Dejo a continuación un nuevo avería sobre la última exposición realizada por Ángel Charris en Murcia: Futurama. El cual recomiendo leer escuchando un tema de Pet Shop Boys: «The Samurai in Autumn».

Futurama

Si algo me queda claro después de contemplar la exposición dividida en dos partes (Futurama y Futurama Lama Ding Dong) de Ángel Charris en un par de salas de la región de Murcia (Verónicas y Aurora) es que el futuro como tal no existe. Que el futuro es siempre proyección de nuestro presente y a veces es más un recuerdo que un deseo. Por eso estas obras son más parecidas a rememoraciones sobre el porvenir que hipótesis sobre el mismo.

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Todos sabemos que nuestro estado de ánimo ya no depende tanto de lo lleno que esté nuestro frigorífico o nuestra relación con el resto de nuestra familia sino de las reacciones positivas a nuestros comentarios en redes sociales. Así que lo lógico es imaginar un futuro (que ya es presente) con cientos de emoticons y pulgares en alto convertidos en estatuas gigantescas presidiendo los parques, paradas de metro y playas de las ciudades.

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Hay algo oriental en casi todas las estampas últimas de Charris. Motivo que explica el que perciba tranquilidad y serenidad al contemplarlas. En Futurama no hay tensión ni tampoco una percepción acuciante de crisis. Tampoco ese nihilismo apocalíptico con el que estamos acostumbrados a visualizar nuestro mundo. Esa inminente sensación de catástrofe. Muchas de estas imágenes parecen emerger de sueños plácidos, comportarse como espejismos o ser reflejos de una fuente de agua situada justo en el centro de internet.

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En Futurama, la inquietud, la incertidumbre y el peligro se diluyen en acuarelas parecidas a sueños lúcidos en las que lo que importa más es la impresión que recibe el espectador que lo que sucede en la escena retratada. No importa tanto que un barco se hunda ni que una muchacha haya desaparecido en medio de una excursión turística sino la sensación de liviandad y levedad que transmiten esas imágenes que no apuntan tanto a la realidad sino a la mente que las imagina.

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A día de hoy, el fin del mundo es más ya el nombre de una excursión a lo desconocido que miles de turistas pagarían por realizar en primera clase, que una amenaza real. A su vez, aquellos pulpos gigantescos que en las novelas de Thomas Pynchon anunciaban el peligro de las mutaciones gigantescas provocadas por la irresponsable experimentación humana, aquí no son más que mascotas, comparsas de la estupidización cotidiana. Iconos pop que ni divierten ni aburren. Forman parte de un colorido paisaje sin mayor relevancia que su carácter estético.

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En realidad, Futurama no es tanto una exposición sobre el futuro sino sobre la paz que podemos alcanzar imaginándolo, pensándolo. Como es habitual en el mundo posmoderno también hay juegos e ironía. Ese humor pop parecido a una medicina para el alma que aspira a vencer y subvertir la angustia y el dolor con medias sonrisas y cierta inocencia. Pero a diferencia del humor surgido tras la Segunda Guerra Mundial, el de Charris es mucho más leve e íntimo. Digamos que el primer humor pop ponía el énfasis en la necesidad de reírnos de nosotros mismos para no autodestruirnos y el de Charris lo hace más bien en la necesidad de no dejar de lado la ironía para poder pensar con cierta libertad. No caer en excesos.

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Obviamente, como en el arte surgido tras el estallido de la bomba atómica, no hay un significado claro en estas obras pero en este caso más porque el sentido de la vida o el mundo no importan a nadie que por algún tipo de angustia existencial ante la sustitución del Dios religioso por el tecnológico. Al observar estas obras, uno toma conciencia de que precisamente, como a nadie le importa ya el sentido de la vida, es que se puede explorar el mismo con mayor libertad y sagacidad.

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El monstruo que podría matarnos ya no nos asusta. Justo antes de ser mordidos por sus fauces lo más lógico es que nos fijemos en si sus dientes tienen caries. Muy probablemente alguien grabe la escena antes de morir y apunte cuántos likes ha logrado obtener.

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Con el tiempo, a los seres humanos parecen interesarnos más la mente que captura los objetos e inventos del futuro que esos mismos objetos e inventos. Los inventores se han convertido de un modo u otro en funcionarios de la técnica, militares de la tecnología, soldados de la imaginación. Lo que es mucho más difícil de predecir y analizar son precisamente las consecuencias del frecuente contacto de los inventos en la vida cotidiana del ser humano. Es ahí donde entiendo que apunta Futurama: una recopilación de escenas y sucesos en los que la tecnología de un modo u otro provoca alteraciones en culturas ancestrales o individuos con una vida más o menos corriente.

