No soy mucho de recomendar bares ni cafés. Espacios que se encuentran a pie de calle y considero que hay que conocer o bien por azar o bien porque alguien que los frecuente habitualmente, nos lleve a ellos. Tengo claro no obstante que cualquiera que visite Cartagena haría bien en tomarse algo en El soldadito de Plomo. Un lugar, como su nombre indica, con aroma a cuento infantil donde, de tanto en tanto, realizan exposiciones que suelen mágicamente simbiotizarse con el ambiente hasta el punto de parecer parte de su decoración original. Caso de la que contemplé el pasado verano de Mª Carmen Salas Jerez: 2021. Una Odisea Surrealista.
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2021. Una Odisea Surrealista es una muestra de 14 esculturas realizadas por la artista cartagenera desde el año 2009 hasta el 2021. Aunque debido a su coherencia interna, podría creerme perfectamente que fueron realizadas en el período de uno o dos años. Básicamente porque son imágenes y reflejos oníricos. Muestras del inconsciente de la creadora que lo mismo podrían haber salido a la luz durante una noche de trabajo febril tras ser extraídas de su cerebro y alma por una presencia vampírica o durante toda una vida. Lo mismo da. Lo importante es que las «presencias» están aquí. Se encuentran al fin entre nosotros.
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Las esculturas de 2021: una odisea surrealista son, en realidad, sombras. Amenazas. Delirios. Designios. Profecías. Siempre que se usan este tipo de calificativos yo al menos suelo citar el nombre de David Lynch para orientar al espectador. Pero creo que en este caso no es el adecuado. Ante todo, porque lo que sorprende de estos objetos artísticos es su naturalidad.
Sí, es cierto que su aspecto es mágico y amenazador y que todo en ellos remite a los mundos de fantasía románticos pero creo que es cierto también que poseen una catadura real muy acusada. Tanto que a nadie les sorprendería verlos en una calle junto a farolas o carteles publicitarios. Sobre todo, porque muchas de estas piezas nos advierten de aspectos negativos del mundo que tenemos tan interiorizados que es inevitable sentirnos familiarizados al contemplarlas. Y, a su manera, cada una de ellas es una advertencia. La prueba de que muchos de los funestos designios del pasado sobre este mundo (ahí están el confinamiento y el coronavirus para corroborarlo) se han hecho realidad. Una clara manifestación de que la humanidad vive desde hace tiempo más dentro de una pesadilla que de un sueño agradable.
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Sería injusto no obstante únicamente apuntar al aspecto mórbido y enfermizo de las piezas. La mayoría lo tienen, sí, pero no es esa su única característica. De hecho, 2021: una odisea surrealista es más un viaje por la imaginación que por el horror. Otra cosa es que durante esa travesía surjan del espacio o de entre las paredes, espejos y techos broches dorados, lámparas metálicas, liendres gigantescas, opalescentes vestidos de bruja, celestes plumas de pavos reales o silenciosas máscaras de mimo que puedan provocar en primera instancia miedo o repulsión. Sensaciones producidas más por la sorpresa del primer contacto que por la naturaleza y esencia de estos objetos maravillosos extraídos del limbo.
De hecho, aun sin negar su aspecto luctuoso, cada una de estas obras posee un carácter juguetón muy acusado. Muchas de ellas me recuerdan a discos de The Cure. Son parecidas a las patas de una araña inofensiva o al vuelo de una mariposa en una habitación cerrada. Transmiten desesperación pero también confianza. La creencia en un mundo ulterior y superior donde nuestro desorden posee un sentido mágico.
La autora confiesa en el libreto que acompaña a la exposición su amor por La Bola de Cristal. Aquel delicioso programa televisivo en el que reinaban la bruja Avería y los Electroduentes. Y no lo dudo. Puesto que la magia pop de los 80 recubre (o más que recubrir, respalda) a esta exposición que, repito, sería aún más disfrutable si se recorriera escuchando la voz de Robert Smith. Uno de esos discos de The Cure parecidos a flores negras, violetas y tijeras ensangrentadas.
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Creo que hay un último aspecto que me gustaría destacar de estas piezas. Me refiero a la claridad con la que transmiten uno de los decadentes procesos que vivimos actualmente. Me refiero a la pérdida del espíritu carnavalesco.
Virus, impuestos, restricciones y obligaciones han acabado por clavar el puñal en el cuerpo de un acontecimiento cultural previamente herido de muerte: el carnaval. Ese ámbito en que las identidades se confunden, los cuerpos se manosean y la comida se convierte en arte hedonista y disfrutable.
Motivo por el que entiendo que muchas de las piezas de Salas poseen un carácter triste aunque intentan sonreír (y de hecho lo hacen) o alzarse esplendorosas desde el caos. En realidad, la mayoría de los espíritus que anidan en estas esculturas están vivos, sí, pero también se encuentran caídos. Esperando mordernos. Vengarse por años de estulticia y miseria. Aunque son también conscientes de que su mayor victoria es precisamente la de encontrarse entre nosotros recordándonos lo mucho que hemos perdido por olvidar o dejar atrás los juegos de niños. La inocencia y la risa. Shalam
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