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Ene 23, 2024 | 2 Comentarios

Estos últimos días leí dos pasajes de las Memorias de Casanova y Chateaubriand que me han resultado fascinantes.

El protagonizado por Casanova es realmente desternillante y muestra a las claras tanto el persuasivo carácter como la obsesión del libertino veneciano por el sexo. Huyendo de Roma tras participar en un vodevil amoroso de inciertas consecuencias, el famoso aventurero hace una pausa en una posada de Ancona, donde se encuentra con un ambiguo joven de nombre Bellino. Un castrato con una gracia encantadora cuya voz de ángel y delicado aspecto físico lo cautivan al momento.

Atento a las más mínimas sutilezas del otro sexo, Casanova sospecha que Bellino es en realidad una mujer e inicia un proceso de seducción que dura unos cuantos días. Implacable, exige, solicita, ruega por todos los medios a su alcance tener la posibilidad de palpar y examinar la entrepierna del castrato y éste se defiende como puede. La situación llega a momentos límite y desemboca en deliciosos diálogos impregnados de un juguetón humor que exponen con suma lucidez los malévolos ingenios de toda seducción.

El pasaje de las Memorias Chateaubriand es un poco más misterioso. El filósofo galo confiesa que, durante sus años juveniles en París, gustaba de recorrer las calles cercanas a aquellas en las que, dos siglos atrás, el mariscal Bassompiere fue protagonista de una extraña historia.

Cada vez que Bassompiere pasaba por el Petit-Pont, una bella mujer que trabajaba en una tienda de modas, le hacía reverencias y la miraba con tal carga de profundidad que el célebre militar comenzó a saludarla también. Finalmente, la más que previsible cita amorosa se produjo. Bassompiere quedó encandilado con la muchacha y le solicitó encarecidamente volver a verla. Ella aceptó pero en esta ocasión le puso como condición para el reencuentro el verse en casa de una tía suya. La muchacha dejaría la puerta abierta de la calle rué aux Ours y, una vez allí, Bassopiere debía correr rápidamente a través de una pequeña alameda y subirse a una escalera desde donde podría acceder al segundo piso. En una habitación iluminada, al anochecer, la esperaría su enamorada.

A las diez de la noche, Bassompiere llega al lugar indicado pero la puerta no está abierta. Llama y una voz masculina le pregunta quién es. Entre tanto, comprueba que hay luz tanto en primer como en el tercer piso y decide retroceder por donde ha llegado. Poco más tarde, vuelve y esta vez sí, accede por la puerta abierta a la alameda y sube a la escalera. Sin embargo, sus ojos no encuentran el rostro amable de una mujer invitándolo a entrar sino que, sorprendido, vislumbra dos cuerpos desnudos tumbados sobre la mesa de la habitación. Bassompierse se marcha de ahí cariacontecido y asombrado y todavía tiene tiempo al salir a la calle de encontrar a unos enterradores de muertos que, sospechando algo raro, le fuerzan a sacar la espada para librarse de ellos.

Teniendo en cuenta la naturaleza de esta bella y misteriosa historia, me resultan lógicas las reflexiones de Chateaubriand sobre la misma: «¿Quién nos revelará las causas desconocidas de la catástrofe? ¿Era el de la gentil modistilla (…) aquel cuerpo que yacía sobre la mesa con otro cuerpo? ¿Qué otro cuerpo era ése? ¿El del marido, o el del hombre cuya voz oyó Bassompierre? ¿Habían llegado antes la peste (pues había peste en París) o los celos antes que el amor a la rué Bourgl’Abbé? La imaginación puede explayarse a gusto sobre este asunto. Mezclad a las invenciones del poeta el coro popular, los sepultureros que llegan, los cuervos y la espada de Bassompierre, y saldrá un soberbio melodrama de esa aventura».

Por cierto que, por algún oscuro motivo, considero este delicioso y misterioso pasaje protagonizado por Bassompiere digno de aparecer en cualquiera de los episodios que aparecen en La Trilogía de la Vida de Pasolini. Pienso, eso sí, que el director italiano hubiera sido mucho más perverso. Creo que hubiera sustituido a Bassompiere por un joven muchacho bobalicón de pueblo (puedo imaginarme perfectamente a Ninetto Davoli encarnando este papel) y que hubiera dado un significativo giro a la historia. Tras acceder por la puerta y subir por la escalera hasta el segundo piso, el muchacho se encontraría a la mujer que parecía beber los vientos por él, retozando en paños menores con otro hombre (de rasgos similares a los de Franco Citti). Pudiera ser que la mujer lo mirara y le guiñara el ojo, también que fuera indiferente con él o puede que estallara en risas (contagiando al vecindario) y, lógicamente, en este último caso, el muchacho saldría de allí disparado, temeroso de convertirse en el hazmerreír de la ciudad. Shalam

الرغبة والسعادة لا يمكن أن تعيشا معا

El deseo y la felicidad no pueden vivir juntos

2 Comentarios

    • Alejandro Hermosilla

      1) Muy Fragonard cierto. Pienso en que dibujos como estos inspiraron también a Alan Moore para su Lost Girls. 2) Finura ilustración. Mozart, Casanova y religión. Belleza. En esta foto de los Beatles parecen una mezcla entre The Kinks y Stones. 3) Rostro más expresivo imposible. El pueblo, la mentira y la granja de cerdos. PD: la canción que abre este disco es mítica. Le dediqué un avería hace años a esta obra. https://averiadepollos.com/cerebros-destrozados/

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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