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La muerte de Tony Soprano en Arabia

Dic 17, 2013 | 0 Comentarios

Dejo a continuación mi visión sobre uno de los finales más sugerentes realizados jamás para un producto televisivo. Me refiero, claro, a la conclusión de Los Soprano. Esa bofetada en la cara del sueño americano que al menos para mí tiene -junto a La dimensión desconocida y Twin Peaks– el honor de ser la más grande serie de la historia.

Ahí va:

No recuerdo si fue sobre la cima de una montaña, a la edad de 35 años, tras su peregrinación al desierto y varios días de ayuno, que el profeta Isaías pronunció uno de sus más recordados discursos: El sermón de los milagros. Una alocución en la que afirmaba que dios creó los arboles, los ríos y los animales, los cielos, el sol, la luna y el firmamento con el fin de que los seres humanos nunca dejáramos de asombrarnos. Comprendiéramos que nuestra existencia era un regalo, un milagro maravilloso. Y que si decidió crear diferentes razas y distintos lenguajes, fue para que ningún hombre, independientemente del lugar donde hubiera nacido, creyera ser superior a “otro” y aprendiéramos a respetarnos y amarnos tanto por nuestras semejanzas como por nuestras diferencias. Según el profeta, dios legó las frutas, los alimentos y el agua para que nunca pasáramos hambre y sed. Y de su vientre, hizo emerger el océano y los mares bravíos para que experimentásemos la grandeza de lo desconocido, los riesgos connaturales a todo lo existente y vislumbráramos que la vida, en esencia, es una aventura cuyo final no conoce nadie. E, igualmente, -así lo dijo Isaías con sus brazos abiertos para recibir las bendiciones solares- nos donó poderes creativos para que pudiéramos experimentar el intenso amor con el que fuimos engendrados.

Tampoco recuerdo exactamente si fue junto a un río, que el poeta persa Rumi congregó a sus discípulos a la hora nona del vigesimosexto día del mes cuarto para comunicarles que dios legó a los hombres el arte con el fin de que pudieran experimentar, conocer el lenguaje del paraíso. Y que colocó las estrellas sobre el cielo para que supiéramos cuál es el tamaño de los ojos divinos y la luz que habita en su interior, y nunca nos sintiéramos solos. Pero sí me acuerdo de que, tras decir estas palabras, Rumi (que mientras pronunciaba su discurso, había mirado fijamente en varias ocasiones a un ruiseñor que se desplazaba alegremente entre los árboles), afirmó, con sus brazos alzados al viento, que dios quiso que nuestro planeta girara continuamente para que, como el poeta griego Heráclito dijera, entendiéramos que cada día, momento y segundo era una oportunidad. Y la existencia, una experiencia irrepetible.

Realmente, tampoco puedo acordarme si era de noche o de día cuando en una de sus peregrinaciones, el místico sufí Nasrudim encontró a varios derviches ocultos en una cueva ante los que pronunció un discurso en el que afirmó que dios admitió la existencia del mal para que el hombre se pusiera a prueba a sí mismo, demostrara ser su hijo y honrara la vida con su presencia. Y que creó ciertos tipos de secretos para que nunca jamás fueran desentrañados. Pues de ser así, la vida entera perdería su sentido. No sería creación sino repetición. Muerte. Un camino hacia ninguna parte sin viajes ni desafíos ni nada, en esencia, que comprender. Siendo imposible, por tanto,la existencia de creaciones como Las mil y una noches, Macbeth, Dr. Jeckyll y Mr.Hyde o Moby Dick. Obras que brotan y nacen del caos.

Ignoro si muchos seguidores de Los Soprano han leído alguno de los discursos de Isaías, un poema de Rumi o conocen las célebres enseñanzas de Nasrudim, o si muchos de ellos realizan meditaciones o practican yoga habitualmente. Tampoco sé si el profeta bíblico, el místico sufí o el poeta persa estarían interesados en contemplar las seis temporadas de la serie Los Soprano de encontrarse vivos. Lo que sí que me atrevería a sugerir es que, de haberlas visto, ninguno de ellos hubiera puesto objeción alguna a su conclusión. Al contrario, la hubieran aceptado tal y como es. Y, desde luego, no hubieran querido participar de ese juego absurdo que consiste en buscar diversas interpretaciones a un misterio que resulta imposible desentrañar como es la muerte de un hombre; en este caso, Tony Soprano. Estoy firmemente convencido de que los tres sabios no hubieran querido ahondar más en el desenlace de la serie. Que incluso les hubiera complacido la visión de David Chase sobre la vida del temible gangster. Y que hubieran pronunciado varios versos sagrados al observar que la pantalla se tornaba oscura y muda. Porque, en verdad, hay pocas formas más respetuosas a la par que geniales de filmar la muerte de una persona que aquella con la que su creador quiso poner punto y final a uno de los mayores monumentos épicos, artísticos de nuestro tiempo.

