Vuelvo a corregir Ruido y vuelve a aparecer Tom Waits en mi vida. No sé cuántos averías habré dedicado a este pirata. Deben ser unos cuantos ya y seguro que muchos más vendrán. Porque Waits es la viva imagen del ruido. Basta escuchar unos cuantos aullidos de su voz para sentir la cólera del capitán Ahab o que un estruendoso temporal de truenos y rayos está arrasando una isla.
Creo que sólo pongo a David Bowie y Scott Walker en mi vida por encima de Tom Waits. Escucharlo me produce tranquilidad porque es la voz de la verdad. Es casi oír a un espectro dictando mensajes desde el más allá.
Obviamente, mi etapa favorita es la que comienza con el memorable Swordfishtrombones. Durante los años 70, Waits era alguien grande. Un hombre que llevaba grabada el sello de Fats Waller, la luna de Missouri, los bares de medianoche, el bourbon, el tabaco seco, las granjas y los poemas de Kerouac en la frente. Waits era un vividor. Un borracho con un talento inconmensurable que interpretaba el papel de perdedor a la perfección pero aún no había demostrado ser un genio. Algo que desde los 80 ha probado sobradamente. Convirtiendo su obra en un maremoto experimental. Un laberinto dedicado al ruido por el que aparecen cosacos, caballos ciegos y bisontes.
Los últimos discos de Waits son una bebida tormentosa. Un cuadro abstracto formado por piedras y ropa interior sucia. Un rayo vanguardista que destroza cualquier reproductor. Estoy absolutamente impresionado, por ejemplo, con la remasterización que ha realizado de Real Gone. Una locura con olor a pradera y caldera que debería ser banda sonora de un western protagonizado por zombis.
Todos sabemos que Waits es cuidadoso al extremo con el sonido. Su garganta exprime ruidos y voces constantemente y más que tocar instrumentos, los ordeña. Y esta nueva grabación lo demuestra. Real Gone ya era un grandísimo disco tal y como lo conocíamos pero, ahora, ampliando capas de sonido y dotándolo de unas texturas más orgánicas, es directamente un monumento. Lo más parecido a un viaje en un barco pirata. Una conversación con los espíritus de América en medio de la que se escuchan vasos rotos, estampidas de animales y se siente el frío abrigo de la Antártida. En definitiva, unos cuantos gramos del hígado de la ballena de la que surge el ruido, brindados en bandeja. Shalam
الأَفْعَالُ أَبْلَغُ مِنَ الأَقْوَالِ
Quien no tiene enemigos, tampoco suele tener amigos
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