Resulta realmente maravilloso contemplar imágenes de la juventud anglosajona bailando fervorosamente «The Twist»; el clásico de Hank Ballard que popularizó Chubby Checker. Sobre todo, porque existe verdadera ilusión en quienes danzan. Una inocencia que en absoluto es impostada. Es real. Llena de frescura. Nadie pretendía nada por mover los pies y las caderas al ritmo de «The Twist». Tan sólo divertirse lo más posible. De alguna forma, esas imágenes son arte camp sin pretenderlo y remiten a las edulcoradas acuarelas de Norman Rockwell. Son una bonita estampa del ser humano sin guerras ni pobreza a sus costados. Tan bella que los intentos por rememorar aquellos lejanos bailes realizados en Pulp Fiction o Mad Men aunque son realmente meritorios siempre se quedan a mitad de camino. Puesto que reflejan nostalgia. Deseos de regresar a una Arcadia perdida. Existe algo en ellos artificial que no permite que se puedan comparar ni igualar con las originales. Son homenajes rendidos, melancólicos y divertidos al pasado. Elegantes recreaciones de la época que no aportan significados nuevos más allá de la pura recreación y el placer estético.
En este sentido, prefiero las operaciones efectuadas por David Lynch o Luis Buñuel en Mulhlolland Drive, Inland empire o Simón del desierto porque ambos pervierten la estampa dorada de aquellas danzas. El lienzo clásico. Se rinden a ellas para explorar su lado oculto y libidinoso. Tras un twist o un baile de época filmado por Lynch o Buñuel, imaginamos vicio y pesadillas. Ambos destruyen la postal de la época insistendo en el lado oculto de las esplendorosas imágenes que contemplamos. Inciden, sí, en la sospecha y la burla al pasado sin que los actores dejen de mover los pies. Poniendo de manifiesto el diabólico peligro que el rock and roll traía consigo. Pura locura y vicio. Shalam
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