La época que vivimos actualmente es increíble en muchos de sus aspectos. Pero también muy lamentable en otros. Tanto que cuesta imaginarse a la mayoría de jóvenes norteamericanos (o anglosajones) seguidores de la serie, desplazándose a La India o a África por otro motivo que no sea una empresa bélica o económica. No hace demasiado tiempo no era así. Las sinfonías pop de grupos infravalorados en nuestra época como Génesis o Yes fueron, a principios de los 70, la banda sonora ideal para los muchachos de una generación ansiosa por cambiar el mundo y descubrirse a sí misma. Algo que hoy en día nos parece inverosímil. Motivo por el que tal vez nos suena extraño, muy extraño pensar que un norteamericano pudiera dirigirse a estos continentes en busca de la revelación y comprensión de arcanos secretos. Y aún más, si el viaje tuviera como objetivo algo relacionado con la muerte de Tony Soprano. Normalmente, cuando uno se dirige en peregrinación a un sabio suele preguntarle por asuntos concernientes a su yo íntimo. De ser posible, trascendentales. Y no es muy verosímil que lo haga sobre una obra de arte. Menos aún, si esta es actual. Ok. Podemos imaginarnos a un muchacho preguntando sobre el significado de don Quijote a un gurú indio. Pero nos cuesta mucho más visualizar a alguien interrogándolo sobre el final de Los Soprano. No únicamente porque su realización es excesivamente reciente -lo que resta capacidad y poder mítico, simbólico a la obra- sino también, porque se entiende que hablar de Tony Soprano puede ser una excusa elegida por el consultante para no hacerlo de sí mismo, su angustia y problemas. Reacción que, en cierto modo, ha provocado un maravilloso final como el diseñado por David Chase para su creación. Pues muchas personas han buscado comprenderlo de todas las formas posibles y utilizando cualquier medio a su alcance, en lo que pienso no es sino una forma de huir de sí mismos y de una experiencia que, queramos o no, todos vamos a experimentar como es la muerte.

Llama la atención además, que sean precisamente muchos de los jóvenes anti-sistema que lanzan proclamas contra las películas de Disney o tantos y tantos films edulcorados, los primeros que protestaran contra esta conclusión y realizaran todo tipo de investigaciones para explicar la muerte de su anti-héroe favorito, negarla o averiguar sus motivo. Sobre todo, porque este hecho nos indica que la cultura occidental, en su mayor parte, todavía no ha podido dar respuesta a un hecho tan trascendental como el ocaso de la vida. En cualquier caso, esto no es problema de David Chase. Un autor que además, tuvo la delicadeza de ir previniendo al espectador respecto al desenlace de la serie -¿podía haber otro?- utilizando una serie de símbolos que han sido con más o menos fortuna analizados en múltiples páginas webs de, entre las que destacaría, la excepcional www.masterofsopranos.wordpress.com. Por lo que no entraré en ellos ni en una serie de señales que, bien analizadas, se entenderá que nos llevan de la mano hacia la conclusión de una saga que incide en un hecho que, solo lentamente, se está comenzando a admitir -pero del que seremos testigos con seguridad en las próximas décadas-: la caída del imperio americano. La lenta pero segura muerte del sueño americano que, al fin y al cabo, es la sublimación que han construido los mass-media de un país racista donde impera la ley del más fuerte, el capitalismo feroz, se glorifica la violencia y cuesta mucho aceptar procesos naturales como la vejez o la muerte.

