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El pequeño Nemo

Nov 27, 2016 | 0 Comentarios

Winsor McCay es el George Mélies del mundo del cómic. Fue el primer autor que demostró que las viñetas animadas podían convertirse en un arte relevante y trascendente, fusionando el surrealismo y la fantasía en las deliciosas aventuras de su Pequeño Nemo. Una jugosa mezcla de la música de Erik Satie y las fantasías de Lewis Carroll. El mundo del sueño incursionando en la alta cultura de la manera más inesperada y esplendorosa posible. Provocando asombro y admiración.

El pequeño Nemo es tal vez el más grande cómic de la historia. Una auténtica obra de arte que combinaba armónicamente la brevedad de las tiras periodísticas y la extensión de las sagas novelescas. Cada una de las viñetas diseñadas por Winsor McCay parecía un sello. Poseía esa exclusividad que únicamente las más altas empresas culturales consiguen conferirle a sus creaciones.

El pequeño Nemo era la imaginación occidental volando desatada. Liberándose en el reino de Morfeo de las cadenas con las que el mundo industrial estaba progresivamente aferrando al ser humano. Una explosión surrealista con tintes art decó que fascinaba como una golosina. Decenas de caramelos en un patio de colegio o la imagen de la noria en un parque de atracciones. Porque Nemo era una oblicua vidriera al mundo de la niñez. Una invitación adulta a contemplar la realidad como un globo surcando el arco iris. Una utopía de color en medio de una sociedad que caminaba hacia la maquinización.

little-nemoCreo que Winsor McCay es la demostración definitiva de que el psicoanálisis freudiano era un perverso intento de atrapar la libertad. La victoria de la imaginación sobre la mente. Un retrato del mundo convertido en un múltiple espejo cóncavo donde todo era posible.

Nemo es un cómic capaz de convertir el legado de la Disney en rutinaria memorabilia. Un monocorde baúl de trajes viejos. No sólo por la gran gama de soluciones técnicas planteadas con éxito por su autor sino por la impresionante estela de personajes y situaciones a los que nos conducía en su particular viaje por el reino de las maravillas.

Cada viñeta, cada personaje, cada escena estaba diseñada con paciencia. Atendiendo a cada detalle hasta dotarlo de un aura resplandeciente. Iluminado por una inspiración divina que inevitablemente dotaba de agilidad los fragmentos de un cómic que respiraba magia por todos los costados. Una de esas escasas obras de arte donde todo se encuentra perfectamente acompasado y sólo hay que dejarse llevar para gozar de una experiencia que además se percibe que no tenía intenciones de trascender en el tiempo. Pues a Winsor McCay le bastaba con disfrutar. Explorar un medio expresivo que convirtió desde las páginas de un periódico, el New York Herald, en un enorme acontecimiento. Un reino de tan profusa libertad como el del sueño. Un asombroso encuentro entre el mundo de la niñez y el adulto, la experimentación y el clasicismo en medio de una mesa en la que se escuchaban las risas de André Breton, Jean Cocteau y Luis Buñuel jugándose el destino del arte al póker.

header_comic_mccay_little_nemo_slumberlandNemo es el espíritu de la niñez convertido en arte clásico. La anunciación de que el siglo XX sería el de Peter Pan y de que las horas nocturnas serían más fructíferas para el ser humano occidental que las diurnas. La prueba de que una pequeña viñeta podía ser tan bella como un enorme lienzo. Era un Dickens burgués en medio de un paisaje retratado por Magritte. Un homenaje a Carl Jung en la antesala del palacio de Morfeo. Un museo de obras de arte en continuo movimiento. El mundo del Toboso de la era industrial. Una interminable y fecunda nana simbolista. El dragón de la fantasía comiéndose al del trabajo. En definitiva, sí, era uno de esos escasos artefactos artísticos que permiten volver a reeditar esas sensaciones que teníamos de niños al acostarnos en un lecho junto a muñequitos que parecían hablar y envolvernos en sábanas similares a las alas de un gigantesco animal que aguardaba el momento en que nos durmiéramos para devorarnos. Shalam

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La juventud es un defecto del que nos curamos demasiado pronto

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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