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Abr 17, 2017 | 0 Comentarios

Clarice Lispector escribía como si la vida no tuviera tres dimensiones sino cuatro y como si la literatura fuera un lienzo en movimiento abierto a una quinta y a una sexta. Cada vez que se lee uno de sus textos, parece que lo que se narra está ocurriendo en ese mismo momento. Su escritura tiene la capacidad de estar siempre en el «aquí y el ahora». De ser presente. Sus cuentos están sucediendo. Nunca sucedieron.

Lispector utilizaba las palabras como si fueran colores y rompía con todos los moldes establecidos, sin necesidad de rebelarse ante nada. Dejándose llevar por la cadencia, como un río. Las frases de sus cuentos me recuerdan a picotazos de aves. El lector cree estar ante un relato rosa o un pequeño folletín y, de repente, se encuentra frente a una tragedia existencial abordada sin ninguna trascendencia. Con una mezcla de sutileza y frivolidad gracias a las que la escritora brasileña refleja bien la superficialidad y el «mal» que esconde en su seno la burguesía sin necesidad de hacer aspavientos de ningún tipo, convocar a los demonios o invocar rebeliones. De hecho, Clarice parece la modosa regente de un burdel. Entre las paredes de sus libros ocurren todo tipo de perversiones y actos prohibidos, pero ella se muestra impávida y bien vestida. Más parece una estudiante o una elegante secretaria que la portadora de las llaves del infierno.

La escritora brasileña es una mezcla imposible entre Corín Tellado y Jean Paul Sartre. La escritura tropical, los artículos de revista femeninas de la época y el infierno existencial. Su escritura no roza el kitsch sino que lo desborda. Existe algo juvenil y (casi) ansioso en esa prosa aplacado por los modales y la educación. Muchos cuentos de Clarice parecen escritos por una señora con miedo de escandalizar, ser expulsada de un salón por su extravagante vestido y que se ve obligada a inventar todo tipo de subterfugios y recovecos para conseguir continuar siendo ella misma sin llamar demasiado la atención. Algo que -sobra decirlo- no logra. Y otro gran número de textos parecen escritos como si se aburriera. Como si el lujo y la comodidad la aletargaran y tuviera que hilar los finos tejidos de la escritura para distraerse.

Los grandes relatos y argumentos no existen para ella. Sus libros están plagados de anécdotas mínimas que esconden un sinfín de sorpresas. Son habitaciones o alcobas llenos de cajones en los que pueden aparecer los más inverosímiles objetos. Por lo general, casi siempre cortantes. Son collares de perlas relucientes que revelan una opresión.El ideal romántico atrapado en un lujoso salón. Lucen esplendorosos en el cuello pero reflejan más una rendición que una aventura. Hablan de soledad, niños y habitaciones cerradas más que de piratas y mares.

Lispector escribía relatos con alma de cuento infantil. Tal vez por ello, no penetran totalmente en el drama humano, parecen de plastilina y seguramente, son comprendidos más y mejor por los infantes que por los adultos. Probablemente, en el fondo hablan el lenguaje de la niñez. Parece que la escritora brasileña se los estuviera escribiendo a un hijo y que, en medio de su transcurso, se diera cuenta de que, en realidad, los estaba urdiendo para huir de una sociedad que no la satisfacía o de sí misma. Por eso, la mayoría de ellos no son neuróticos sino que muestran la neurosis desde fuera, como lo haría una maestra en un colegio de párvulos o una madre asustada por sus hijos. Cuando, en verdad, -digámoslo claramente- su literatura nos habla del fin y de la angustia, de la mortalidad y el horror ante nuestra fragilidad. Es una escritura que duele pero no hace sufrir. Posiblemente porque todo lo que hizo Lispector, lo llevó a cabo púdicamente. Escondiéndose tras un lenguaje tan sorprendente e inverosímil que parece de dibujos animados.

Lispector, al fin y al cabo, es la bañista con el vestido más recatado de una playa y por este mismo motivo, la que más atrae la atención de los hombres. Ella -como sus cuentos- es la mujer que todos desean desnudar hasta que, finalmente, se percibe que es vestida como logra invocar el lujo y lo terrible y elevar el espíritu a cotas imposibles, convirtiendo los perfumes en madejas de plástico y las algas y la arena en blusas y besos. Shalam

 إِنَّ بَعْدَ الْعُسْرِ يُسْرًا

Cuanta más alegría se gasta, más queda

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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