Uno de los grandes méritos del ya clásico videojuego de American McGee, Alice, fue ahondar en los cientos de bifurcaciones y agujeros abiertos por el famoso libro de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, y no tanto volver punto por punto a la historia original. La creación de McGee era admirable porque se atrevía a arriesgar. Sumergía a la heroína en un mundo parecido a un burdel psicopático y a una clínica esquizoide. La dejaba en medio del distópico siglo XXI. Un territorio de tintes góticos, fúnebres y enfermos, casi comatosos, mucho más verosímiles e inteligibles para el público actual que los espejismos fantasiosos construidos por el escritor británico.
El argumento del videojuego era sugestivo y recordaba levemente la historia de la niña Alice Cooper: los padres de Alicia morían en un incendio sin explicación aparente y quedaba huérfana. Depresiva y desorientada, tras intentar suicidarse, era internada en un asilo donde era vejada por los trabajadores. Catatónica, debía orientarse para sobrevivir en el sanatorio, superar sus sentimientos de culpa y ansiedad e intentar reconstruir los fragmentos de su vida rota conforme se iba encontrando con algunos de los míticos personajes de Carroll -el Conejo Blanco, el Gato de Cheshire, la Duquesa, la Falsa Tortuga o la Oruga- y se adentraba en lugares como el valle de las lágrimas, la fortaleza de las puertas o el macabro taller del sombrerero loco.
Una experiencia realmente intensa que, años más tarde, tuvo una continuación: Alice madness returns. Un videojuego dirigido en el aspecto gráfico por Ken Wong al frente de un grupo de grandes artistas, Luis Melo, Hong Lei, Tyler Lockett, Wang Shenghua, Wuyuehan, Pujinsong, Jin Lei, etc, que consiguieron llevar aun más allá las oníricas fantasías del escritor británico y el afilado universo retratado por American McGee en Alice.
Basta revisar una a una las ilustraciones de El arte de Alice mad returns para constatarlo. Porque el libro es una mágica bestialidad que nos lleva del Londres del siglo XIX a los laberintos pictóricos más refinados a través de diseños pantagruélicos, barrocos y psicóticos, los cuales expanden los sentidos y significados de un texto único al que conducen hacia novedosas dimensiones.
El arte de Alice mad returns es un angustiante tapiz surreal que mezcla el expresionismo más negro y disforme con el vértigo y las alucinaciones. Combina textos gráficos procedentes de la cultura pop con manieristas bramidos procedentes del cómic o la pintura eslava. Ciertamente, la oportunidad de ver cómo se fue originando el diseño gráfico del videojuego es un banquete. Un festín que lo mismo abre un boquete en el vientre del que los mira que, agarrándolo del cuello, lo tira a un precipicio.
Estos diseños son además, un certero retrato psicoanalítico de nuestra época. Visiones de la soledad y el vacío entremezcladas con la boca de apabullantes monstruos y sangrientas escenas que condensan clasicismo y modernidad con absoluta elegancia y morbidez.
Lo cierto es que casi todos los dibujos poseen un factor común: su perversidad. Su capacidad de ahondar en la sexualidad desbordada de la adolescente. Una sexualidad sibilina e incontrolable que, en cierto modo, es reflejo de la sexualidad alterada contemporánea. De esa dificultosa y casi esquiva relación que tienen actualmente sexo y amor. Por eso el sexo en ellos provoca espanto y miedo. Es no tanto motor de liberación sino de esclavitud. Fuente de brotes psicóticos como los que aquejan a una Alicia perturbada y perturbadora, violenta y violada, convertida en un huracán sentimental. Un revuelto mar negro que, como la sociedad actual, no lucha tanto por su supervivencia como por indagar, reconstruir su identidad.
Esta Alicia es destructiva. Provoca pavor. Es casi una bruja. Un demonio perseguidor y un ángel perseguido. Los peligros a los que se enfrenta parecen salidos de su mente y son, en gran medida, reflejos de un mundo disonante. Gestos que son puertas de entrada al manicomio social. En realidad, estos grabados, lienzos, sellos, diseños son aberturas, compresas mentales, heridas sin cicatrizar y orificios. Un sangriento zoo artístico cuya función tal vez sea no tanto poner de manifiesto el desorden de la realidad sino el diabólico orden que este rutilante, desbordante caos invoca.
Esta Alicia sufre pero goza con el sufrimiento. No escapa sino que va en busca de sus pesadillas. Recrea, desea y ama sus miedos. Está enamorada del mal.
El mérito del increíble grupo artístico dirigido por Ken Wong consiste, ante todo, en haber podido ilustrar las brumas de la psique torturada de Alicia. Su siniestro mundo interior. Haber sabido describir la quebradiza mente de la adolescente instantes antes de autodestruirse para siempre y jamás. Shalam
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