Existe algo fascinante en el primer disco de King Crinsom, el célebre In the court of the Crimson King, y creo que radica en que es impredecible y atípico.
El primer tema, el clásico «21st Century Schizoid Man», sigue sirviendo como referente muy válido para definir al hombre contemporáneo a más de 40 años de su composición y me atrevería a decir que suena hoy más moderno y actual que nunca. Absolutamente comprensible. Pues describe con radical claridad el estado psicótico, la catarsis esquizofrénica que soportamos cotidianamente. Una absorbente y asfixiante paranoia que alude con rabia y angustia a las perversidades del capitalismo mientras se escuchan tormentas y ráfagas musicales que vuelan aceleradamante y sin «aparente» control hacia su propia autodestrucción. Sucede que después de esta primera atalaya de krautrock en la que se conjugan de forma esquizoide y armónica la psicodelia y el be bop con el rock y el pop más estridentes y deformes a lo Zappa, llegan cuatro medios tiempos o baladas sinfónicas que en principio, se diría que desentonarían totalmente con el tono de la presentación y propuesta. Aunque finalmente, a fuerza de escucharlas una y otra vez, demuestran ser complementarias de ese primer flash. Siendo sumamente importantes para comprender las estrías del esquivo y alucinado ser al que aludían en ese primer y clásico tema cuya delirante melodía, como un cohete o un rayo sideral, nos introducía de golpe en el siglo XXI.
Tanto el resacón post-Woodstock como el amargo sabor que dejó la revolución hippie tras su fracaso, pueden sentirse en los cuatro temas que continúan a «21st Century Schizoid Man». Todos ellos se refieren a parajes y símbolos imaginarios pero como es lógico, también a la realidad de una manera tan sutil que termina por retratar el estado de ánimo de una época y generación sin necesidad de aludir al mismo. La apuesta de King Crimson siempre tuvo mucho de metafórica y no necesitaron ni explicarla ni racionalizarla para que los oyentes que se encontraban atentos a su libre fluir pudieran encontrar las respuestas que buscaban sin necesidad de intelectualizarlas en exceso. Aunque lo único que el público necesitaba en la mayoría de los casos, era un refugio estético -a mitad de camino entre la música sinfónica y experimental- contra esa confusión de entre décadas a la que David Bowie y Marc Bolan dieron forma a través de símbolos como el marciano, la revolución transexual o el sexo poliformo hasta que el advenimiento del punk, los gritos de John Lydon, las pesadillas de Sid Vicious, la música techno y la new wave acabaron con cualquier atisbo de utopía restante. Una utopía que, eso sí, aún puede atisbarse en este disco de King Crimson aunque de alguna forma, la veamos perecer, desvanecerse en el horizonte conforme la mórbida y triste belleza de estas canciones se va desarrollando.
Creo que lo que me fascina de In the court of the crimson king es precisamente esto. Que es una oda al amor perdido e imaginario. Un adiós al viejo y utópico mundo. Pero también, una introducción a la compleja sociedad del futuro que años después, Robert Fripp retrataría con los arañazos experimentales de una guitarra que fue símbolo de vanguardia y riesgo, locura y frenesí y donde puso sus tentáculos cambió -aunque fuera mínimamente- el curso de la música moderna. En realidad, el primer disco de King Crimson no resulta escéptico ni triste sino que posee una tersa belleza, una oscura luz en su interior que lo hace sumamente atractivo. Es capaz de tomar distancia de la época en que surgió incluso en los pasajes más experimentales y evanescentes hasta crear su propio espacio. Un rincón sobrenatural por el que sobrevuelan historias míticas y telúricas con un fondo espectral tras el que se anuncian muchas de las futuras obras del post-rock o el ambient.
Exactamente, la música de King Crinsom se encontraba tan cercana de la naturaleza como de la industria. Era tan consciente del ruido y las atmósferas que producían las fábricas o el aislamiento de los ciudadanos en las ciudades como de la importancia del mundo natural para encontrar inspiración ante la confusión y oscuridad provocadas por la defunción del hippismo, la llegada del hombre a la luna y la Guerra Fría. Fenómenos que crearon innumerables sombras en el inconsciente de un ser humano que comenzaba a estar saturado de mentiras, palabras, música e imágenes. Y, por tanto, buscaba en lo más profundo de su inconsciente, una idea o «presencia» a la que aferrarse. Intentaba encontrar sonidos con los que combatir la muerte de su «yo» ideal. Buceando en el arte para encontrar armas con las que combatir el futuro nuclear, la sociedad de la información o el miedo a la destrucción. Shalam
ربّ اغْفِر لي وحْدي
No hay manjar que no empalague ni vicio que no enfade
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