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Ellos viven

Oct 20, 2013 | 0 Comentarios

Últimamente no cesa de hablarse de un Nuevo Orden Mundial. ¿Qué sería exactamente? Intentaré contestar rápidamente: un fenómeno paralelo a la globalización por el que las empresas privadas y grandes corporaciones económicas pasarían lentamente a tener el control de los países. Imponer sus normas y regulaciones a los Estados. El Nuevo Orden Mundial consistiría básicamente en un nuevo orden político y económico. La primacía del comercio sobre otro concepto. Algo en cierto modo, verificable desde distintos ángulos pero que termina por derivar en lo ridículo teniendo en cuenta el enfoque de diversos artículos sobre el tema. Para centenares de blogueros por ejemplo, existe una élite de economistas, empresarios y políticos que se han organizado durante décadas hasta estar en disposición de acabar y dominar a gran parte de la población de este planeta. No seré yo quien niegue esta afirmación. Es evidente y manifiesta la influencia de los Rothschild, los Rockefeler, el club Bilderberg, Soros y el FMI en el mundo actual. Pero, a mi entender, el problema es el enfoque infantilista y diabólico que se suele dar sobre estas familias y corporaciones puesto que se les conceden poderes absolutistas y ocultistas, casi mágicos, así como la capacidad de imponerse sobre las naciones soberanas con una inverosímil facilidad. Una visión que tiene mucho de ridícula e infantil y es necesario matizar mucho.

No voy a negar, en ningún caso, que estamos manipulados. Y, desde luego, el hecho de que la mayor parte de la gente no conozca el influjo de los nombres anteriormente citados no me parece en absoluto algo relevante. ¿Podían por ejemplo concebir muchos de los ciudadanos argentinos que gritaban como posesos los goles de Mario Alberto Kempes en el Monumental durante la celebración del Mundial de Fútbol 78, que a escasos metros del estadio, su gobierno estaba torturando a algunos de sus compatriotas? ¿Pudieron la mayoría de los alemanes imaginar lo que sería capaz de hacer Hitler? Obviamente, el poder intenta confundir en muchos casos. Hoy, por ejemplo, leía un artículo en El país sobre la inminente recuperación económica española. Algo que cualquiera con dos dedos de frente entenderá que es absolutamente falso pues la hipotética salud monetaria se encuentra basada en el endeudamiento. Pero las élites, los partidos políticos saben bien que colocando este tipo de noticias en el primer plano de determinados periódicos y televisiones (junto a las noticias deportivas y «rosa») generan cierta esperanza en la sociedad, amansan los conatos de rebelión y prenden la duda en el pueblo mientras continúan con su verdadero programa: la construcción de estados orwellianos esclavizados por la deuda a poderes supranacionales, llenos de individuos sumisos, apátridas y fáciles de manipular por la propaganda y la publicidad.

  Yo realmente, no soy un experto sobre este supuesto Nuevo Orden. Hay muchos que saben muchísimo más que yo a los que tengo que remitirme. Personas como Adrián Salbuchi que han escrito textos en los que se lleva a cabo una disección muy aguda del Club Bidelberg, las técnicas militaristas de la economía global, la ingeniería social, la pérdida del patrón oro, los intereses ocultos detrás de la construcción de la Comunidad Económica Europea, la desmembración de la ex-Yugoslavia y muchos otros temas esenciales para entender la progresiva pérdida de soberanía de los estados modernos gobernados por políticos-marioneta que cumplen órdenes externas y no tienen problema en implantar programas contra sus propios pueblos.

No resulta fácil, en cualquier caso, encontrar personas con las que hablar públicamente sobre este tema. Sobre todo, porque no hay ningún poderoso que haya declarado formar parte de esta conspiración. De hecho, muchas veces pienso que es la desesperación ante la falta de libertades y constantes crisis económicas además de la ausencia de una verdadera cultura política, lo que provoca que muchas personas crean en esta organización poderosa que maneja el mundo. Una idea infantil que recuerda a los temores propios de la niñez. Los hay por ejemplo que piensan que «los verdaderos amos del mundo» son invisibles porque de esta manera, resulta difícil denunciarlos, señalar su responsabilidad o demostrar su influencia en nuestras vidas. Algo que no es en absoluto casual pues esta estrategia los hace semejantes al dios Yahvé del Antiguo Testamento o el Gran Hermano de la novela de Orwell. Entes que se mantienen la mayoría del tiempo en penumbra. Una interesante tesis que, por cierto, retrató con una clarividencia absoluta John Carpenter en su They live (1988). Una película que con el paso del tiempo -a pesar de las muchas imprecisiones en su desarrollo- se está ganando el estatuto de clásico con toda justicia y se ha convertido en una obra emblema de los conspiranoicos.

