No importan las biografías que se escriban sobre su vida que J.D.Salinger continuará siendo un misterio. Probablemente porque escribía como un samurái. Intentaba dotar a cada palabra de un componente espiritual. Y corregía sus textos hasta la extenuación.
Salinger era un obseso. Un hombre que parecía jugarse la vida en cada cuento que escribía pero era capaz de dejar de lado su ego y comportarse como un delineante. Un arquitecto de la prosa que debía apartar sus caprichos y gustos personales para levantar un edificio. La grandeza de sus cuentos radica en que a él nunca lo escuchamos hablar. Nunca sabemos lo que piensa de sus personajes ni vemos a sus manos guiarlos. Los personajes son suyos pero no parece controlarlos. Son seres humanos independientes de él. Y no tienen mucho de literario aunque tengan actitudes más o menos románticas o un carácter lunático. Son, en definitiva, personas reales. Lo más difícil de conseguir para cualquier escritor.
Por el contrario, cuando leo a ErnestHemingway oígo su voz continuamente. Escucho a Hemingway preguntándome si he notado lo precisa que ha sido su descripción de la lluvia o del carácter de determinado personaje y en ocasiones, creo incluso escuchar a su estómago haciendo la digestión del filete de ternera que ha ingerido. Cuando leo a Hemingway me importa tanto lo que estaba haciendo mientras escribía su cuento como lo que hacen los personajes. Hemingway está detrás de ellos y respira en ellos. Algo que -salvando las distancias- también me ocurre con Faulkner. Aunque Faulkner es más silencioso que Hemingway. Más observador y cauto. Lo que me ocurre con Faulkner es que siento que hace todo lo posible porque no perciba su presencia cuando lo leo. Y por ello no puedo evitar ver su mano guiándome para que me concentre en la lectura y me olvide de él. Sin embargo, esto nunca me ocurre con Salinger. Porque Salinger es el vacío. Es un escritor zen. Todo lo que escribe nunca parece haber sido escrito por él. Ni por nadie. Un auténtico milagro que me parece que es el secreto que se haya detrás de la fascinación que continúa provocando su prosa y su misteriosa personalidad. Shalam
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