¿Un arte social? Encuentro hoy en día muy difícil llevar a cabo este proyecto con absoluta coherencia y sobre todo, conseguir una respuesta adecuada y acorde con nuestras intenciones por parte del público. Básicamente, porque el arte social suele hablar al ciudadano al que se dirige con un lenguaje que le resulta muy dificultoso entender. El arte social (o al menos la idea del mismo que poseemos) se construye y fabrica en Universidades y no puede evitar ser, en cierto modo, elitista puesto que se encuentra conformado por códigos elaborados cuyo significado, en principio, únicamente puede ser descifrado por los expertos. Algo que ha convertido al arte social en pornográfico. Morbo gratuito. Un engaño más del sistema. Un medio a través del que reírse de los creadores debido a sus dudas y reiterados esfuerzos por intentar conectar con el pueblo, la gente. De hecho, el arte social nace para ser expuesto en galerías y salas de arte. No se encuentra en la calle donde supuestamente sería desvalorizado o tendría que dar explicaciones sobre sus intenciones.
Se dan muy pocos casos últimamente en los que el arte social conecte con la sociedad y muchísimos menos en los que haya provocado movilizaciones. Lo que nos da la idea de su escaso alcance y recorrido que sólo tiene cierto sentido en los países en que se encuentran implantadas dictaduras y por tanto, apenas posee visibilidad. Debe moverse en las sombras. Al borde de la desaparición o la inexistencia. Transformado en un arma demasiado frágil como para provocar el desmoronamiento de un sistema o al menos agrietarlo. Convirtiéndose casi en un objeto exótico. O incluso un instrumento más de manipulación al servicio del poder teniendo en cuenta que dejarlo existir, puede mantener entretenidos a los artistas. Lejos de la línea de flotación central.
Me atrevería a decir, sí, que, actualmente, el arte social no existe. Como tampoco el revolucionario. De hecho, hoy en día, probablemente sólo aquel arte considerado decadente por los estalinistas o el descendiente del surrealismo posean cierto componente subversivo peligroso no tanto por su contenido como por la visceralidad e imaginación con la que descomponen las formas artísticas. Una buena metáfora o ejemplo de lo que se puede llegar a hacer con las ideas y leyes impuestas. Lo que no deja de ser en cualquier caso muy poco para todo aquello que se le podría y debería solicitar al arte social con o sin mayúsculas.
Existe, me parece a mí, más radicalidad y capacidad de destrucción en alguno de los delirantes monólogos pronunciados por Salvador Dalí a lo largo de su vida que en cualquiera de las habituales muestras artísticas que periódicamente se repiten sobre los contrastes, diferencias e injusticias sociales. Pero lo peor de todo es que este hecho no es en sí mismo responsabilidad de los artistas. Muchas de las obras allí presentadas poseen arrojo e ingenio. Son notables e incluso sobresalientes. Ocurre que, dados los actuales códigos artísticos en gran parte impuestos y establecidos en Universidades o Centros al servicio del poder a los que únicamente unos pocos pueden acceder y comprender en toda su dimensión, la capacidad de alterar o influir en la vida cotidiana de estas obras se reduce en mucho. Por no decir que termina por ser totalmente anulada. Pues o bien es valorada por su componente estético y no por sus fundamentos éticos y pasa a engrosar la colección privada de un miembro de la clase alta o bien es comentada por los expertos sin conseguir que su denuncia tenga un alcance y recorrido amplios como en otras épocas consiguió por ejemplo El Guernica de Pablo Picasso.
Paradójicamente, se puede dar el caso actualmente de que una obra magnífica con un mensaje radical y destructivo apenas tenga eco en el cuerpo social al que se dirige. Sea comprada por un magnate, secuestrada por una Institución o sufra la indiferencia habitual de la población -más preocupada en la lucha por la supervivencia que por modificar las condiciones económicas por las cuales se ve sometida- y acabe enterrada entre el parloteo habitual de los mass-media, las batallas deportivas, telenovelas o éxitos cinematográficos de temporada. Y si alguna se escapa y consigue alcanzar cierta relevancia, no me extrañaría que fuera porque alguien importante va a hacer negocio con ella o porque al mismo sistema le conviene dar una imagen de pluralidad y de igualdad de oportunidades, del cual las obras de arte social tampoco tendrían por qué ser excluidas. Algo que, en cierto modo, viene a incidir en la imposibilidad radical en la que consiste este tipo de arte actualmente dentro de Occidente. Un herido de muerte que únicamente continúa respirando debido a los impulsos individuales. Sin respaldo alguno del cuerpo (o lo que queda de él) social. Y es por ello que es mucho más efectivo cuando anuncia su propia muerte y agonía. Cuando se acepta como despojo y desperdicio y plasma su suplicio sin piedad como lo hacen esos enfermos de Sida que no dudan en fotografiarse altivos, mandando a tomar por culo a todos aquellos agentes políticos que se han jactado de preocuparse por ellos y, en realidad, lo único que han hecho ha sido enriquecerse con su sufrimiento. Shalam
الصبْر مِفْتاح الفرج
Cuando Dios quiere que la hormiga perezca, le pone alas
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