Ya me encuentro en la recta final de la escritura de Martillo. Y no obstante, no puedo evitar sentir deseos de aferrarme al libro como si fuera una peonza mágica, un caleidoscopio infinito que me proporcionara siempre de una u otra manera felicidad. Tengo a veces la sensación de haber escrito un texto lúdico y en cierto sentido, mágico que fluye libremente. De acuerdo, resulta presuntuoso hablar de nuestras propias creaciones y más, de la forma en que lo estoy haciendo. Por lo que aclararé que estoy más bien comentando mis impresiones ahora mismo y no tanto de los recursos técnicos y críticos empleados. Estoy refiriéndome a cómo me siento al escribir el libro. Tal vez sea un muy mal texto pero convendremos que ni siquiera este hecho invalidaría el que para mí, haya sido un elixir. Un brebaje de sabor muy dulce. Martillo es un libro fluido que no se ha trabado en ninguna ocasión y en el que mi mayor trabajo ha sido simplemente ponerme delante de la computadora y dejar que las palabras se fueran colocando solas. Creo que lo esencial es que en la novela habita el espíritu de la infancia. Del juego. Hay un niño que se ha divertido creándola y ha sonreído varias veces cuando construía una u otra escena e iba hilvanando perfiles de personajes que se repetían alternativamente a lo largo de la narración. Yo, como escritor, manejo muchas de las líneas de proyección del texto pero mentiría si dijera que todas. El propio texto ha impuesto su ley en determinados momentos y ha ido guiándome para que yo comprendiera qué es exactamente lo que deseaba expresar y sobre todo cómo hacerlo. Y por ello, es que hay ciertos detalles que no conozco o se me escapan de la narración. Lo que no tiene más importancia, puesto que considero que la novela es un paso firme hacia adelante y cuando hacemos esto, siempre hay un pie que queda atrás: un horizonte que antes manejábamos pero ahora no vemos o controlamos.
Debo reconocer que estoy contento tanto con el proceso como con los resultados de Martillo. No ha sido en absoluto angustioso escribirlo como me ha ocurrido con algún otro libro (en concreto, mi tesis sobre Ernesto Sábato) en otras ocasiones. Y en este sentido, es que me parece que es lo más parecido a una tema italo-disco. Sí. Ya sé que decenas de miles de personas detestan este estilo musical. Pero en muchos de los mejores recuerdos que tengo de mi niñez, aparece. Mi infancia no hubiera sido igual sin las canciones de Ken Laszlo, Cyber People o Savage. Tampoco es que la influenciaran en exceso. Pero me es imposible no rememorar con afecto múltiples momentos en que mientras me revolcaba en la arena, sonaban esas melodías que aspiraban a condensar en varios minutos el secreto de la eterna juventud y la felicidad. Y todavía continúan haciéndome sonreír. Divirtiéndome, haciéndome dichoso y aportándome ganas de vivir como casi ningún estilo musical o disco (por más prestigio cultural o artístico del que goce) puede hacer.
Si es que Martillo, por tanto, trae el aroma travieso y revoltoso del italo consigo, ¡bienvenido sea! ¡No existe un mayor halago para mí!. Shalam
A veces ocurren estas cosas. Hace más de un año que terminé el primer manuscrito de Puercos que, en breve, revisaré. Una novela muy influenciada por...
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