Todavía, después de haberlo escuchado más de mil veces, me continúa sorprendiendo Ritual de lo habitual. Mi disco favorito de Jane’s Adiction. No tanto su primera parte -donde se incluían sus aplastantes singles «Stop» o «Been caught stealing»- sino sobre todo la segunda. La dedicada a la muerte por sobredosis de heroína de la novia de Perry Farrell, Xiola Blue, y al fallecimiento por suicidio de la madre del cantante de esta atípica banda.
Desde que comienza la hipnótica e infinita «Three days» hasta que termina el disco con esa oda a la extrañeza llamada «Classic girl», creo entrar en trance. Me cuesta diferenciar lo que imagino estar escuchando de los sonidos que realmente se están adentrando en mis oídos. Aquello que es real y eso otro que es irreal. Aunque lo que sí percibo claramente es que mi concepción del mundo y del tiempo varía cuando estas canciones se introducen en mi cuerpo como si fueran drogas psicodélicas disueltas en un potente líquido que reblandece las capas de mi cerebro. En realidad, todavía no he podido comprenderlas bien. Sí. Sería muy fácil definirlas como rock ácido. Pero creo que son otra cosa. Un límite en el desfiladero. Vudú y cannabis unidos. Brumas o hilos delgados de humo de tabaco. Un excéntrico cruce entre el rock y los mantras de los orishas africanos con ciertos toques de paciencia y sabiduría árabe. Brujería, rituales africanos y marihuana entremezclados en un sótano de California al que llegan los ruidos violentos de la ciudad.
Ritual de lo habitual permite y casi que exige la creación de todo tipo de excéntricas metáforas para definirlo. Cuanto más extrañas, mejor casan con su desarrollo. Pues como su portada indica, el disco es un exorcismo. Un acto de chamanismo destinado a unir el alma de Farrell con el de aquellas dos mujeres que se fueron de su vida dejando en ella un vacío feroz.
En gran medida, la obra es un viaje interno donde se convocan los nombres de extraños dioses y las emanaciones catárticas, mágicas de la música para invocar la presencia de espíritus perdidos y dañados. Se utilizan muñecos de cera y trapos similares a santos y figuras mitológicas para conseguir auxilio, ayuda en el interior de un mundo extinto que las canciones de Jane’s retratan a la perfección. Pues se asemejan a rezos blasfemos emitidos por salvajes en medio de rituales profanos y caminan a la deriva sin más control que el de la genialidad y la locura.
En realidad, la misión de este disco es sobre todo la de sanar y reconfortar. Conseguir que los oyentes seamos testigos del sufrimiento de Farrell a través de unas canciones parecidas a conjuros de santeros y cartas de tarot que intentan exorcizarlo. Ritual de lo habitual, sí, es un viaje kármico, múltiple y caleidoscópico de un alma que ante todo, busca redención, y comprensión. Y lo hace, entregando amor. Ofrendando su cuerpo y espíritu a través de melodías que son bálsamos. Aullidos de lobos y carcajadas angelicales aunadas dentro de los surcos de una obra de arte descompuesta que por momentos parece una Divina comedia trasnochada y psicodélica. Una travesía por la otra dimensión. El lado oculto y desconocido del cielo, infierno y el purgatorio.
Al rostro atípico de Ritual de lo habitual contribuía sin duda el que como era costumbre en Jane’s Adiction, el bajo de Eric Avery marcara el ritmo inicial de los riffs y cumpliera funciones de guitarra. O la destructiva, sensual e infernal voz de Dave Navarro elevándose por esta ensalada rockera que evocaba el calypso, el funk, el tribalismo e innumerables estilos más. Y se multiplicaba y disgregaba en infinitos pliegues que contribuían a dotarla de su alucinado carácter. Su fisionomía de ácido capaz de conseguir que la mente de quien lo degustaba sufriera todas las mutaciones posibles. Se transformara al ritmo de una música imprevisible que parecía haber sido creada por oscuros hechiceros. Pues, ciertamente, cada uno de los integrantes de Jane’s estuvieron durante unos años en posesión de los secretos del arte y aniquilaron las estructuras clásicas de la música a través de canciones parecidas a cuchillos. Música que creaba un ralo ambiente semejante al que se siente en las islas del Caribe cuando un temporal las amenaza. Se presiente la llegada de un tifón, las olas se tornan gigantescas y los insectos sonríen antes de esconderse en sus madrigueras.
No sé si Ritual de lo habitual será olvidado con el paso del tiempo o será recordado. Sí sé que mientras yo viva, siempre estará conmigo. Y que para comprenderlo en su totalidad, hay, pienso, que visualizarlo como un ejercicio espiritual. Un acto sobrenatural a través del que Perry Farrell intentó desafiar a la muerte y traerse, como Orfeo, el alma de dos mujeres muertas. Un acto tan extremo que no me extraña que, tras la creación de esta obra, Jane’s Adiction no volvieran a ser nunca los mismos y tardaran más de diez años en ofrecernos otro disco.
No debe ser fácil convivir con los muertos cotidianamente. Vivir con un pie en el más allá y otro en este mundo. Una prueba de ellos es la escucha de esta creación maestra. Un disco difícil y complejo, pleno de exotismo y vibraciones calientes, sortilegios y hechizos que por momentos habla un lenguaje sobrenatural y probablemente únicamente quien se encuentre dispuesto a morir cuantas veces sea necesario en esta vida, pueda disfrutar, gozar en su totalidad. Porque los orgasmos que provoca no son únicamente sexuales sino sensoriales: mentales, espirituales y carnales. Celestes e infernales. Brumas de niebla orinando en el centro de templos sagrados. Shalam
Sabino Méndez es un mito. Un hombre que en su juventud era el rock and roll y en su madurez se ha transformado en la literatura. En ambos campos, ha...
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