Aracá azul es marihuana política. Un tratado antropológico sobre la música brasileña que, por momentos, rememora las grabaciones de Alan Lomax y en otros, planea por cielos psicodélicos lo suficientemente experimentales como para dejar varios metros atrás los cuelgues tropicales. Es, sí, un disco ácrata y rebelde realizado por un inconformista. El espíritu de Lautreamont bañándose en las playas de Río de Janeiro.
Una prueba de que el arte más vivo y anárquico se ejerce pendiente de uno mismo y no de los demás. Mirándose de reojo el miembro sexual mientras se otean horizontes por los que nadie desea subir. Caminos rocosos, fangosos llenos de carteles de prohibido.
Caetano Veloso tenía que estar enfadado cuando creó esta musaraña musical o al menos, sentirse atrapado entre dos aguas: el Londres glam, experimental, culto y vanguardista donde se había exiliado y su pasado reciente en su país como legendario músico experimental de la Tropicalia con una cada vez más grande aceptación popular. Debía, sí, sentirse cercado por sus profundas convicciones políticas libertarias, su necesidad de ir un paso más allá y continuar experimentando, y las expectativas masivas de un público que lo adoraba y aguardaba sus nuevas canciones para retozar en la playa entre cuerpos insinuantes, loas a la libertad, alegría, balones de fútbol y mares en calma.
Sin embargo, contrariamente a lo que sus seguidores esperaban, como resultado de estos dos impulsos -el Occidente moderno y la selva, el teatro y la fabela, la tecnología y la artesanía- brotó de sus riñones un disco único, irrepetible, transgresor y volátil. Una mezcla entre un experimento vanguardista y la música de raíz. Un llanto puro repleto de oscuridad tonal. En suma, un suicidio comercial que provocó el estupor y el rechazo del pueblo pero que, con el paso del tiempo, ha demostrado ser una cima artística. Una inusual colina a través de la que Caetano Veloso realizó una arriesgada defensa de la esencia de los músicos. Una declaración de principios por medio de la que reivindicaba la necesidad imperiosa de los artistas de crear (y amar) en los términos que necesiten o deseen -nunca en los que se les impongan- aun a fuerza de ser desterrados de tierras fecundas. Los ríos y las tierras de donde brotan opulentos frutos económicos.
Aracá azul posee múltiples planos, aristas y dimensiones. Hay momentos en los que parece que estamos en un disco de la Spiders from Mars y la voz de Caetano Veloso va a susurrar sugerentes melodías en medio del Apocalipsis como si fuera David Bowie. Otros en los que pareciera ser un disco de arte y ensayo. Haber sido compuesto a medias con Yoko Ono para una exposición o performance de la Fluxus. Y otros en los que emanan guitarras que parecen guineanas, un cruce entre el calypso y Hendrix y, al poco tiempo, se convierten en las clásicas y punzantes de la Tropicalia o la música ligera brasileña. Creo que porque la vocación de este extraño brebaje es mutar. Es un lagarto que nunca es fiel a su identidad y se revuelve en cada corte del disco por su necesidad de experimentar.
Aracá azul es samba dodecafónica y de cámara escondida en los rincones más ásperos del White album o la vertiente sinfónica del Yellow Submarine de The Beatles. Artaud comiéndose a bocados la Bossa Nova. Ramalazos de reivindicaciones políticas y sociales en medio de lágrimas por algún amor perdido. Y en definitiva, sí, violencia artística ejercida sin remordimientos contra el pop y la música folklórica. Y, sobre todo, en contra de las expectativas y los caminos planos y ya trazados de antemano.
Por la actitud con la que fue compuesto, Aracá azul me recuerda principalmente a dos discos: Around the world in a day de Prince y My life in the Bush of Ghosts de Brian Eno y David Byrne. En el primer caso, por la rebeldía. Ese afán de experimentación y romper moldes tras años de duras batallas por conseguir el éxito. Y en el segundo, por ser una especie de laboratorio de la música étnica. En este caso, no tanto mirando al futuro sino hacia atrás y hacia delante al mismo compás.
No importa de todas formas porque, en esencia, un disco como el creado por Veloso consiguió crear su propio tiempo y espacio. Y con el paso de los años, emerge como una bellísima flor negra en medio de un jardín colorido. El rugido delicado de un artista que se negaba desesperadamente a ser domesticado. Shalam
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