El punto de partida del filme es realmente genial: un hombre de mediana edad, John Nada, (¡No encuentro un nombre mejor para describir al ciudadano-masa!) se hace fortuitamente con unas gafas negras a través de las que puede visualizar la verdad que se encuentra oculta a los ojos de los hombres comunes. Pudiendo descifrar con absoluta claridad los verdaderos mensajes que hay tras los anuncios de cosméticos, alimentos y todo tipo de productos. Consignas que están influyendo subliminalmente en la sociedad y haciéndola esclava de un grupo de extratarrestres que se encuentran infiltrados en las élites y controlan la televisión, los bancos, el parlamento y otros centros neurálgicos de poder. De este modo, tras el anuncio de una chica de ensueño que anuncia hamburguesas se encuentra, en realidad, una frase que enfatiza la necesidad de obedecer al sistema como existen otras que aluden al consumo continuo o al trabajo sin descanso detrás de la publicidad de automóviles, objetos de lujo o acontecimientos deportivos. E igualmente, tras un simpático y adusto economista se halla un oneroso extraterrestre cuyo mayor objetivo es que la humanidad no despierte para que continúe trabajando para él y su raza.

La metáfora es, convendremos, prodigiosa. Hace unos días estuve en EUA y no pude evitar acordarme de la película día tras día. Pues desde el primer momento que pisé el país comencé a descodificar cada uno de los signos que tenía ante mí en la clave apuntada por Carpenter. El desayuno en los hoteles era verdaderamente pernicioso. Jugos artificiales, dulces, magdalenas para que nuestra sangre y cerebro no fluyan como es debido. Como si fuera necesario endulzarnos el paladar para anular nuestra capacidad crítica o fuéramos cerdos en un matadero cuya única función consistiera consumir. Y, ¿qué decir de la publicidad colocada por todas las partes? Pues que había tanta y sus objetivos eran tan perniciosos y egoístas que pensé que si no fuera porque Ellos viven introduce el tema extraterrestre, tendría que ser considerada una película realista -casi un documental- que debería ser de visionado obligatorio en las escuelas. Al igual que la breve narración de Ray Nelson, «Eight O’clock in the morning», en la que se encuentra basada que, teniendo en cuenta la época (1963) en que fue escrita, puede ser leída como una crítica al sistema capitalista o un muy sano y necesario ataque a los mass-media por su capacidad de hipnotizar a la población. Embrujo colectivo que ha provocado que continúen ocultos los motivos del atentado de  J.F.Kennedy y se siga sin abrir un debate público sobre la posibilidad de que la caída de las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001 se debiera a un autoatentado. Sospecha sobre la que el escalofriante y conmovedor relato autobiográfico, El perseguido, de uno de los cámaras que tuvieron libre acceso a la zona de riesgo, Kurt Sonnenfeld, aporta bastante luz. 

