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Humillación

Dic 30, 2019 | 0 Comentarios

Resulta realmente difícil escribir sobre los filmes de Ingmar Bergman. Algo extrapolable también a los de Antonioni. Básicamente, porque en muchos de ellos el tema central es la depresión. La mayoría de sus personajes no tienen problemas económicos sino psicológicos. Muy íntimos. Para un espectador medio resulta fácil conectar con una persona que tiene apuros para sacar adelante a una familia, se enfrenta a abusivos jefes o a una catástrofe natural y en ocasiones utiliza la violencia para defenderse o atacar pero mucho menos con alguien cuyos demonios son internos y grita y llora sin una causa externa con la que nos hayamos ido pudiendo familiarizar en los minutos anteriores tal y como ocurre en El silencio y Persona o, en menor medida, en Como en un espejo.

Para hablar de las películas de Bergman parece a veces necesario haber hecho previamente un curso de existencialismo. Utilizar un lenguaje filosófico. Citar a Heiddeger una y otra vez. Recurrir a Kierkegard o a los escolásticos medievales. Sin embargo, no es necesario porque la manera de aproximarse del director sueco a los temas más áridos suele ser grácil. Muy ágil. Sus películas no suelen durar más de una hora y media. Bergman es el Mozart del cine. Aborda con suma ligereza y agudeza los temas más profundos y con total profundidad los más superficiales. Es un enigma. Pocas veces aburre porque golpea directamente en la psique enferma del hombre moderno. Enfrenta directamente los fantasmas personales y sociales aunque apenas los muestra en pantalla. Es por lo general mucho más sutil. Describe síntomas y no tanto las consecuencias de la crisis y los símbolos que utiliza siempre son ambiguos y resbaladizos. No aclaran nada sino que confunden aún más.

En cualquier caso, el director sueco rodó tanto y durante tantos años que obviamente hay muchos Bergman. Existe uno cómico, otro trágico, otro extraviado y uno cuyo influjo puede rastrearse en varios los más insólitos artistas modernos. Por ejemplo, en David Lynch. Ayer mismo veía Noche de circo y quedaba fascinado con ese largo flashback protagonizado por Frost, el payaso de un circo cuya desinhibida esposa se encuentra retozando con soldados en el mar y cuando ve aparecer a su marido se abraza a él completamente avergonzada.

Yo al menos identifico perfectamente el germen de obras del creador norteamericano como El hombre elefante en esa escena prodigiosa que podría haber aparecido perfectamente en medio de Twin Peaks, Freaks, La strada o un jocoso sueño de Luis Buñuel a la que la mezcla entre los silencios y la música de Karl-Birger Blomdah confiere una majestuosa, suntuosa dimensión onírica. Una filigrana expresionista llena de aridez y desesperanza que parece una mezcla entre un lienzo de James Ensor y de Egon Schiele que tal vez sea la secuencia de imágenes más cruel y despiadada rodada jamás por Bergman.

El director sueco se inspiró para filmarla en los recuerdos de su infancia. Tenía muy claro que deseaba profundizar en un tema que se encuentra alejado de los debates públicos a pesar de su constante presencia en todos los ámbitos sociales: la humillación. Una de las experiencias más habituales para los niños y adultos de tal forma que resulta extraño el día que alguien no la sufre. Esos linchamientos diarios que se producen en internet por ejemplo son en gran medida humillaciones colectivas parecidas a las que sufríamos nosotros o nuestros compañeros más débiles en los colegios y centros de vacaciones. No por casualidad tendemos a esconder la mayoría de nuestras bajezas y flaquezas y se dice que nuestro rostro verdadero aparece en soledad. Porque ninguno estamos exentos de  ser objetos de ira de los otros. Basta estar en el sitio equivocado el día equivocado para ser ridiculizados por personas en apariencia amistosas. Para convertirnos en el chivo expiatorio de la semana. El desquiciado y triste clown de Noche de circo.

Lo mejor en cualquier caso es que Bergman no utiliza ningún tipo de moralina al describir la violencia contra el débil. La muestra en toda su horrenda belleza como parte consustancial a la experiencia humana. Como una pesadilla cuyo despiadado desarrollo explica el surgimiento de seres inadaptados que en el mejor de los casos acaban incursionando en el arte para combatir sus demonios internos o en el peor, son tragados por el infierno de la droga o las compulsivas adicciones sexuales como ocurre con Mayor Tom, el famoso personaje creado por David Bowie, a quien, ya sea con razón o sin ella, no puedo evitar comparar con el payaso Frost. Porque tanto el uno como el otro son pasajeros errantes. Muertos sociales. Esquivos y confusos retratos consecuencia de la crueldad que anida en cada uno de nosotros. Esa imperiosa necesidad de triunfar cuando a veces sólo es posible sobrevivir. Respirar. Shalam

إنها كلمات جميلة ، أليس كذلك؟ الكلمات التي لا تعني كذلك؟ الكلمات التي لا تعني

            Las palabras hermosas no significan nada real

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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