Ago 23, 2013 | 0 Comentarios

Continúo aquí con el texto Michael Jackson: chico de barrio, cuya primera parte subí ayer al blog.

Ocurría además, que el video de Bad se desarrollaba en una estación cerrada del metro de Nueva York. Un lugar donde no se atreverían a meterse más que los zombies o los chicos malos, expatriados, pobres y excluidos. El espacio ideal, por tanto, para que Michael Jackson pudiera reivindicarse como héroe de la calle y señor y redentor de todos esos oprimidos, a quienes dedicaría el vídeo de Man in the mirror. Consiguiendo así aunar su faceta de alma caritativa y espiritual con la suciedad, la sexualidad y la rebeldía propias de un muchacho de la calle. Todos aquellos atributos que se le suponen a un chico malo. Quien lógicamente no resolvía sus problemas reflexionando sino bailando, a través del ritmo, el traqueteo de pies, la cintura y el estómago, tal y como lo hacían muchos jóvenes en el Distrito Federal al introducirse en transportes colectivos, escuchando música y moviendo sus caderas con la esperanza de que esto aliviase sus cargas. Muchachos a quienes Jackson sugería la importancia de ir a la Universidad, indicándoles a su vez que si fallaban los estudios, su tabla de salvación podía ser el baile. Aquellos cánticos en los se refugiaron los esclavos africanos emigrados a EUA, tras ser humillados como si fueran culpables de algún crimen y considerados «malos» sin un motivo real. Razón por la que lejos de avergonzarse de su “maldad”, Michael se enorgullecía, se jactaba de ella. Como queriendo reivindicar la capacidad de su raza, de los emigrantes y los pobres de no ser hipócritas. Actuar sincera, auténticamente frente a una época falsa que, en parte, ayudó a cerrar para siempre con tan sólo pronunciar el famoso estribillo: “You know I’m bad,  I’m Bad, I’m reallly ….. really bad…”.

Michael reivindicaba, por tanto, el roce, el sudor, la épica de la calle. La posibilidad que cada persona tenía de enfrentarse a un sistema injusto a través de la rebeldía. Entendiendo que tal vez no había otra posibilidad de liberarse para sus hermanos de sangre que bucear en la danza. En esa “supuesta” maldad del rock y el blues que había sido el medio de expresión a través del que los esclavos traídos a la tierra prometida se habían conseguido “metafóricamente” unir hasta formar una comunidad.

Igualmente, en este contexto, ser malo podía aludir a la posibilidad de poner uno mismo las reglas, tal y como intentaba Michael Jackson, pensando que tal vez podría imponer su personalidad a la industria. Algo que, de seguro, podía fascinar y atraer a otro segmento extenso de la población: el público adolescente. A pesar de que tal vez esa maldad y rebeldía no llegaran a ninguna parte. No tuvieran ningún sentido y se consumieran en sí mismas, como tantos y tantos jóvenes han experimentado al pasar a la edad adulta.

En resumen, hasta la aparición de Bad, gran parte de la música de los 80 era una especie de placebo. Música que añoraba el útero materno y devolvía al oyente a los brazos de su madre, meciéndole con edulcoradas melodías fabricadas para proporcionarle placer, relax y la suficiente confianza para consumir. Y, de forma visceral, Bad comenzó a introducirnos en otra realidad más sucia y dura. Más real. Condujo de nuevo la música pop a la calle. Porque sin dejar de ser una invitación a la dulzura, el disco aceptaba la crudeza de la vida. Y por allí se sentía vivir otro mundo mucho más rudo que estallaría definitivamente con los éxitos de Beastie Boys, Public Enemy o Guns and Roses y se consolidaría con la explosión Grunge. O el éxito de grupos como Nirvana o Soundgarden a través de los que los norteamericanos exploraban en las raíces de su cultura y se preguntaban si eran realmente malos. Tal y como Michael había hecho de una forma lo suficientemente sincera como para conectar con las clases bajas de muchos países.