En fin, como dije anteriormente, lo normal al referirse al Nuevo Orden Mundial, es que nos sintamos como el personaje de la película de John Carpenter. Aislados e incomprendidos. Resulta lógico que nos suceda lo que a John Nada cuando le pide a su compañero Frank que se ponga las gafas negras: que tenga que luchar con él en una interminable batalla interpretada por ciertos analistas -en mi opinión, con éxito- como la resistencia del ego normal, racional (Frank) a pasar a otra dimensión, violentar sus límites y tomar conciencia de la verdad (John). A lo que sin dudas, contribuyen como ya he indicado, las cientos de teorías que hay disueltas por Internet. Me refiero por ejemplo a los blogs que se empeñan en comparar a los dirigentes del NWO con seres reptilianos o los emparentan con extraterrestres (como si estuviéramos dentro de la película de Carpenter) y también a esos discursos que ponen énfasis en sus rituales privados y, en algún caso, llevan a una deriva insostenible (prácticamente esquizofrénica) sus análisis sobre determinados símbolos numéricos o gestuales. También en parte me refiero a los internautas que rastrean con ansiedad cualquier catástrofe natural y con pulso nervioso esperan un acontecimiento bélico o una revuelta que las élites se encargarían de sofocar para salir definitivamente a la luz e imponer su gobierno global. Porque si a todo esto le unimos la existencia en China, según se dice, de determinados hackers que, haciéndose pasar por anti-sistema y contrarios al Nuevo Orden Mundial, se encargan de mezclar información falsa y verdadera en sus blogs para desorientar a quienes los leen, se entenderá que la confusión sobre este tema sea bastante grande. Y que tanto los que creen en la existencia de este Nuevo Orden como los que no, se encuentren bastante perdidos y, en muchos casos, se vean obligados a confiar en las tradicionales y «gastadas» propuestas de la izquierda para intentar crear focos de resistencia locales en medio de un mundo cada vez más globalizado.

¡Ojo!. Como siempre, es necesario matizar. No estoy diciendo que muchas de las teorías procedentes de la izquierda no sean justas y necesarias. Lo que estoy más bien sugiriendo es que analizar el avance de las corporaciones según un enfoque tradicional u oficial, nos desvía muchas veces del tema central: la necesidad de que los ciudadanos occidentales conquistemos la libertad colectiva en nuestros respectivos países y forjemos democracias reales que puedan oponerse a las empresas y contrarrestar cualquier tipo de ideología que intente contraponerse a la soberanía popular. Y, en este sentido, continuar con la deriva conspiranoica nos aleja bastante de este objetivo. Nos hace más débiles pues, al fin y al cabo, no se tiene la certeza absoluta de lo que se afirma, como se demostró con las teorías que daban por seguro un atentado en Londres en los pasados Juegos Olímpicos que, desde mi óptica, era casi imposible que sucediera.

En fin. Por hoy no tengo mucho más que decir. Simplemente que no debemos olvidar que la realidad supera muchas veces la ficción porque es su fuente y raíz y lo lógico es que antes o después, las obras de arte sean espejo de ella. Hay cientos de libros y películas que nos han advertido de esto. Pienso ahora, por ejemplo, en La invasión de los ladrones de Ultracuerpos. La versión de 1978. Cuando la vi de niño, quedé fascinado y aterrorizado. Obviamente, mi interpretación fue plana. Quienes nos invadían y adaptaban nuestra estructura corporal eran los extraterrestres. Más tarde, de adolescente, la leí en clave de guerra fría. Pero hoy no puedo dejar de interpretarla según la situación actual. Por ejemplo, durante mi última visita a España, mostré mi absoluta repulsa a la política de recortes del gobierno títere español (o más bien, a los lugares en concreto en los que las han llevado a cabo) y un amigo se volvió hacia mí, como si fuera el personaje interpretado por Donald Sutherland en la película de Philip Kaufman, y casi gritando, me dijo que él estaba absolutamente de acuerdo con las medidas tomadas. Conducta que me llevó a pensar si acaso no estaría extendiéndose un virus maléfico por todo el mundo y me encontrara en serio peligro de ser contagiado.

De hecho, escuchar hace unos días a Antonio Escohotado defender como un cruzado las virtudes del comercio en el programa de radio, Carne Cruda, me volvió a dejar, si soy sincero, totalmente noqueado. Como si estuviera en medio de un apocalíptico film de ciencia-ficción y fueran a aparecer robots a mis lados. No porque considere que lo que el hetorodoxo pensador dijera sobre este sistema fuera errado sino por la poca empatía que mostró hacia la triste situación actual que ha generado. Porque no se trata tanto, me parece a mí, de proclamar las bondades y virtudes del capitalismo -que, sin dudas, las tiene y muchas- y las maldades del comunismo -que también existen a miles- sino de construir canales para que la democracia representativa llegue a la mayoría de los países occidentales y los ciudadanos tengamos en nuestra mano el poder para enfrentarnos a los enemigos de la libertad. Shalam

ما حكّ جْلْْْْْدك مثل ظْفرك

Dios nos envía la carne y el diablo, los cocineros

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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