Dede hace un tiempo me ocurre algo que no sé si achacar a mi edad o a mi carácter un tanto ermitaño. Cada vez que abro una red social recibo decenas de recomendaciones de libros. El problema es que son tantas que más que atesorarlas con agrado e interés, me siento abrumado por ellas. Recuerdo una tarde en la que, paseando por la Plaza Jamaa el Fna en Marrakech, me acerqué a un puesto a comprar un zumo. ¡En mala hora! De repente, (más por guasa que por necesidad), de todas partes y de todos lugares de aquellas tiendas, surgieron gritos de vendedores que movían sus manos incesamente intentando atraerme para que fuera el cliente de uno de ellos en concreto. Obviamente, eran tantos los chillidos, mensajes discordantes, risas y aspavientos que me acechaban, que no dudé en darme media vuelta y alejarme como pude de allí. En parte, riéndome y en parte, abrumado.

Sé que no es comparable la experiencia pero a veces la sobrecarga de recomendaciones lo que logra es que me refugie o bien en los clásicos o que se me quiten las ganas de rastrear en las novedades.  Es cierto que la mayoría de estas sugerencias de lectura me resultan muy estimulantes y debería, por tanto, alegrarme de encontrarlas. Pero soy sincero al confesar que no me produce ninguna satisfacción verlas. Tal vez porque las interpreto como bombardeos, distractores, fogonazos publicitarios que acaban produciéndome antes o después confusión y zozobra. De hecho, en vez de hacerme sentir tranquilo y en paz con el libro que llevo entre manos en ese momento, me provocan cierta intranquilidad al mostrarme con meridiana claridad todos los que no podré nunca leer por más que me interesen.

Tengo la sensación de que ya casi nadie se toma el tiempo necesario para hablar de los libros que ama porque lo importante hoy en día son los libros que tenemos que leer para continuar con una carrera hacia delante cuyo sentido desconozco. En gran medida, en vez de reflexionar con la debida calma sobre los textos que leemos (¿No se trataba, al fin y al cabo, de eso?) caminamos raudos y veloces a adquirir nuevos descubrimientos literarios que serán rápidamente sustituidos por otros sin que parezca ya tener sentido ni lo que leímos ni lo que dejamos de leer ni lo que podríamos leer.

En realidad, como prácticamente todo objeto o evento contemporáneo, las sugerencias han terminado convirtiéndose en perversos arfetactos que nos alejan de la lectura y contribuyen a inculcarnos el virus de la insatisfacción más que el de la curiosidad. Shalam

نحن نميل إلى الشعور بالامتنان للأخطاء التي اعتدنا عليها.

Solemos sentirnos agradecidos por los errores a los que estamos acostumbrados