Creo que, de alguna manera, lo que hizo Chase fue retratar con precisión de cirujano la decadencia de un país. Poner en evidencia sus neurosis. Mostrar el aniquilamiento de todas aquellas ilusorias mentiras y sueños en los que creyó. Y por eso fue tan traumática e incomprendida la muerte de Tony Soprano y afectó tanto a los brokers de Wall Street como a los activistas anti-sistema, estudiantes universitarios, amas de casa o a jubilados. Porque detrás del monstruoso gangster no se encontraba un personaje televisivo sino toda un pueblo que se veía retratado en él. Y entendía a través de los distintos episodios de una serie inolvidable que, aunque la Constitución o los libros de texto dijeran lo contrario, así es cómo se levantaron las ciudades, las grandes fortunas y se convirtieron en la nación más importante de la tierra: a golpes de violencia y traición. Salvajismo y crueldad. Motivo por el que se admiraba tanto a Tony Soprano, muchos de los televidentes hubieran deseado que fuera su padre o al menos, un familiar lejano al que poder recurrir en el momento indicado y dolió tanto esa muerte que Chase se vio obligado a ocultar a un espectador que, en muchos casos, no pudo ni supo asumirla porque se veía reflejado en ella. Y, aunque no fuera consciente de este hecho, era quien se ponía delante de un psicoanalista cada vez que el jefe de la familia Soprano visitaba a la Doctora Jenifer Melfi.

Dicho esto, entiendo que se comprenderán mejor las innumerables teorías que ha despertado este final. Que, en realidad, no me interesan demasiado. Más me atrae de hecho, imaginar una hipotética conversación sobre la muerte de Tony Soprano entre un joven norteamericano y un sabio hindú.

Supongo que el joven no le preguntaría al Maestro por su opinión sobre la controvertida escena sino que, teniendo en cuenta el rango de la persona a la que se dirigiría, lo haría sobre el porqué de su insatisfacción cuando la contempló por primera vez. Aunque tal vez, al darse cuenta de la bondad reflejada en el rostro de su interlocutor, se atreviera a más. Y le comentase las hipótesis que tenía sobre ese desenlace. Aquellas con las que estaba de acuerdo y con las que no. Y también le hablase sobre todas las páginas webs que había visitado y las discusiones y conversaciones que había entablado sobre este tema, así como sus opiniones personales, y los problemas internos que le había causado decantarse por una u otra.

Intuyo que el Iluminado -que habría escuchado al muchacho con los ojos cerrados- se tomaría su tiempo para contestarle. Y que, antes de comenzar a hablar, respiraría lentamente, muy lentamente y profundamente, dejando que el aire se desplazara de la cabeza a sus pies libremente. Tal vez, tras meditarlo pacientemente, iniciaría su discurso repitiendo algunos versículos del Sermón de los dones que Zacarías pronunciara en el Valle del Hinón. Insistiendo en concreto en una de sus partes. Aquella en la que el profeta bíblico afirma que dios creó el océano y los mares bravíos para que experimentásemos la grandeza de lo desconocido y entendiéramos que la vida, en esencia, es una aventura cuyo final no conoce nadie. Y tras mirar al norteamericano, ahora sí, fijamente, el sabio hindú le dijera que si ni siquiera dios sabía de ciertos misterios y secretos del mundo que había creado, como pretendía él, un chico sin mucha experiencia nacido en Ohio, conocerlo todo sobre cualquier tema, aunque el caso que les ocupara fuera una serie de televisión.

Después de pronunciar estas palabras, tras tomarse el tiempo que considerara necesario para oler el aroma de incienso y mirra procedente del altar, probablemente el Imán le preguntara al muchacho si acaso en las Universidades norteamericanas no se estudiaba al poeta Ibn Arabi en cuya lectura era muy habitual que se adentrasen, desde su adolescencia, los nacidos en muchos países orientales. Seguramente, afirmaría, no había tenido el placer de conocer bien la bella obra de este poeta pues de ser así, no le habría hablado como lo había hecho hasta entonces. Pues habría tenido la oportunidad de leer el poema Primavera en el que el sabio árabe indicaba que dios quiso que nuestro planeta girara continuamente para que, como el poeta griego Heráclito dijera, entendiéramos que cada día, momento y segundo era una oportunidad, y la existencia, una experiencia irrepetible que no podíamos, en absoluto, desaprovechar. Tal y como, a su juicio, estaba haciendo el joven norteamericano intentando indagar en los motivos del final de aquella serie televisiva.

