Es curioso. Las novelas que intentan ilustrar la realidad o diagramarla, suelen reducirla. Estrecharla, moldearla, encasillarla y, en algún caso, enjaularla. Y al contrario, la locura y la excentricidad abren innumerables vías y conductos para que respire el lector o la misma realidad.
Lord, un delirante texto de Joao Gilberto Noll, es una de estas últimas obras. A partir de una breve anécdota -un escritor brasileño que llega a Inglaterra tras ser invitado a impartir una conferencia, un curso de literatura o ¿quién sabe qué? por una fantasmagórica institución- se forja un texto a mitad de camino de un viaje ácido y una excursión esquizofrénica lleno de resonancias y sugerencias. Una delirante excentricidad surgida de ninguna parte que, supongo, habrían firmado más que gustosamente Mario Levrero o César Aira. Ya que Lord es un cruce -es un decir- entre las estéticas de Clarice Lispector, Fernado Pessoa y Franz Kakfa. Una narración que obliga a buscar nuevos términos más allá del manido surrealismo y que resulta tan difícil de interpretar como divertida. Siendo capaz de abrir nuevas dimensiones, continuas cavidades textuales a partir de un monólogo que va contradiciéndose, desestructurándose y reconstruyéndose continuamente. Va fluyendo en libertad pegando picotazos por allí y por allá tan psicóticos como lúcidos. Convirtiendo el texto en un carnaval. Los fragmentos de una cabeza danzando en absoluta libertad. Samba intelectual en busca de los últimos reflujos del dandismo mientras suenan canciones de The Beatles. Extravíos y encuentros identitarios en medio de ese confuso mundo global en que ya no se sabe qué es un inglés, un brasileño o un español. O si un lord es un hipster y un escritor, un hombre de negocios, un comunicador o un político. Tal vez incluso un hombre anuncio. Y los tópicos y costumbres y memorias y recuerdos y vivencias cambian vertiginosamente. Se encuentran de frente mirando a un abismo de incongruencias que convoca el olvido absoluto, la muerte transitoria o la locura como breves, escasos refugios de los ciudadanos libres.
Desde luego, Joao Gilberto Noll es el hombre. El escritor. Un narrador pasado absolutamente de vueltas pero, a la vez, increíblemente lúcido. Capaz de convocar humor en medio de la hecatombe nihilista, convertir el horror en risa, la excentricidad en deseable normalidad y transformar una tortuosa novela de W.G. Sebald en un sketch de Buster Keaton.
Estoy seguro de que si Samuel Becket estuviera vivo, se desayunaría cada día varios párrafos de las novelas de Noll para encontrar fuerzas para vivir. Encontrar la inspiración necesaria para finalizar su trilogía de Molloy. Porque el escritor brasileño deja que hable la propia literatura. Que ella misma convoque argumentos y rituales trazando una cartografía que convierte cada palabra en risa y cada párrafo en sexo. Cuerpo carnal compuesto de letras que orienta y desorienta a la vez. Transmitiendo con precisión la incertidumbre de este presente a través de un yo que, finalmente, no sabemos si se encuentra perdido porque lo que desea, en realidad, es desorientarnos para así, poder al fin conquistar sus momentos de paz y libertad. Conquistar el orgasmo perverso.
Lord es puro lirismo. Un «spleen» perpetuo. La mezcla entre la saudade portuguesa y la alegría brasileña. Jorge Amado describiendo su encuentro con un joven Thomas Pynchon en una sala llena de gente riendo. Cientos de imágenes inconexas que por ello mismo, diagraman firedignamente este mundo. Y la prueba de que la literatura no es tanto un delirio sino que el propio lenguaje es el que lo es. Pues sus reglas lo permiten y posibilitan todo. Son ellas las que imponen lo imposible como norma y paradójicamente, convierten a los escritores en esclavos de los maestros de gramática. Negros funcionarios del Estado. Sombras diluidas en ese maremoto global que retrata Lord. Shalam
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