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El incal

Oct 9, 2013 | 0 Comentarios

En el recientemente estrenado documental sobre la versión cinematográfica de Dune que Alejandro Jodorowsky no pudo realizar, el psicomago chileno afirma que lo que pretendía ofrecer a los espectadores en el filme, era una especie de viaje similar al que produce el LSD. Algo que, sin dudas, se percibe en el cómic que realizó a continuación de esta fallida experiencia junto al dibujante, Jean Giraud-Moebius. Fatigados, decepcionados por no haber podido llevar a cabo la adaptación de la novela de Frank Herbert pero al fin liberados de las servidumbres económicas propias del séptimo arte, ambos se embarcaron en un proyecto, El incal que, en este caso, sí gozaría del éxito y reconocimiento masivo. Una obra que a pesar de no ser redonda y poseer un buen número de irregularidades, desde luego, fue lo suficientemente interesante y rompedora como para marcar un antes y un después en la ciencia ficción.

¿Es una obra maestra El incal? Como he sugerido previamente, pienso que no. ¿Por qué? Porque Alejandro Jodorowsky abrió excesivos caminos y tramas y recorrió tan gran número de rincones, espacios simbólicos y místicos que como es natural, el cómic no alcanza el equilibrio necesario entre forma y fondo que sí poseen, por ejemplo, otras obras cumbres del noveno arte.

No me gustaría que se me malinterpretara. El Incal es una obra monumental. De eso no hay dudas. Pero a mi entender, no termina de alcanzar todo aquello que promete. Lo que, por otra parte, no invalida en absoluto su seductora propuesta que recomendaría leer sin prejuicio alguno y con la mente ampliamente abierta. Intentando disfrutar en la medida de lo posible a través de los sentidos -más que por medio de la mente- la peregrinación en busca de la la iluminación del detective John Difool y el resto de habitantes de los extraños mundos que visitaremos.

El incal se desarrolla en una distópica sociedad futura. Y mezcla alucinadas imágenes que parecen proceder de un viaje en ácido o un florido sueño astral con enseñanzas procedentes de las culturas orientales y chamánicas. Lo que si bien la convierte en una obra radicalmente diferente de la ciencia ficción deshumanizada e impostada de los años 80, obliga al lector a encontrarse en un estado de conciencia superior para poder comprenderla por completo. Al fin y al cabo, El Incal parece una pastilla de LSD construida con el objetivo de conducir a la iluminación a su consumidor. Moebius sería quien se encargaría de ilustrar con sus imágenes el viaje y Jodorowsky -muy en la línea del personaje interpretado en La montaña sagrada (1973)- el gurú que, apoyándose en las teorías junguianas y las leyendas míticas, nos guiaría en esta absorbente ruta por las profundidades del inconsciente humano. Algo para lo que le sirvió de mucha ayuda la imaginería propia de la ciencia ficción ya que, dadas las características de este género, su incursión por los arcanos subterráneos del Universo podía ser llevada al límite. Circunstancia que, finalmente, le acaba pasando cierta factura pues, bajo mi punto de vista, el genio chileno no fue capaz de frenar el vertiginoso desarrollo argumental en ocasiones en que era necesario hacerlo, como tampoco de ofrecer una justificación clara y precisa a la presencia de todos los seres imaginarios que aparecen ni de describir fielmente su mundo interior. Resultando muchos de ellos, en exceso, planos. Un hecho que no creo que le importara demasiado pues su baza básicamente consistía en narrar las peripecias de un grupo de personas (que podemos identificar no sólo con determinadas cartas del tarot sino con los vicios y pasiones del ser humano así como determinados estados interiores simbólicos) hacia la iluminación y el desprendimiento total. A ese estado más allá de la sombra y la luz, del bien y el mal, que en el cómic surge de unir y disolver los opuestos y contrarios, el incal negro y el incal luz, lo que está arriba y lo que está abajo, la iluminación y las tinieblas, hasta llegar a un centro que lo traspasa todo y crea una nueva conciencia. Un nuevo despertar que es lo que la humanidad a gritos está necesitando actualmente, tal y como Jodorowsky preanunció décadas atrás en una creación que puede presumir de visionaria. Aunque, en cierto modo, no alcanza el grado de genialidad de ciertas obras posteriores como Los metabarones.