Tal vez, no sería hasta ese momento, que el Iluminado decidiera extender sus brazos y modificara su postura. Puede que incluso pidiera a los dos recios hombres vestidos únicamente con una minúscula toalla negra situados en sus laterales, que le acercaran unas ramas de tabaco de mascar. Y que, tras degustar su sabor tranquilamente, le dijera al joven casi en susurros y moviendo sus manos con delicadeza, que sus planteamientos y cuestiones le habían sorprendido verdaderamente, cuando ya no creía que esto fuera posible. Pues para él, Los Soprano había sido una revelación gracias a la que, por ejemplo, había comprendido mejor a William Shakespeare; un autor muy mencionado en las Universidades orientales pero poco comprendido dado que su lenguaje era de otro siglo, un tanto rudimentario, a veces medieval y bastante difícil de descifrar. Al contrario que la creación de Chase, cuyos códigos eran muy inteligibles. Además, le parecían muy esmeradas las interpretaciones de sus protagonistas de quienes había llegado a dudar si en realidad eran actores. Y le resultaba dificultoso citar una obra reciente que tuviera tal cantidad de escenas memorables, o que describiera directamente, sin trampas ni trucos de artificio, a la mafia. Respetando sus ritos y mitología sagrada pero también atreviéndose a retratarla en su cotidianeidad, llevando finalmente, el género negro más allá de donde lo condujo Francis Ford Coppola en su trilogía El padrino.

En fin, el sabio continuaría hablando hasta que, en algún momento de la conversación,  le diría al joven que, ahora que lo pensaba, más que sorprendido, estaba decepcionado. Porque sus preguntas le hacían visualizar con claridad una verdad indiscutible: que el ser humano parecía no haber entendido nada desde el principio de los tiempos. Pues no le bastaba con el sol, la luna, los montes, ríos o flores, ni tampoco con los cielos, las estrellas y el mar, ni tan siquiera con el arte para ser feliz. Muy al contrario, como si se tratara de un animal, era incapaz de controlar su deseos, como ponía de manifiesto el que siempre pidiera más y más, sin descanso ni vergüenza. Hasta el punto de que cuando dios obraba un milagro como el de crear un David Chase, -un hombre que tuvo que superar cientos de pruebas como enfermedades, falta de fe, confusión o dudas para dar a luz a su obra- y no se oponía a su unión con intérpretes de la talla de James Gandolfini, Lorraine Bracco o Michael Imperioli para crear un monumento artístico de la talla de Los Soprano, en vez de arrodillarse y dar gracias un día tras otro por este tremendo regalo y milagro que contenía uno de las más revolucionarios finales que se hayan visto jamás en la historia de la televisión, se comportaba como un sapo, una rata, o un molesto cuervo. Atreviéndose a llamar Judas a David Chase o amenazando a los directivos de la HBO con dar su abono de baja. Lo que es un indicio de la tremenda neurosis que subyace bajo la superficie de Norteamérica y Occidente en general, contra la que el Sabio apenas podría dar recetas que no fueran el cultivo de la meditación, la paciencia y el desarrollo de la conciencia. Ya que pudiera ser que el ejercicio de estas tres cualidades, le permitieran al ser humano interiorizar las enseñanzas del místico sufí Al-Ghazali que en el Libro Verde sugería que dios creó ciertos tipos de pruebas o secretos para que nunca jamás fueran desentrañados. Pues de ser así, la vida entera perdería su sentido. No sería creación sino repetición. Muerte. Un camino hacia ninguna parte sin viajes ni desafíos ni nada, en esencia, que comprender. Siendo imposible, por tanto, la creación de obras como Las mil y una noches, Macbeth, Dr. Jeckyll Mr. Hyde, Moby Dick y, por supuesto, Los Soprano. Una serie televisiva que, se atrevería a decir, con los ojos ensangrentados el Poeta, Sabio y Profeta al muchacho norteamericano, estaba a la altura de las textos artísticos antes citados, instantes antes de recibir en su mano derecha de una muchacha negra con sus pechos al desnudo, un látigo con el que comenzaría a golpear al joven de Ohio, suplicándole que no lo incordiara más. Y se decidiera de una vez a vivir la vida y fluir con ella. Disfrutando de los bellos paisajes, las mujeres, los ríos, selvas, árboles y montes, así como de todos los demás milagros y maravillosos dones que dios tuvo a bien concedernos. Pues de no ser así, estaría destinado a ser castigado sin piedad por su Lengua Divina hasta el fin de sus días. Shalam

وعاد بِخُفّيْ حُنيْن

No puedes esconder el humo si encendiste fuego

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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