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En realidad, uno de los detalles a los que apunta Futurama es a cómo la tecnología se encuentra tan integrada en nuestra vida que no somos capaces de identificar los trastornos que produce. Nadie se inmuta en las obras de Charris porque tampoco a nadie parece importarle pasar horas y horas mirando el móvil o consumir la propaganda de los telediarios diariamente. El futuro que nos presenta Charris no es hostigante pero sí inquietante no tanto por el abuso tecnológico sino por la inacción de los seres humanos. Nadie pareciera dar importancia a ningún hecho concreto. La quietud es abrumadora más por individualismo que por zombificación. Tal vez por ese progresivo, irresponsable e imparable lavado de cerebro que se produce un día tras otro en las sociedades de masas.

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No creo que haya que ver Futurama pensando qué nos dice de nuestro futuro sino de nuestro presente.  Lo importante no es tanto qué nos dice de nuestro futuro sino qué nos dice de hoy.

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Todos, supongo, tenemos claro que no existe actualmente un ser más exótico y digno de estudio que el hombre medio occidental.

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Como es natural, Futurama es una exposición que se encuentra fuertemente conectada con toda la obra anterior de Charris. Digamos que precisamente (a pesar de su divertido -y tal vez equívoco- título) lo que hace no es tanto darnos pistas o indicios para entender cuál será el futuro de su arte sino para entender mucho mejor su pasado.

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No hay juego que nos divierta actualmente más a los occidentales que imaginarnos nuestra autodestrucción. Fantasear sobre ella. Me atrevería a decir que no hay otro tema del que se haya ocupado el arte después del estallido de la bomba atómica. Obviamente, esta última frase que acabo de escribir forma parte también de ese frívola diversión que, de un modo u otro, queda reflejada en Futurama.

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Creo que lo que deja claro Futurama es que todo artista que continúa creciendo en libertad va construyendo una  caja de cristal en la que los distintos fragmentos de su vida y evolución (en este caso como pintor) se van acumulando, disgregando, separando y uniendo de formas distintas. Futurama, por ejemplo, podría conectarse con otras exposiciones pasadas de Charris y encontraríamos muchas concomitancias y similitudes. Algo lógico porque los artistas no evolucionan tanto a partir de cambios y transformaciones bruscas sino por medio de variaciones. Repitiendo la misma melodía de distintas formas y con distintos instrumentos. Por eso, llegados a un límite, cada cuadro nuevo es más parecido a una incrustación, a un relieve o a un ornamento de un conjunto que a una obra individual.

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Alguien apareció ayer con la máscara de Hitler en una fiesta. Un muchacho le pidió un autógrafo, dos muchachas se hicieron varias fotografías con él y unas cuantas personas se fueron de la fiesta invocando al demonio. En realidad, quienes causan los problemas en la vida no suelen portar caretas de Mussolini sino de Gandhi, Buda o Kennedy.

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Suele ocurrir que quien grite contra el capitalismo tenga o bien los bolsillos completamente llenos o bien completamente vacíos.

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Sería interesante que Charris se viera obligado a realizar durante un mes un dibujo diario en la línea de El Roto y que el Roto se viera forzado a colocar diálogos a los lienzos del pintor murciano, tal y como suele hacer en El país.

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Los occidentales quieren ser orientales y los orientales sienten una fascinación malsana por nuestra civilización. Nadie quiere o puede ser ya fiel a sus raíces culturales que al fin y al cabo se han convertido en consignas, imágenes al servicio de esa centrifugadora espacial denominada globalización. La nave marciana de nuestra era.

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Probablemente si un antropólogo tuviera que reconstruir nuestra época revisitando tan sólo estas obras de Charris se volvería loco. No podría terminar de encontrar una clave clara para desentrañarlas como sí la hallamos nosotros (hasta cierto punto) al volver nuestra mirada hacia los egipcios y griegos. Creo que eso es en el fondo Futurama. Más que una visión sobre un hipotético futuro, una radiografía sobre nuestra actual desorientación. Shalam

الواقعي الحقيقي الوحيد هو صاحب الرؤية

El único realista de verdad es el visionario