La premisa de la que partía Fábulas -el cómic creado por Bill Willinghan- era realmente estimulante: tras haber sido expulsados de las Tierras Natales, muchos de los míticos personajes de los cuentos infantiles y el folclore -el lobo feroz, los tres cerditos, Blancanieves, el príncipe azul o Pinocho entre otros- viven una vida paralela en nuestra realidad. Intentan que las personas normales no sepan de su existencia y organizarse según las particulares reglas de su mundo de ficción (los caracteres con aspecto humano se agrupan en Villa Fábula y los animales en La Granja) mientras dos facciones de ellos luchan en una devastadora guerra civil impulsada por El adversario. Una idea maravillosa (y muy difícil de ejecutar) que permitía revisitar historias y caracteres tradicionales como los de la Bella y la Bestia o Cenicienta y poner en contacto a míticas figuras como Caperucita Roja, Edmundo Dantés, Simbad, Gepeto, los tres ositos o Ricitos de Oro.
En realidad, lo que hizo Bill Willinghan fue trasplantar las claves de los cómics de superhéroes a estos famosos personajes (de hecho, el lobo feroz está en ocasiones más cerca del Lobezno de La Patrulla X que del animal clásico) resucitados gracias a su ingenio. Al ser caracteres de ficción poseían poderes especiales y, en gran medida, eran inmortales a pesar de estar sometidos a las rígidas reglas del mundo de la fantasía. Así que, una vez pasada la sorpresa inicial y el reencuentro con aquellos inolvidables caracteres, la gran baza de Fábulas era, además de la inmensa guerra civil ya mencionada, el análisis de las relaciones personales de tan extraordinarias personalidades.
En este sentido, lo mejor del cómic era sin dudas todo lo que tenía que ver con el matrimonio de Blancanieves y el lobo feroz, sus hijos o abuelo. O pequeños detalles como la rivalidad entre Rosa Roja y su hermana, las nuevas presunciones de alguien tan vanidoso como el príncipe azul así como las distintas metamorfosis de las brujas tradicionales o la lujuriosa Cenicienta actual. Pero señalar únicamente estos detalles no sería hacer justicia a esta obra cuyo principal problema es que es tan excesiva y posee tantas ambiciones que, finalmente, aunque planea muy, muy, muy alto no termina por cumplir todas las expectativas. Lo que no significa que no sea un cómic sobresaliente.
Ciertamente, considero a Willinghan un absoluto genio. Si me lo encontrara, no dudaría en realizar unas cuantas genuflexiones ante él y, probablemente, tras invitarlo a una bebida muy cargada, le preguntaría cómo se atrevió a acometer esta empresa. Ocurre simplemente que habría que ser un gigante (una mezcla entre Alan Moore, Grant Morrison, Frank Miller y John Byrne) para no cometer ciertas irregularidades ni bajar el pistón de tanto en tanto teniendo en cuenta la magna dimensión de la aventura acometida. En cualquier caso, sólo por haberse atrevido a llevarla a cabo, Bill tendrá eternamente todo mi respeto y admiración. No sólo por atreverse a tocar donde nadie lo hace sino por dejar varias historietas realmente valiosas como las que tienen que ver con las elecciones a alcalde de Villa Fábula o aquellas en las que Jack engaña a la Muerte durante la Guerra de Secesión o se dirige a Hollywood para emprender una prometedora carrera como actor. Por no mencionar, claro, la jocosa aparición de varios de los personajes de Las 1001 noches en New York en representación de las narraciones árabes o las maravillosas incursiones de el chico azul por las Tierras Natales. En cualquier caso, Fábulas está tan llena de esplendorosos matices, tramas y subtramas que aludir tan sólo a unas pocas de sus cualidades no permite hacerse una idea de su riqueza; de la fecunda manera en la que transforma unos personajes ancestrales, medievales, románticos e irreales en ciudadanos del siglo XXI. Contemporáneos nuestros.
Fábulas es, sin dudas, una de esas sobresalientes obras que, a pesar de su excelencia, (y precisamente gracias a ella) conjugan lo mejor y lo peor del posmodernismo. Insuflan vida a historias muertas pero al mismo tiempo las frivolizan. Probablemente porque, en esencia, reflejan perfectamente la confusión contemporánea a medida que ahondan en ella. De hecho, no dan respuestas ni salidas al embrollo cultural actual porque su tarea es hacer prevalecer esa conversación múltiple a la que se refería Maurice Blanchot en uno de sus lúcidos ensayos. Su misión en definitiva es permitir que la rueda de la fantasía literaria continúe fluyendo y respirando; que no se paralice y que los símbolos y mitos -por más universales y arquetípicos que sean- sigan ofreciendo nuevos rostros y significados que nos permitan vislumbrar algunas de las múltiples facetas del espíritu divino mientras continúan dejando lúcido testimonio sobre el devenir humano. Shalam
إن رؤية ما لدينا تحت أنوفنا يتطلب صراعًا مستمرًا
Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere una lucha constante
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