Un libro dichoso como el que estoy terminando estos días, ha de tener una banda sonora al menos divertida. De varios discos y grupos que he ido escuchando conforme lo redactaba, ya he hablado. Desde Manowar, esos guerreros del Valhalla, hasta David Bowie y su The man who sold the world. Pero hoy me gustaría hacer referencia a esos temas que he agolpado en el reproductor y hecho sonar durante horas sin importarme repetirlos una y otra vez. Si bien hay libros como La risa oscura o El jardinero en que mientras los redactaba, mezclaba diversas melodías para crear el ambiente opresivo o dinámico que necesitaba para concentrarme, hay otros en que apenas he escuchado una sola canción durante semanas. Si no me equivoco, la primera vez que llevé a cabo esta práctica, fue con el ensayo que dediqué a Sergio Pitol, para cuya finalización escuché durante 10 días seguidos un único tema que me daba fuerzas y creaba el ambiente necesario que necesitaba para continuar esforzándome: «If you leave me now»; el clásico dulce y acaramelado de Chicago.
Aquel ensayo por cierto, tuvo también otro tema esencial para su redacción. Me refiero al célebre «Steppin out» de Joe Jackson. Terminaba un capítulo, reproducía esta melodía y me ponía inmediatamente a soñar y saltar. ¡Cuántos recuerdos me trae cada vez que la escucho! Por aquellos tiempos, pasaba yo muchos días cerca de una población de México llamada Tlayacapan en compañía de un maestro de temazcalis, una cocinera encantadora y un grupo de personas que me ayudaron a comprender el México profundo y me hicieron muy dichoso. Era maravilloso despertarse en medio de la naturaleza, entre estatuas de dioses olmecas y aztecas, y comenzar a correr por las montañas y las calles de pueblos perdidos mexicanos, escuchando la melodía de Joe Jackson tras haber redactado unas páginas sobre ese gran y elegante escritor que es Pitol. ¡Dios! He de reconocer que realizar ese ensayo me hizo feliz. Tanto como conocer una realidad que se deformaba y transformaba cada día: ese México de sanadores, hechiceros, animales que casi se diría que podrían hablar y campesinos enraizados y conectados con la tierra desde tiempos ancestrales. Puede además que los dioses quisieran premiarme o hacerme saborear la miel de los cielos porque cuando me encontraba inmerso en estas andanzas y «Steppin out» se había convertido en sangre de mi sangre, Joe Jackson ofreció un concierto en el Distrito Federal al que fui encantado. Conmocionado por la sincronicidad del hecho en sí mismo. En primera fila, le grité varias veces a Joe en un chapucero inglés, «gracias por todo», y si durante los meses anteriores al evento, su incombustible clásico llegó a sonar de media cinco o diez veces al día en mi equipo musical, desde la celebración de su concierto pasó a hacerlo quince o veinte.
¿Había dicho que iba a hablar sobre la banda sonora de la novela que estoy ya finalizando? Creo que lo haré mañana o pasado. Porque rememorar el tema de Jackson me hace incapaz de poder hablar de otra música. Más que nada, porque siempre que me dejo rozar por sus mágicos teclados, esa voz educada y sensible que susurra al oído experiencias mágicas y casi que promete el paraíso, mi ánimo sube a las alturas. Miro con otros ojos la realidad y pienso en todas las aventuras y experiencias vividas y todas las que me quedan por vivir y me vengo arriba. ¿Cómo es que los médicos no recetan dosis de «Steppin out» a sus pacientes y se dejan ya de tantas pastillas antidepresivas; esas trampas que en vez de prestar una ayuda, enferman y casi que culpabilizan más a quien las toma?; ¿Cómo es que la población en su conjunto no ha tomado conciencia de esta maravillosa melodía que nunca he visto en una lista de las mejores canciones de pop de la historia aunque yo no tengo dudas que en mi lista, siempre estaría rozando lo más alto junto a «Paisley Park» de Prince o «Bonny» de Prefab Sprout?; ¿Pudo ser una década tan mala musicalmente como muchos dicen que fue la de los 80, cuando fue capaz de dar un tema como el de Joe Jackson?He hablado varias veces de Sergio Pitol y no quiero abusar más. Su literatura es muy difícil pero si uno puede traspasarla, puede encontrar mucha dicha y generosidad en ella como en la personalidad del escritor veracruzano. Mezclar a Jackson con Pitol y ambos con el México eterno que se esconde en las regiones entre ríos y bosques y poblaciones donde sus lugareños conservan sus dialectos y apenas saben hablar el español, fue una gran recompensa. Creo que aquellos momentos, ya lo he dicho, están entre los más felices que viví jamás. Hubiera sido difícil para mí leer por aquel entonces a Thomas Bernhard. De hecho, apenas puedo hablar de ellos y casi que preferiría guardarlos en mi interior. Había días en que extraía miel de panales, otros en que corría casi treinta kilómetros por parajes perdidos, visitaba la piedra del sueño y la de los deseos, mansiones que habían sido diseñadas con la forma de un elefante o la de un caracol, probaba las bebidas más puras salidas del centro de los árboles y oraba en los temazcalis, con la piel ardiendo, junto a muchachos de todas las nacionalidades y algún monje tibetano, mientras Sergio Pitol y Joe Jackson bailaban un vals. O mejor que un vals, sí, danzaban simbólicamente esa serenata de luz atemporal, «Steppin out», que me recuerda que un día yo también tuve mi visión. Y, como algún personaje de Virginia Woolf, fui feliz y sentí que era inmortal al comprender que la muerte no es el ocaso sino únicamente otro estadio más en el camino, tal y como nos han querido sugerir por activa y por pasiva, las obras de arte a lo largo de los tiempos. Shalam
كُنْ ذكورا إذا كُنْت كذوبا
La libertad no hace felices a los seres humanos; los hace, sencillamente, seres humanos
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