¡Sancho Panza! Ayer pensé en él. Me pregunté el motivo por el que cuando escribí recientemente sobre Francisco Ibáñez en avería, no lo mencioné como uno de los bastiones y referentes de sus mágicas creaciones. Algo que creo que se debe a que, en realidad, Sancho Panza es mucho más que un personaje. Es un arquetipo. Casi un mito. Y no resulta difícil observar su influjo detrás tanto de gran parte del arte truculento y absurdo creado en nuestro país como del cómico. Por lo que, en cierto modo, resulta casi superfluo citarlo. Todos sabemos que detrás de cada español hay un Sancho Panza porque si bien hay cientos de estudios psicológicos sobre don Quijote no los hay tantos sobre su humilde y carismático compañero. Un personaje tan real que hace superfluo cualquier análisis sobre su figura. Sancho es comprensible a todos. Es tangible. Es pueblo. Es de carne y hueso. Tierra. Es nuestro pan literario. Se explica a sí mismo con dos o tres frases. Y es por eso por lo que es un misterio. Un alma en la que bucear constantemente. Porque no esconde nada y lo dice todo. No es alguien en principio enigmático o que guarde ningún secreto sino un espejo donde todos nos reflejamos. Es, sí, un personaje tan, tan tradicional y ancestral que es prácticamente kafkiano. A nadie le extrañaría contemplarlo en medio de un castillo junto a un rey o en los más recónditos pasadizos históricos dialogando con agrimensores, venteros y vagabundos. Shalam
أفضل باب مغلق هو الباب الذي يمكن تركه مفتوحًا
La puerta mejor cerrada es aquella que puede dejarse abierta
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