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Mirror ball

Oct 24, 2018 | 0 Comentarios

Probablemente, muchos pensarán que exagero pero considero Mirror ball como uno de los discos más emocionantes de la historia del rock.

En 1995, Pearl Jam estaban lanzados. Era una de los grupos más peligrosos, vivos y corrosivos del planeta. Se encontraban en la cima del mundo y todavía no habían sufrido ningún bajón creativo. Habían grabado tres discos memorables y renovado el rock gracias a la actitud punk, cruda y volcánica que caracterizó al grunge. En aquellos años, Pearl Jam se encontraban en la cima de su popularidad. Tenían el encanto de las viejas grandes bandas. Eran una mezcla entre The Who y Creedence Clearwater Revival. La combinación perfecta entre el rock independiente universitario y el épico que había caracterizado a muchos grupos de los 70. Entre la música subterránea y la de estadio. Lo tenían todo. Singles pegadizos, trallazos nihilistas, visceralidad y pasión. Eran una banda rabiosamente viva para la que cada concierto era el último y lógicamente, los jóvenes de medio enloquecieron rápidamente con ellos.

Y por el otro lado, Neil Young venía también a toda velocidad. Se encontraba -y esto es decir mucho- en una de sus etapas más creativas. Había grabado en poco más de cinco años dos discos muy interesantes (Freedom y Sleeps with angels) y dos obras maestras (Ragged Glory y Harvest Moon) y no había quien lo parase. Tras unos años un tanto perdido, se había vuelto a encontrar a sí mismo y se encontraba desatado.

Sus conciertos de aquellos tiempos junto a The Crazy Horses fueron históricos. Neil era una locomotora. Un animal que escupía rock por la boca y era capaz con tan sólo acariciar su guitarra de convertir cualquier escenario en un maremoto sonoro y una noche en una tormenta. Neil estaba ciertamente inspirado, tocado por la varita mágica y sumamente contento de estar de nuevo en forma y añadiendo un clásico tras otro a su cancionero inmortal. No obstante, tenía tanta rabia en su interior y se encontraba tan vivo y excitado que no dudó en colaborar con los nuevos cachorros del rock. Algo bastante lógico teniendo en cuenta que, gracias a la excitación generada por el grunge, había podido conectar con un público que caía rendido ante su magnetismo. La manera en la que hacía caer rayos del cielo en cuanto comenzaba a cantar.

Obviamente del encuentro de estos dos titanes tenía que salir algo apasionante, como así fue. Según parece, el disco se grabó a toda velocidad. En tan sólo cuatro sesiones. No sé si como homenaje a las viejas grabaciones de los 50, para aprovechar la racha de inspiración que todos llevaban o por los compromisos futuros que tenían contraídos. Young, por ejemplo, compuso la mayoría de los temas en menos de una semana y, sin ensayar demasiado, todos se lanzaron como posesos a interpretar las canciones de este disco caótico, mágico y visceral. Una premura que, en principio, podría haber perjudicado al acabado final de la obra aunque lo cierto fue que, gracias a la rapidez con la que se llevó a cabo el proceso, Mirror ball se convirtió en uno de los testimonios más francos y directos del rock de los 90. Una apisonadora que huele a libertad y locura, posee la suave frescura de la brisa de una montaña y contiene al menos cinco temas que podrían formar parte de cualquier recopilatorio sobre el grunge. 

Como es de suponer, el disco fue casi grabado en directo. Y por ello, algunos críticos lo acusan de tener un sonido un tanto deslabazado o de ser un poco caótico. Pero esa es precisamente su fuerza y encanto. Que es más un ensayo que un LP al uso y aun así, es descomunal. Desprende una energía enorme. Y eso a pesar de que Eddie Vedder no pasaba por su mejor momento personal y prácticamente no pudo colaborar en la grabación. Algo lamentable porque sus escasos duetos con Neil echan fuego y es fácil percibir que entre él y el músico canadiense había una conexión íntima y total. Que ambos dos eran conscientes de la oportunidad única que suponía esta colaboración y la habían convertido en un ritual catártico.

Ciertamente, Mirror ball no es una obra convencional. Es una bomba de rock desnudo llena de salvajes pasajes instrumentales. Es una jam session brutal. Un viaje por praderas desnudas que une las feroces experimentaciones de los años del hippismo con las cínicas y destructivas odas grunge. Es, sí, un disco fuera del tiempo. La banda sonora de un western crepuscular y apocalíptico. Un brutal duelo a muerte entre el punk y la poesía. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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