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John Cougar Mellencamp: amor y felicidad

Jun 16, 2014 | 0 Comentarios

Conozco pocos músicos tan minusvalorados como el «puma» John Cougar Mellencamp. Sin embargo, yo siempre he disfrutado muchísimo sus discos. Es cierto que me cuesta encontrar el momento adecuado para prestarles atención. Mellencamp no es David Bowie ni Scott Walker. Músicos para los que siempre hay tiempo y se cuelan -lo quiera yo o no- cuando menos lo espero en mis selecciones musicales. Mellencamp no es un innovador ni un vanguardista. Tampoco es exactamente un clásico. Está muy lejos del talento poético de Bob Dylan, no posee la fuerza animal de Bruce Springsteen y tampoco es un compositor especialmente dotado pero esto no invalida en absoluto su música. Al contrario, acaso le de más valor y proporción. Porque sin ser un genio ha compuesto canciones de gran calado y desde luego, hasta en la más mediocre de sus composiciones se percibe eso tan difícil de sentir y definir llamado «honestidad».

Mellencamp ha pasado por todo tipo de etapas a lo largo de su carrera artística y no ha sido un músico regular. Depresiones, enfermedades y retiros silenciosos han lastrado más de lo que debiera una carrera que, de no ser por algunos tropezones y estos inexplicables bajones, podría ser considerada como sobresaliente. Me atraen mucho sus primeros discos. Esa imagen de joven rebelde y despeinado que deseaba comerse el mundo era profundamente real. Sus composiciones se encontraban repletas de crudeza y salvajismo. En ellas latía el corazón de un muchacho que quería expresar como fuera sus verdades al mundo. Emergía de un rincón arisco y apartado de la geografía norteamericana dispuesto a hacerse un hueco en el mundo del rock o morir en el intento. Amores perdidos, relaciones conflictivas, peleas entre bandas, expulsiones de la escuela.

Todos los tópicos del mundo rockero adolescente eran expuestos con absoluta naturalidad por Mellencamp en aquellos discos que expulsaban testosterona y rock barrial por sus cuatro costados y sin ser obras maestras eran lo suficientemente atractivos y completos como para ganarse el respeto del oyente incluso en la época en que surgieron: la era punk y post-punk. Se percibía que había detrás de ellos alguien que creía en aquello que cantaba y hacía. No era un músico impostado sino una persona que se compenetraba íntimamente con los versos y estrofas que entonaba. Un intérprete de historias de perdedores y adolescentes que profundizaba en el legendario inconsciente de esa América en que había crecido en discos rotundos, efectivos que, en algún caso, se elevaban por encima de los parámetros medios muy a pesar de lo que dijeran los críticos que no estuvieron nunca de su parte. Y, por ejemplo, cuando The Del Fuegos o Green on Reed provocaron un nuevo revival del rock americano, se olvidaron de reivindicar el valor del «puma» de Indiana.

Obviamente, es imposible no amar su magnífico The losenomee jubilee (1987) o respetar ese joya interiorista en la que reinventa el folk y el country haciéndose uno con ambos estilos que es Big daddy (1989) y algunos de sus últimos discos son muy recomendables. Ideales para pasear por las praderas en tardes de otoño combinándolos con los de Ry Cooder o John Hiatt. Pero si tuviera que quedarme con un LP de todos los suyos, aquel con el que me siento completamente identificado y al que siempre volveré, éste sería Whenever we wanted (1991).

Hoy lo he estado escuchando varias veces. «No more than ever», «Love and happines», la deliciosa e inolvidable «They’re so tough», la inmarchitable «Whenever we wanted». Todas esas canciones son joyas. Honestas odas de una pureza inalterable que mantienen su impacto y cualidades intactas. Podrían haber sido compuestas anteayer y seguirían introduciéndose en mi piel con la misma suavidad y rudeza. Realmente, creo que este es el mejor disco de Mellemcamp. Aquel en que llegó a su total madurez. Controló sus accesos juveniles llenándolos de sabiduría y contención hasta alcanzar su propio espacio sonoro. Un lugar en el que todos los estilos convergían sobre su personalidad sin necesidad de que él fuera a buscarlos pues se hallaban en su interior y los manejaba con soltura y talento de maestro.

Ya desde la portada se intuía que el disco no era uno más. Los lienzos expresionistas al fondo y la extraordinaria belleza de la modelo reflejaban bien lo que nos íbamos a encontrar: una auténtica obra de arte. Un disco que era lo más cercano al cabaret que John había hecho nunca. No tanto en lo referente a los sonidos que emergían de sus surcos sino en lo que se refiere al concepto. Whenever era una obra elegante, muy estilizada, en la que sin perder su talante arrollador, la rabia o la furia, Mellencamp avanzaba dos pasos al frente y se situaba cerca de los poetas del rock. Alcanzaba cotas de maestría y se hacía adulto sin perder ni su estilo ni su pasión. Consiguiendo profundizar más y mejor en los temas y parámetros de su estilo.

Compré este disco nada más aparecer y fue un fiel compañero durante mucho tiempo. Solía combinarlo junto con el maravilloso Night Owls de Vaya con Dios y he de reconocer que al terminar la escucha de ambos discos, me sentía noqueado. Como si hubiera ido al teatro y me hubiera llenado de palabras y sueños refulgentes y el mundo fuera un lugar mucho mejor al salir de allí. Algo lógico porque Mellencamp se apartaba aquí del rock de estadio, de la pose sureña y penetraba más en su alma. Lograba intimar sin necesidad de bajar el pistón del acelerador creando una obra cautivadora de una belleza seca que continúa intrigándome, seduciéndome.

En fin. En un mundo donde absolutas nimiedades musicales se llevan la atención de millares de jóvenes (y no tan jóvenes), entiendo que pueda ser normal que John Cougar sea ignorado. Pero en mi tocadiscos siempre tiene su lugar. Y, de hecho, pienso que tal vez hasta cierto punto, le haya venido bien no tener demasiado éxito. Esto nos mantiene a la expectativa a muchos de sus seguidores y posiblemente ha provocado que sus discos no pierdan crudeza y cierto halo de nostalgia y fracaso que los hace sumamente interesantes. Todavía se siente rabia y un corazón vacío y descontento al escuchar a John Cougar. Y esto es de agradecer. Tanto como las secas y contenidas producciones de sus discos que evitan caer en territorios edulcorados. Permiten que aún consigamos vislumbrar tras el rostro del señor maduro que hoy en día Mellencamp es, la mirada del muchacho perdido e inadaptado que fue. Ese adolescente rebelde que peleaba por hacerse un sitio en este mundo desde su Indiana natal hace varias décadas. Shalam

 الصبْر مِفْتاح الفرج

 Siempre hay una avispa para picar el rostro en llanto

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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