En muchas ocasiones, tengo la impresión de que los instrumentos que escucho en las obras de Witold Lutoslawski son termitas; hormigas royendo el cerebro; inquietos sortilegios; susurros de hombres solitarios que ni se molestan en gritar; murmullos de almas perdidas entre las brumas de negros castillos.
El concierto de piano para Krystian Zimerman -su mentor- es un buen ejemplo. El piano aquí está embrujado. Parece a veces que camina solo en medio de continuos jirones musicales. Refleja la inquietud de seres humanos demolidos, aniquilados por la incertidumbre. Convoca continuamente interrogantes y refleja dudas y desgarros con idéntica solidez.
Toda obra de música clásica que escucho me transporta a un paisaje. Me obliga a rememorar ecos de viejas historias perdidas. Pero este concierto de Lutoslawski no lo ha hecho. Porque he escrito (o más bien corregido) innumerables párrafos de Puercos mientras sonaba en mi habitación. Y, por tanto, la mayoría de imágenes que vienen a mi cabeza están relacionadas con la locura de un joven conde -el nieto de aquel esquizofrénico que protagonizaba El jardinero– perseguido por egóticos artistas dentro de un monumental torreón en cuyas paredes se realizan todo tipo de perversiones.
Obviamente, por ello entronco las notas del piano o los fugaces y cortantes violines con la perturbada mente del personaje. Con su introversión y ensimismamiento y su pérdida de equilibrio entre los huecos de habitaciones oscuras iluminadas por negras obras artísticas, los aterradores lienzos de sus antepasados y la visión de una vieja anciana meciéndose en un sucio columpio. Y por ello, cada vez que la composición de Lutoslawski da un giro vertiginoso, imagino el desgarrado rostro del neurótico noble, mientras camina por estrechos vestíbulos y es observado por maliciosos insectos y una inacabable ristra de onerosos jardineros.
Ciertamente, cada persona tendrá una impresión diferente al penetrar en esta obra o muchas de las desarrolladas durante su etapa de madurez. Pero eso sí, no puedo asegurar cuál sea el resultado de la exposición a su escucha. Pues el compositor polaco es uno de los escasos músicos que me hacen sentir viviendo una experiencia al adentrarme en sus obras. Que estoy penetrando mundos desconocidos, artísticos y vitales o atravesando montañas sonoras y mentales.
Lutoslawski, sí, nos habla de territorios devastados. Invoca el misterio de la aniquilación. Nos hace escuchar la portentosa voz de los torturados y los quejidos de los incinerados. Su música es una explosión nuclear que, aún y a pesar de los gritos desgarrados, otea el futuro y lo hace a través de nubarrones y el vértigo. Dibujando la silueta de esquivos aguiluchos que bailan entre parajes derruidos, iglesias bizantinas y muros de piadosos.
Su obra no es un agujero negro pero se le parece y aun así, transmite deseos de continuar; de saber lo que vendrá después de la civilización. Aunque aquello que ocurra no sea más que la DESESPERACIÓN TOTAL.Shalam
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