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Into the groove

Ene 3, 2018 | 0 Comentarios

La grandeza de Madonna radica en haber sido capaz de reinar en medio de las contradicciones. Basta mencionar su nombre para que un ejército de hombres incapaces de serenarse y valorar su propuesta artística con un mínimo de atención comiencen a lubricar y otro ejército de feministas y seguidoras de Judith Butler levanten su mano acusadora hacia ella. Algo que habla bastante bien de una mujer que, sin necesidad de ninguna filípica teórica detrás ni de pedir permiso a nadie, consiguió sustituir la frase «hacer lo que me sale de los cojones» por «hacer lo que me sale del coño».

Madonna es alguien del que se puede decir cualquier cosa menos que no sea inteligente o no posea determinación. En su camino al éxito hizo de todo. Flirtear con el cine porno y erótico, acostarse sin complejos con quien debía, modelar su físico, mejorar su voz, echarse novios de usar y tirar y aparecer en las revistas con look gamberro y sensual.

Madonna es una mujer que se siente a gusto en medio de tempestades y mares revueltos. Alguien para la que la palabra escándalo es casi tan vulgar como comprar el pan para el resto de mortales. Si hay que convertir una iglesia en un prostíbulo, una virgen en una dominatrix y una adolescente en una buscona para multiplicar el éxito de cualquiera de sus pegadizos singles, se hace. Siempre, eso sí, cuidando los detalles. Mezclando de manera muy estudiada los aspectos populares y sofisticados de presentaciones capaces de convertir la frivolidad en algo trascendente y un espectáculo sexual de alto voltaje en una atractiva feria de música pop para todos los públicos.

No me extraña en absoluto que Madonna tenga muchos seguidores en el mundo homosexual, teniendo en cuenta que consiguió destrozar todas las reglas del mercado y logró que las prohibiciones y los prejuicios jugaran a su favor. Que cada zancadilla que le pusieran, fuera un columpio en el que apoyarse para subirse al trono de la música pop. Por ejemplo, en vez de quejarse por ser considerada una mujer objeto, potenció su atractivo físico. No intentó disimular su sexualidad sino que, al contrario, jugó y se aprovechó de ella con absoluto descaro. Como buen Leo, no se incomodó sino que gozó de poder convertirse en el centro de atención de los hombres. Y a la vez, como la hábil estratega que es, no se estancó mucho tiempo en esa posición y, con toda naturalidad, sabiéndose admirada y deseada y, por tanto, en control de la situación, transformó a los bailarines que la acompañaban en sus vídeos y conciertos, en objetos eróticos. Convirtiéndose en adalid de una era andrógina en la que las mujeres adoptaban posturas activas y dominantes sin necesidad de perder su femineidad. Algo connatural por otra parte con la nueva época consumista instalada en Occidente de la que pronto se convirtió en uno de sus adalides. Un símbolo de la nueva ideología imperante. Porque Madonna representa, en cierto modo, el momento en que la ropa Versace se convierte en indumentaria cotidiana, el champán, una bebida con la que acompañar las comidas, el lujo, en una imposición para las clases medias y la discoteca, en el centro de reuniones más frecuentado por la juventud.

La personalidad de Madonna es tan fuerte e impactante que, con el tiempo, se ha impuesto incluso a sus aportaciones musicales. De hecho, aunque con los años se vea más claro que la música no era sino un medio -podía haber sido cualquier otro- para alcanzar el éxito y la fama, desde luego, que siempre supo rodearse de prestigiosos productores y compositores y en casi todos sus discos encontramos tres o cuatro melodías perdurables y, sobre todo, disfrutables.

De hecho, varios de sus trepidantes singles marcaron profundamente el discurrir de la música disco de los 80 y se convirtieron en icónicos de su época. Y aún hoy, una recopilación de sus grandes éxitos es una invitación al baile irrechazable. Escuchar «Into the groove», «Music», «Hung up», «Borderline» o «True Blue» es igual a mover los pies. Y mencionar su nombre una invitación a disfrutar al máximo la noche. Al puro hedonismo. Algo de lo que se aprovechó Quentin Tarantino para escribir el memorable discurso de Reservoir dogs. Transformando el cine negro en una locomotora kitsch en la que los disparos y la sangre recordaban a las bolas brillantes de las discotecas y los asesinos a los chulos que cuidan la entrada a los lavabos.

En realidad, Madonna es una Marilyn Monroe sin complejos. Una mujer que transformó la ambición en una bendición, el deseo en una vía ética y la tragedia y la oscuridad en resortes para alcanzar el éxito. Le decían puta en los escenarios y, en vez de avergonzarse, movía el culo de manera provocativa y acariciaba los penes de sus bailarines sin rubor. Y por si faltaba algo para completar el círculo, se pasaba unos cuantos billetes por la entrepierna. Un descaro que le sirvió para ligarse allí donde iba a los hombres más atractivos y convertir muchos de sus conciertos en edulcorados homenajes a Sodoma.

En su momento, su libro Sex (1992) fue considerado una locura libidinosa y megalómana pero sin embargo, el tiempo ha mostrado que era visionario. Pues Madonna estaba allí, en cierto modo, fotografiando no tanto sus propias fantasías eróticas sino anticipando las del futuro. Convirtiendo sus perversiones -ese travestismo erótico tan propio del siglo XXI- en canon.

De todas formas y, a pesar de haber transformado su sexualidad en espectáculo, Madonna ha sabido separar perfectamente su vida pública de su intimidad hasta el punto de que incluso habiendo gozado de una continua exposición mediática, resulta realmente difícil conocerla. Y de hecho, sólo se le han vislumbrado ciertas flaquezas, algunas lágrimas no forzadas, cuando se ha referido al que posiblemente haya sido el único amor auténtico de su vida: Sean Penn. Con quien vivió una tormentosa relación que puede calificarse de cualquier manera menos de superficial. Un adjetivo este que se suele usar más de la cuenta con una mujer que me parece a mí que es cualquier cosa menos superficial. Pues ha conseguido algo realmente difícil: transformar la moda en un pasaporte a la eternidad. Convertir a los peligrosos mass-media en adocenados sumisos a sus pies. Y hacer de la fama, un huracán que sople siempre a su favor y tras el cual poder esconderse para hacer lo que le de la santísima gana. Lo «que le salga del coño» en definitiva. Shalam

 إِنَّ الْحَدِيدَ بِالْحَدِيدِ يُفَلُّ

Descansar demasiado es oxidarse

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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