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Modigliani

Dic 8, 2017 | 0 Comentarios

No sé si Pier Paolo Pasolini dejó algo escrito sobre Modigliani pero puedo intuir que se sentiría bastante afín al pintor judío. Y que probablemente, lo considerara un visionario. Un precursor en el mundo del arte de algunas de las teorías que formuló sobre el totalitarismo consumista. Más que nada porque muchos de los personajes que retrató, padecían de esa delgadez mórbida, casi anoréxica, que brota en las sociedades donde los estereotipos y las modas exigen obediencia y la belleza no es un deleite o tan siquiera una aspiración sino un mandato. Una orden que acaba con toda naturalidad y destruye la vida privada de muchas personas.

Es bastante común leer en los manuales de arte o escuchar en los documentales divulgativos que Modigliani pintó a una mujer moderna y liberada. Independiente. Pero creo que esto es una visión equivocada y estereotipada. Una visión del arte academicista y mansa que atenta contra el salvajismo de la obra de Modigliani y su mensaje ácrata. La prueba, de hecho, es que Modigliani murió joven y pobre. Huérfano de reconocimiento. Y prácticamente ninguno de sus contemporáneos supo conceder valor a una obra al que el adjetivo de maldita le sentaba como un guante y únicamente sus continuas exhibiciones en los museos ha logrado en parte domesticar. Una obra radicalmente personal que, más que destruir convencionalismos, vislumbró los que venían, ya que Modigliani retrató a sus coetáneos según las coordenadas estéticas que se impusieron a finales del siglo XX y principios del XXI.

Cuando Modigliani comenzó a pintar, el color se había convertido en lodo volcánico. Ya había estallado, «manchando» los cuadros con cientos de pigmentos. Y por otro lado, el cuerpo humano había empezado a partirse. Transformarse en un ente abstracto. Las cabezas empezaban a ser triangulares, las piernas, rectangulares y un corazón podía perfectamente ser blanco y alambicado. Las vanguardias estaban haciendo furor y, desde luego, dejaron su huella en Modigliani. El legado impresionista, por ejemplo, es muy patente en sus lienzos. Y también, en cierto modo, el fauvista. Pero Modigliani no terminó de contaminarse de los adelantos técnicos y se mantuvo fiel a su estilo. Su huella espiritual. Creo que, en gran medida, debido a su origen italiano. Una herencia que -así lo siento- lo transformó en un pintor triste. Nostálgico.

En Modigliani percibo a un hombre enamorado del Renacimiento que deja traslucir su pesadumbre por el imposible retorno al mundo clásico. Algo muy fácil de comprobar en las escuálidas figuras femeninas que pintaba. Las cuales no eran tanto una evolución de las gráciles siluetas renacentistas sino un reflejo de una época idealizada y embellecida por la modernidad que, no obstante, desembocó en la Primera Guerra Mundial. Y por tanto, se ajusta bastante bien a esa tortuosa o al menos, inquietante visión de la existencia que nos legara en sus lienzos. En muchos de sus retratos, por ejemplo, podía vislumbrarse, sí, a la mujer segura de sí misma pero también a la descompuesta. Esa mujer, en gran medida, infeliz, absorbida por su rol social, su trabajo o la imagen de confianza que deseaba proyectar en los demás.

Modigliani fue capaz de captar el dolor que escondían las mujeres modernas tras el  confort y la elegancia con tan sólo unos simples y frágiles trazos. Le bastó con alargar los rostros y cuerpos y adelgazarlos para pegar una puñalada a la burguesía y retratar la verdad oculta. El amenazante y frágil rostro de la verdad. Y por eso es un artista mayor. Porque aprovechó la descomposición de la pintura para capturar la descomposición del alma. Disolvió fantasmagóricamente el mundo de lujo superficial que lo rodeaba y a través de las quebrados, rotos espíritus que describió, oteó el porvenir.

Modigliani no estaba enamorado del futuro. Tuvo muchas amantes y vivió, dentro de sus posibilidades, la vida al máximo. Fue un hombre intenso. Y esa intensidad lo transformó en un rebelde. Alguien difícil de domesticar. Pues no era un clásico ni un vanguardista. Sus retratos son anti-Rubens. Se oponen a las coordenadas barrocas por su austeridad y su gusto por la figura humana atenta contra el cubismo y el surrealismo.

Resulta difícil encontrar movimientos que lo hubieran acogido con los brazos abiertos porque Modigliani era un outsider. Vivió como un artista romántico en una época en la que el romanticismo ya era visto como algo trasnochado. Y no fue un bello decadentista sino más bien, un innovador austero. Existe además, un cierto aire oriental en su arte. Muchos de sus lienzos son puro opio. Embriagadores retratos en los que la sexualidad adormece y muerde. Probablemente porque fue el primer pintor que pintó el lujo como enfermedad. Hasta su llegada, una joya, un diamante podía ser metáfora de podredumbre moral. Pecado y vicio. Pero su pintura estableció una relación directa entre una joya y una enfermedad física.

Modigliani vio en la delgadez un mandato opresivo y se rebeló contra el canon de belleza establecido, poniendo pelos en el pubis de algunas de sus modelos y extremando su flacidez. No las transformó en espectros pero sí captó perfectamente, su proceso interno. Sus dudas y vacilaciones. La cárcel mental. 

Entre La maja desnuda de Goya, por ejemplo, y sus retratos comienzan a haber varios mundos de distancia. A la mujer de Goya se la percibe orgullosa, dichosa de mostrar su desnudez. Su cuerpo es un misterioso tesoro que se ofrece en plenitud y ella disfruta al ser observada. Su desnudez, su sexualidad se impone a su época. Es una carcajada de belleza en contra de las costumbres y la moral. Pero al contrario, las modelos desnudas de Modigliani son esquivas. Pueden ser bellas, sí, pero comienzan a tener una relación de amor-odio con su cuerpo. Es la época la que se impone sobre ellas. No saben si darse al espectador o rechazarlo. Si ofrecerse o huir. Algunas son juguetonas y sensuales. Otras parecen ninfas capturadas de un relato mitológico. Pero, a pesar de sus  poses eróticas y sus indisimuladas sonrisas, existe cierta gravedad en su retrato. Un aura detrás suya que las convierte en astros nocturnos. Vampiros seducidas por la modernidad. Víctimas de unos condicionantes que se verán obligadas a destruir. Shalam

إِذَا أَرَادَ اللَّهُ هَلاَكَ النَّمْلَةِ أَنْبَتَ لَهَا جَنَاحَيْنِ

Con el corazón no se razona, puesto que o se le obedece o se rompe

 

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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