Nos encontramos, por tanto, ante un cómic excesivo, repleto de tantas ideas que habría que escribir un tratado para ocuparnos de cada una de ellas como es debido. Un cómic que ha alcanzado el grado de imprescindible por razones intrínsecas -personajes como el pájaro parlanchín o el barón, el prodigio de imaginación de muchos de sus pasajes o los magníficos retratos de las urbes estelares- y extrínsecas. Por ejemplo, la forma en que fue conocido y degustado por los primeros lectores le favoreció mucho. El incal apareció periódicamente en la revista «Metal Hurlant» en fragmentos de al menos 8 páginas. Lo que permitía que el lector tuviera el tiempo suficiente para pensar en posibles interpretaciones de las viñetas, se familiarizara con sus símbolos y sintiera la necesidad de leer la continuación argumental. Además, en un país tan racional como el francés, el fondo metafísico y místico de la historia, su toque surreal, ayudó a derribar barreras, transformar mentes y modificar destinos. Rodeando de un halo de misticismo tanto a Jodorowsky como a Moebius -que no en vano había vivido varias experiencias en México que lo habían aficionado a las tradiciones chamánicas y mágicas- que favoreció mucho la recepción de la obra al tiempo que agrandaba la dimensión misteriosa de sus hacedores, dadas las referencias alquimísticas o cabalísticas que el cómic poseía.

Con el paso de los años, en cualquier caso, y en la medida en que  hemos podido conocer a Jodorowsky tanto por sus habituales charlas y conferencias o sus valiosos libros autobiográficos, nos encontramos en condiciones de comprender mucho mejor ciertos temas profundos que laten en El Incal así como las razones y motivos de su surgimiento. Pues, en realidad, es una obra construida para fulminar neuróticos, hacerlos levantarse de su cama de hierro (de) y (re)presiva, animándoles a buscar de cualquier manera ética posible, la luz. El sentido de la vida. El elixir sagrado. En definitiva, el Incal. Ese simbolo y fuente de vida sagrada, metáfora del amor universal infinito con el que fue creado el Universo o, mejor dicho, el Multiverso.

A esto, a su voluntad de acabar la neurosis occidental, el suicidio en vida de tantas personas enterradas dentro de nuestra cultura, por ejemplo, hacía referencia en una de las primeras y míticas viñetas (más tarde, homenajeada por Luc Besson en El quinto elemento). Aquella en la que John Difool caía desde, precisamente, la avenida de los suicidas hacia los pozos de ácido de la superpoblada ciudad en que vivía. Escena que también hacía referencia más o menos explícita a la caída en el tiempo del ser humano. Un significado que dejaba claro el magistral final de una obra que cerraba completamente el círculo de purificación y ascensión (de El loco, el ser inconsciente, y caído en el tiempo lleno de vicios y rodeado de prostitutas que empieza una aventura sin saber hacia dónde va -Jhon Difool- a El mundo, el planeta y todos los seres iluminados por el triunfo del ser andrógino espiritual y supra-consciente elevado) y, en su última viñeta, volvía a reabrirlo de nuevo desde la desmemoria o el olvido.

No cabe duda, en cualquier caso, que aunque sus presupuestos tal vez nos sean muy próximos ahora, en su momento tuvieron que provocar gran impacto. Intento ponerme en la mente de un adolescente que se encontrara con estas viñetas e imagino que el golpe sería tremendo. Por lo que es lógico que el cómic haya influenciado a dos o tres generaciones de lectores. De hecho, hay varias escenas inolvidables en El incal. Por ejemplo, aquella en la que John Difool es dividido en cuatro partes y el Incal le pregunta insistentemente en cuál de ellas se encuentra su verdadero ser. O esa otra en que al introducirse el desgarbado detective en el interior de un huevo negro aparece en el exterior. Una escena que replantea nuestros límites del conocimiento y sortea las reglas temporales y espaciales con una belleza sin igual. Que es, en el fondo, otro de los mensajes del cómic: que, a pesar de todas las adversidades y sufrimientos, el mundo es bello, como refleja perfectamente el crecimiento inesperado de una flor en las manos de un guerrero durante el desarrollo de esta odisea de la conciencia cósmica.


Finalizando ya, comentar que otro aspecto que me interesa muchísimo de esta singular, mágica creación es su capacidad de acabar con la nostalgia. Esa tristeza -a la que ya me he referido en otras ocasiones- que se esconde tras muchos textos de ciencia ficción. De hecho, es justo en este apartado donde encuentro la absoluta genialidad de Jodorowsky. Pues el creador chileno dejó claro que lo esencial para todo ser humano es encontrar la iluminación, la paz, el bienestar emocional. Y que esa lucha es tan dura, trascendente a la par que estimulante que da igual dónde se desarrolle. Lo importante es efectuarla. Y si es necesario partirse en cuatro, desdoblarse en el tiempo, volar hacia estrellas incandescentes o aliarse con animales, hay que hacerlo sin dudar. Mentalidad tras la que Jodorowsky introducía cierto espíritu marcial a la sana reivindicación que hacía de las culturas psicodélicas o hippies cuyos mensajes en la década en que El incal se publicó -los 80- estaban comenzando a ser fulminados por el hedonismo y el consumismo. Movimientos frente a los que El incal se alzaba como un ave feroz que emitiese cánticos de libertad o un cofre maravilloso cuyos secretos sólo pudieran abrir quienes fueran capaces de transformar su alma y transfigurar su odio en amor para siempre y jamás. Shalam

 صانك، و إن خنْته خانك

 El árbol quiere la paz, pero el viento no se la concede

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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