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Los dos mundos

Ago 28, 2018 | 0 Comentarios

Hoy paseaba por la playa, frente a la hilera acostumbrada de trajes de baño, surfistas y rayos de sol, y no he podido evitar hacerme una de esas preguntas trascendentes que suelen asaltarme en agosto: qué es lo que diferencia a los Van Halen de David Lee Roth de los de Sammy Hagar. Y bueno, después de mucho pensar, he llegado a las siguientes conclusiones.

Los Van Halen de Roth son una banda de sábado noche. De esas horas en las que los bares están llenos y mujeres bellas aparecen por los lugares más inesperados. Sin embargo, los de Hagar son más crepusculares. Remiten a esos momentos en los que lo mejor de la fiesta ha pasado y una pareja que se acababa de conocer varias horas antes, se besa al fin frente al mar. Los Van Halen de Hagar son como una cena romántica con velas en un chiringuito de lujo. Una experiencia inolvidable y cara, y los de Roth, son una juerga universitaria a la que se apuntan todo tipo de personalidades carismáticas. Pueden aparecer allí yuppies, banqueros y rockeros adolescentes porque, en cierto modo, es parecida a los dibujos animados de la tele.

Los Van Halen de Roth son un descapotable decorado con colores chillones del que emerge música a un volumen descomunal. Son una pantera. Glamour y whisky. Una invitación a follar cada día con una persona diferente y bailar clásicos temas de musical americano tanto con un elegante traje como descalzo y con vaqueros. Y los Van Halen de Hagar son un potente Mercedes cuyas ventanas se mantienen cerradas haya frío o calor. Son ese cocktail bien templado que se toma a media tarde como sustituto del habitual café. Un atardecer suave. Una isla llena de cabañas bien plantadas entre cocoteros. Un barco de vela. La certeza de que el amor siempre acaba triunfando (y llegando).

Los Van Halen de Roth son esa ola gigantesca sobre la que todos los surfistas desean planear. Un cohete. Una bomba de mecha rápida que está a siempre a punto de estallar. Son la diversión sin control. El exceso. El día en que se pierde la virginidad repitiéndose una y otra vez. Una carcajada descontrolada. Una de esas comedias de adolescentes de los años 80 –Porkys, Loca academia de policía– proyectándose en bucle en las calles de cualquier ciudad. Y los Van Halen de Hagar son un mar en calma. Un día brillante y hermoso, lleno de buenas vibraciones, en el que no ocurrirá ningún hecho especial -desde luego, no aparecerá una ola enorme- pero surgirán nuevas amistades y proyectos interesantes. Son la diversión comedida. La sensación de que para gozar no hace falta perder el control. Son una película contenida llena de espectaculares momentos en la que aparecen Nick Nolte, Robert Redford, Meryl Streep y Barbra Streisand. Porque, digámoslo claramente, los Van Halen de Hagar no tienen miedo al ridículo. Son la viva encarnación del kitsch norteamericano. Pero un kitsch tan sublime, épico y, al mismo tiempo, tan falto de complejos y desenfadado que, al igual que a un Martini blanco, resulta difícil no tenerles cariño. Disfrutarlos y quererlos.

Lo cierto es que -por si no se nota- yo disfruto profundamente con ambos Van Halen. Obviamente, si alguien me apuntara con una pistola, me quedaría con los de Roth: el Bugs Bunny del hard rock norteamericano. Pero todo depende del momento. Tanto si voy a jugar al póquer de farol o voy de camino hacia Las Vegas como si me dispongo a contemplar la final de la NBA, elijo a los de Roth. Pero si deseo pasear tranquilo por una ciudad costera y saborear una cerveza en un paisaje colapsado por los barcos y las gaviotas, escojo a los de Hagar. Si quiero follar, a los de Roth. Si tengo necesidad de enamorarme, a los de Hagar. Y en cualquier caso, si deseo divertirme sin tener que recordar diariamente lo jodido que está el mundo, la lógica aristotélica o la filosofía presocrática, me quedo con cualquiera de los dos.

Eso sí, que nadie me hable de los Van Halen de Gary Cherone. Ciertamente, pensar en aquello es lo más parecido a una pesadilla. Un lunes negro. Un crack en el mundo del rock del que muchos todavía estamos recuperándonos. Porque Cherone convirtió a Van Halen en lo que nunca han sido: una sombra agria. Una depresión. Un mal momento. Un día más en la oficina. Shalam

اِبْنُ آدَمَ يُرْبَطُ مِنْ لِسَانِهِ وَالثَّوْرَ مِنْ قُرُونِهِ

Tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para escuchar más y hablar menos

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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