Llegado a este límite, di por finalizadas mis reflexiones sobre el disco. Y no volví a pensar en Bad y la figura de Michael Jackson hasta que, tras su muerte, observé ciertos murales en los que aparecía embadurnado en colores, como si fuera un dios más del panteón mexica. Lo que me llevó a ampliar mis reflexiones iniciales. He de reconocer que no me extrañó mucho, de todas formas, que la población mexicana considerara a Michael como dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que había conseguido algo que muy pocos logran: cambiar el color de su piel de nacimiento, como si tuviera superpoderes. Probablemente, de hecho, en algún momento, él debió sentirse así. Como un ser más allá del bien y el mal.

El reto de superar a Thriller era tan grande y su nivel de exigencia tan alto que, de algún modo, Michael comenzó a creerse un superhéroe inmortal. Pues sólo así conseguiría lo que parecía imposible al común de los mortales: seducir al público que en aquel tiempo estaba comprando los discos de Run Dmc, Guns and Roses o Beastie Boys y al que consumía productos de lujo. Unir la chabola y el Spa o, en términos mexicanos, Polanco con Tepito. Un hecho que lo convirtió para el mundo mexicano en una especie de Quetzalcoatl del pop. Alguien capaz de morir y resucitar, tal y como se veía en Thriller, cuantas veces deseara y, por tanto, hacerse acreedor a protagonizar decenas de murales durante las celebraciones del día de muertos. Al fin y al cabo, como mostraban sus espectaculares vídeos, Michael no era solo capaz de cambiar su piel del negro al blanco sino de cualquier cosa: subir en un cohete. Dar la vuelta al mundo en un autocar antiguo. Derrotar a decenas de mafiosos en un sofisticado bar. O saltar por los edificios, azoteas y paredes de las ciudades como si fuera el hombre araña o un integrante de los 4 fantásticos. O como si fuera…. como si fuera…… como si fuera…. como si fuera, sí, el mismísimo demonio. El diablo en persona.

¿Era realmente, un demonio Michael? Ciertamente, había algo de confesión judeocristiana en «Bad». Michael llevaba a cabo un acto de contrición público. Hacía partícipe a toda la población mundial de que había sido malo y de que seguramente sería castigado por ello. Un hecho que me llevó a preguntarme si su triunfo sobrenatural en el mundo del arte no podía deberse a un pacto con el diablo. Siendo «Bad», por consiguiente, la canción elegida para expresar «en clave», a los «iniciados» que había sido malo. Malo. Absolutamente malo. Deducción que provocó que todo lo relacionado con Michael Jackson comenzara a tomar otro cariz para mí. Recordé, por ejemplo, que, durante los 90, había grabado otra canción llamada «Too Bad», (Demasiado malo) que aparecía en la parte central de su videoclip, Ghosts, donde, acompañado de un grupo de zombies, se mostraba como un ser luciferino con capacidad para hablar con los muertos vivientes. Llevar a cabo posesiones infernales y circular por el mundo de los vivos y los difuntos a su antojo.

¿No podía ser este vídeo entonces la confirmación de un camino cruento que Michael emprendió en algún punto de su vida; tal vez antes incluso de grabar Off the wall? ¿No era, de hecho, el vídeo de «Thriller», una vez que el pacto diabólico ya estaba realizado, la manifestación mas clara de que había empezado a transitar caminos ocultos? ¿Y no era, al fin y al cabo, el éxito de Thriller, la prueba de que gracias a su trato con el demonio, terminaría convirtiéndose en un dios en vida como el single «Bad» la primera confesión de su maldad? ¿La prueba de que su final iba a ser trágico? ¿De que moriría de joven y prematuramente por haber realizado un acto satánico que desesperadamente, necesitaba expurgar en público? ¿No se habría aprovechado tal vez de los conocimientos de brujería -al igual que de los musicales- de los individuos de su raza para conseguir inmortalizar su figura y que nadie, absolutamente nadie en el mundo quedara sin oír hablar de él, y rendirle pleitesía? ¿No se había convertido en la mano derecha del demonio y por eso gritaba sin cesar, «soy malo, soy malo» a pesar de que el personaje que interpretraba era un chico que aspiraba a ser bueno? ¿No podía encontrarse ahí la razón de que la cazadora blanca de la portada de Thriller se hubiera convertido en la negra, oscura de la de Bad?

