Gustavo Biosca es, sin dudas, mi cómico favorito español Aunque yo no lo definiría exactamente como un cómico sino como un provocador. Un punki «cool» con aires góticos, rabioso y visceral, que convirtió, por ejemplo, sus apariciones televisivas en incendios y epopeyas nihilistas y ha transformado sus actuaciones en imprevisibles y corrosivas odas al disparate y la incorrección. Yo al menos cada vez que lo he visto aparecer en una pantalla he escuchado inmediatamente en mi cabeza melodías abrasivas y siniestras de Smashing Pumpkins, Bauhaus o Sex Pistols y he tenido la sensación que sólo me han provocado ciertos artistas y rockeros: la de que podía pasar cualquier cosa. Cualquier transgresión era posible y no existían límites.
De hecho, si Biosca hubiera aparecido desnudo liándose con tres mujeres en un callejón nocturno o golpeando con su coche un muro hasta el punto de provocarse heridas, cualquiera de esos actos me hubiera parecido lógico. Corrosivas performances con las que continuar abriendo un hueco en el más allá.
Lo cierto es que nadie -que yo sepa- ha llegado a hacer algo parecido en televisión como lo que hizo Gustavo cuando se hacía llamar el cómico suicida. Proferir insultos y bromas jocosas contra todo tipo de orgullosos colectivos con un altavoz. Reírse en la mismísima cara de musulmanes, progres, fascistas, drogatas, cófrades religiosos, pensionistas, deportistas, extremistas vascos, ciudadanos de Gibraltar o hinchas del Madrid. Una locura que hoy en día no tardaría ni un segundo en ser censurada y levantar los gritos encendidos de la sociedad «ofendida» que, en más de una ocasión, le llevó a ser golpeado. Recibir puñetazos que él encajaba valientemente. Como si se encontrara en medio de un pogo en un concierto de la Polla Records o en un Apocalipsis zombi.
Realmente, Biosca es tan extremo, ha bordeado tantas veces la muerte y se ha puesto tantas veces a sí mismo en peligro que, a veces, me ha hecho plantearme si no es, en realidad, un puto genio. Loco ya sabemos que está -y a mucha honra- pero probablemente sea también un genio de la comedia provocativa. Una figura que no es demasiado fácil encontrar en España y que solemos identificar con los países anglosajones. Aunque, ciertamente, a Biosca le falta un mensaje social o político para equipararse a esos cómicos. Algo lógico porque es hijo de la época del vacío. Creció en medio de la explosión neoliberal española que convirtió a Crónicas Marcianas en la iglesia de cientos de miles de jóvenes y la ruta del Bakalao en el Camino de Santiago. Y podría ser perfectamente uno de los personajes de Historias del Kronem de José Ángel Mañas. Pues, durante muchos años, su desayuno y comida fue la cocaína. Y también su cena, su amante, su amiga y su martirio. Una dominatrix severa y bella que no le permitió escapar de sus garras hasta que se fue a Perú y experimentó paz y unión con el cosmos gracias a la ayahuasca.
Una paz que tal vez le haya regalado unos cuantos años de vida y le haya librado de las garras de la droga del ego pero, afortunadamente, no ha podido cambiar su naturaleza irreverente. Esa que hacía que, en medio de una actuación, le tirara los tejos con descaro a cualquier chica delante de su novio, se pusiera a desvariar e improvisar sobre cualquiera tema escabroso, hiciera un medio striptease, se bañara en alcohol o gastara bromas corrosivas que provocaban la indignación, ira o al menos el asombro y estupefacción de quienes las sufrían.
En realidad, lo mejor de todo es que, a día de hoy, sigo sin poder definir cuál es el tipo de humor que Biosca hace. Aunque, ciertamente, la veloz, divertida y descarnada biografía que redactó con ayuda de Rafa Millán, Diario de un cocainómano, da un pista para definir algunos de sus incontrolables gags escénicos: chistes (o espasmos) de destrucción masiva. Aunque yo creo que esta bestia ansiosa ni siquiera cuenta chistes sino que lo que realmente hace es tirar bombas. Ráfagas de metralla que a veces le acaban rebotando a él mismo. Por eso, no es sólo el gran cómico nihilista de nuestro país, el agujero negro del humor español, sino que, en cierto sentido, es la reencarnación de muchos de los cómicos absurdos de la antigüedad. Esos bufones que se jugaban la vida en cada chiste y que, llegados a un límite, se permitían el lujo de reírse del monarca y los nobles aunque esto pudiera suponer que les cortaran la cabeza.
Biosca es un canuto andante. Alguien que ha muerto y renacido unas cuantas veces al que sólo es posible imaginar en situaciones extremas y en los lugares más excéntricos. En realidad, a veces pienso que podría dejarse el humor y contar anécdotas de su vida y su caché no bajaría un euro. Porque historias imposibles -de esas que una persona normal no vive más de una o dos en su vida- tiene para parar un carro: intentos de suicidio, episodios psicóticos y depresivos, romances explosivos y curiosos chascarrillos relacionados con su adicción a la droga con los que se podrían filmar varias secuelas de Trainspoitting. En una ocasión, por ejemplo, se libró de ser detenido por el guardia de un tanatorio porque lo convenció de que el muerto de aquel día era su amigo y le había pedido que cuando falleciera, se metiera unas cuantas rayas en su honor. En otra, pasó varias horas encerrado en un minúsculo cuarto durante una redada en un bar, junto a un camello que, del miedo, se orinó y convirtió aquellos momentos, aun si cabe, en más tétricos y angustiosos. Y son, desde luego, majestuosas todas sus experiencias con aquellos asistentes a sus shows de quienes conseguía que lo invitaran a su alimento favorito incluso en el transcurso de un número de magia.
En realidad, Biosca tiene algo de duende y demonio. Tal vez incluso de hechicero. Y por eso, desde jovencito, se le dieron tan bien los trucos de magia. Existe, sí, cierto aura nocturna en su personalidad. Si no, no se entiende cómo aún está vivo y coleando. Hace poco, vi un enorme sketch realizado en un cementerio donde hablaba de tú a tú con los muertos y les lanzaba las típicas soflamas burlescas que emite en sus shows. Y bueno, creo que, más allá de que Gustavo ha sentido desde siempre una inmensa atracción por este tipo de espacios que ha llegado a usar incluso como «picadero», parece obvio que existe una relación íntima, afectiva del cómico con el limbo y el más allá. De hecho, creo que este diálogo con lo «extrasensorial» ha sido fundamental en el desarrollo de su profesión porque únicamente alguien capaz de estar en contacto, de una manera u otra, con el «otro lado» es capaz de faltarle al respeto y carcajearse con tanta lucidez y locura de los que habitamos este «otro lado de la realidad».
En cualquier caso, lo que sí tengo claro es que es una rara avis en la comedia española. Alguien que disfruta mucho más con los efectos que provocan sus insultos, estufidos o trucos de magia inconexos en el personal que con cualquier reconocimiento puntual. Ciertamente, cuando lo veo aparecer siempre pienso que podría ser la última ocasión de contemplarlo. Que ese instante es el último instante. Una intensa sensación que -a mi entender- tan sólo la provocan los artistas rebeldes y transgresores. Los pirómanos inmortales e instantáneos. Los seres tan acostumbrados a quebrar los límites que obligan a la realidad a amoldarse a ellos. A autodestruirse cotidianamente para sobrevivir. Shalam
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