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El luto

Mar 1, 2018 | 0 Comentarios

Antonio Trevijano ha muerto. ¿Es posible añadir algo más? Hoy queda enterrada la libertad por varias décadas más. Hoy queda sepultada la verdad hasta que alguien de su potencia retome el testigo, posiblemente dentro de un siglo. Hoy reina más segura que nunca la hipocresía. Hoy muere España. Vuelve a morir España como cuando murió Unamuno y cuando murió Larra y cuando murió Antonio Machado.

Hoy ha muerto Trevijano. No sólo un genio. No sólo un sabio. No sólo un enorme pensador político. Hoy ha muerto un hombre valiente. Un hombre consecuente. Uno de los imprescindibles. Hoy ha muerto de nuevo don Quijote y también lo ha hecho Sancho. Ya habrá tiempo de analizar su figura. De loar sus libros. De criticar lo criticable. De matizar lo matizable. Pero hoy no. Porque Antonio Trevijano ha muerto. Un hombre novelesco. Un señor que convirtió el pensamiento político en arte. Sus reflexiones, en lienzos. Y la mayoría de sus monsergas, en lecciones magistrales. Alguien que se enfrentó a Franco cuando estaba vivo. Que le dijo las verdades del barquero a Felipe González. Y cuadró al rey sin necesidad de insultarle o denigrarle públicamente.

Hoy ha muerto alguien que sí fue preso político. Que sí estuvo en primera línea del frente cuando oponerse a los tiranos era casi una condena a muerte. Hoy ha muerto un hombre. Eso tan difícil de encontrar. Un hombre de verdad. Un hombre entero. Consecuente. Humano. Defectuoso por supuesto. Impaciente, gritón, colérico a veces. Cabezón e insistente. Pero hombre. Humano. Verdadero. Alguien con la fuerza necesaria para levantar la voz cuando la mayoría se mantenía muda y con la capacidad de destrozar cualquier norma políticamente correcta con una breve intervención. Con la soltura para trazar certeros pensamientos más cortantes y afilados que la punta de un cuchillo y la agudeza precisa para centrar, abordar con hondura y perspicacia cada uno de los temas de los que se ocupaba. Algo difícil en medio de un mundo caótico en el que gobernantes y gobernados parecen secretamente sentirse felices del desorden ético.

Hoy ha muerto un hombre ilustre. Un hombre que veía. Tenía los dos ojos bien abiertos y recordaba al hablar, en sus maneras y forma de comportarse, a los clásicos del Siglo de Oro. Hoy ha muerto una parte importante de la historia de España. Un trozo esencial del siglo XX.

De Trevijano se hablará dentro de varios siglos. A Trevijano se lo estudiará. A Trevijano se lo leerá. Puede, sí, que el porvenir sea más benévolo con él de lo que ha sido su presente. Trevijano era un hombre firme y obstinado. Riguroso e incluso severo. Pero era también tremendamente divertido. Era un personaje profundamente español. Tenía un muy fino sentido del humor que sólo quienes escuchamos durante años sus discursos creo que logramos distinguir.

Puede parecer osado lo que digo pero a veces me recordaba a Luis Buñuel. Tal vez porque tenía arranques de verdadera genialidad o porque muchas de sus furiosas bravatas no eran sino enormes carcajadas a través de las que ponía las cosas en su sitio. Trevijano no fue un socialdemócrata. Fue, de hecho, un martillo pilón con los socialdemócratas y los progres. Con los confundidos, los demagogos y los indignados. Y por supuesto, con los fascistas.

Trevijano es un nombre odiado o muy poco considerado entre los que aún piensan que votar a uno u otro partido, sin cambiar de raíz el sistema político, sirve de algo. Fue detestado, por ejemplo, por los votantes de Podemos, pero también por los de Ciudadanos y los del Partido Popular, el PSOE o IU. Probablemente, porque fue un hombre de verdad. De palabra. De hechos. Alguien lúcido. Con una inteligencia avasalladora que insistía en que la libertad era conquistable cuya mera presencia evidenciaba las decenas de mentiras cotidianas. Alguien que nos recordaba a todos con su presencia que, digan lo que digan los pedagogos modernos, siempre habrá maestros y alumnos. El fue, ciertamente, maestro de muchos. Aunque se vio condenado innumerables veces a predicar en el desierto. Fue, de hecho, muy criticado por su seguridad. Por cierta soberbia. Porque se creía un santón de la política. Pero el tiempo lo pondrá en su lugar. Quiero pensar que, dentro de varios siglos, muchas personas se acercarán a sus libros, como algunos hoy leen los Evangelios o los grandes textos filosóficos. Con el convencimiento de que sus páginas esconden una verdad inagotable. Eterna: los fundamentos de la libertad política colectiva. Los cimientos, normas y reglas que será necesario instaurar para que él, tú y yo, nosotros, vosotros y ellos seamos libres. Shalam

إِذَا طَالَتِ الطَّرِيقُ كَثُرَ الْكَذِبُ

No hay sol para los ciegos, ni tormenta para los sordos

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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