No pude, asimismo, evitar acordarme también de otra escena del vídeo de «Bad» que siempre había llamado mi atención. Me refiero a aquella en que, desatado, Michael abría una reja situada en la pared en la que se podía ver moviéndose el rabo de una rata o un animal que bien podía ser un monstruo sin identificar. Lo cierto es que desde que comencé a hilar estos pensamientos, también me pregunté si ese rabo podía pertenecer al demonio. O tal vez era una representación de los miedos de Michael por haber sido malo. Un símbolo a través a través del que el cantante estaba confirmando la necesidad de romper con los barrotes que nos unen a esta realidad para alcanzar aquello que deseamos. Que, en su caso, era tanto el éxito como pasar de ser negro a blanco. Un objetivo para el que era necesario ser malo o, como le ocurre al Fausto de Goethe, revolcarse en las cloacas. Pues para aspirar a la inmortalidad en vida es necesario adentrarse en los ombligos del mundo, en sus cavernas, representadas en el vídeo de «Bad», por la estación perdida del metro de Nueva York.

En fin. ¿Qué puedo decir? En el año 2012, escuché el disco en que se homenajeaba el 25 aniversario de Bad. Y para mi sorpresa, comprobé que en uno de los remixes del famoso single incluidos allí, «Bad afrojack remix», el rapero norteamericano de ascendencia cubana, Pitbull, que rapeaba sobre la pegadiza melodía decía lo siguiente: “De santo no tengo na y de diablo lo tengo to”. Y ahí ya no me quedaron dudas sobre mi hipótesis. Y terminé de comprender por qué esta canción me obsesionó tanto a lo largo de mi vida, y de dar validez a mi tesis. Pues, ¿a santo de qué Pitbull -otro hombre que había conseguido un éxito sobrenatural en el mundo musical- afirmaba ser un diablo en medio de la canción?

Es cierto que quedan otras preguntas que responder. ¿Es «Bad» en su totalidad una canción satánica? ¿Con qué tipo de ritual certificó su pacto Michael? ¿Estaban sus padres implicados en esto? ¿Qué papel jugaron los que lo rodeaban por aquella época? ¿Está toda la humanidad, sin saberlo, condenada por bailar canciones como esta, tal y como muestra nuestro absurdo comportamiento autodestructivo? Pero me parece que, por el momento, esas interrogantes quedarán sin responder.

Pienso ahora, de hecho, que el pacto entre Michael y el demonio era, en cierto modo, lógico, teniendo en cuenta la historia y origen del rock. Un estilo que no por casualidad, fue denominado como música del diablo desde aquellos movimientos de caderas de Elvis que, al fin y al cabo, no estaban tan lejos de los de un Michael obsesionado desde siempre, con ser el rey de este estilo.

Puede que ahí, en su raíz diabólica, radique la importancia del pop en nuestra era. El motivo que explique porqué se ha convertido en un arma tan poderosa, capaz de influenciar y enloquecer a multitudes, cuando se encuentra compuesto únicamente de melodías; la mayoría de ellas simples. Las cuales, no obstante, son capaces de destrozar todo orden y derribar barreras de cualquier tipo. Consiguiendo hacer de este mundo, algo diabólico. Lo que, por otra parte, tampoco me molesta excesivamente. Pues cuando veo a los jóvenes en la calle imitando a Michael, lo cierto es que siento unas ganas imensas de bailar.  Salir a la calle gritando que estoy vivo aunque no sepa para qué ni por qué. Y si esto significa ser malo, pues ok, lo soy. Algo que no me desagrada del todo porque lo cierto es que prefiero morir quemándome en el infierno, saltando y gritando sin rubor que soy malo, que encerrado en una habitación sin tener contacto ni diálogo con el mundo real. Ese mundo en el que sería muy difícil vislumbrar el paraíso sin la ayuda de canciones inmortales, llenas de groove, como las de Michael Jackson. Ese ser situado más allá del cielo o el infierno. Shalam

الصبْر مِفْتاح الفرج

No hay árbol que el viento no haya sacudido

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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