¿Qué eran Cocteau Twins? A casi cuatro décadas de la publicación de Garlands, esa pregunta resuena en mi cerebro con idéntica fuerza que la primera vez que escuché uno de sus discos. Porque lo cierto es que a su música le cabían un sinfín de calificativos pero ninguno de ellos bastaba para definirlos. A lo que desde luego no ayudaba la dimensión abstracta de unas letras incomprensibles y sugestivas llenas de evocadoras referencias poéticas tan cortantes como la atmósfera y la intensidad de unas canciones parecidas a cilindros. Tejidos magnéticos flotando en el espacio.
Creo que Cocteau Twins se acercaron a la música pop de una manera radicalmente distinta a la mayoría de bandas de su época. Porque aunque en sus inicios se apoyaran en el post-punk para comenzar a despegar, en cuanto encontraron su propio suelo y cielo donde volar, sólo se me ocurre compararlos con Dead Can Dance y con ciertos aspectos de otras bandas que llegaron después como Stereolab. Puesto que parecían músicos procedentes del futuro pero al mismo tiempo poseían una concepción medieval de la música. Y esa manera de mezclar la modernidad extrema y el clasicismo renacentista y trovadoresco, lo siniestro y lo poético, los convirtió en únicos. Tanto que, a pesar de que realmente ambas bandas se encuentren en las antípodas, creo que el trío de componentes originales -Fraser, Guthrie y Heggie- modelaban con tanta densidad el sonido que extraían de sus instrumentos que rastreo su influencia incluso en las cápsulas sonoras de My Bloody Valentine. De hecho, hasta la publicación de Blue Bell knoll casi todos sus discos cortaban el aliento. Luchaban impunemente por crear belleza hasta el punto de que eran prácticamente rodajas mortales de melancólico ruido. Evanescentes visiones de la vida cotidiana parecidas a ensoñaciones cuya frialdad las transformaba en estampas modernas de enorme profundidad. Enigmáticas xilografías musicales.
Una de las grandes bazas del grupo escocés fue sin dudas convertir la evocadora voz de Elizabeth Fraser en un instrumento más. Fraser gritaba, gemía, modulaba, vibraba y aullaba como si fuera una guitarra o un sintetizador a veces desacompasado, utilizando una nota más alta, grave o incisiva de lo habitual, casi como un pájaro enjaulado y huidizo a punto de recuperar la libertad, pero siempre con la frecuencia necesaria para distorsionar las canciones y melodías y convertirlas en máquinas sonoras de furia y nostalgia. Y por otra parte, el bajo de Heggie era discreto pero sumamente efectivo. Recordaba en su modulación ni más ni menos que al de Peter Hook. Se mantenía en segundo plano con absoluta contundencia pero cuando era necesario emergía de las tinieblas con rotundidad para sellar las melodías. Aunque, en gran medida, el singular sonido y estilo de Cocteau Twins se debe a Guthrie. Un geniecillo de aire autista que vivía un romance continuo con el sonido. Convertía una canción en un cofre surcando el espacio. Un cuadro impresionista lleno de colores movedizos. Una incursión en un sangriento océano en busca del tesoro perteneciente a algún negro conde.
Guthrie no componía. Pintaba. No hacía música. Buceaba. No parecía tocar ningún instrumento sino dejarlos sonar a su aire. No intentaba crear una discografía sino una mitología. Y no estaba desde luego tan preocupado por los charts y el negocio como por la belleza. Parecía más un mago que un músico. Y de hecho, en cuanto Cocteau Twins se ganaron un nombre en el mundo de la música, produjo con los otros miembros de la banda varios de sus discos esenciales. Aquellos que suenan como el aleteo desesperado de una sirena en la arena o el vuelo de un albatros herido antes de caer a los mares. A nihilismo renacentista. A oscura primavera. A banda sonora de Twin Peaks y de cualquier filme de Mike Leigh o David Cronemberg.
Lo cierto es que tal vez por la capacidad ensoñadora de su música, Cocteau Twins están considerados un grupo pop. Y no seré yo el que lo niegue. Pero al menos a mí la faceta que más me interesa de ellos es la ruidosa. Porque creo que fueron capaces de hilvanar melodías que abrían nuevas dimensiones para comprender el sonido y el ruido. Tanto que, en gran medida, al menos en sus primeros discos y Eps eran una banda vanguardista cuyas experimentaciones los acercaban por momentos a muchos compositores ruidistas clásicos.
En realidad, estaban tan cerca como tan lejos de la música popular. Tenían su propio espacio. Crearon un jardín sombrío lleno de flores coloridas. Un universo abstracto en el que la violencia y el amor eran sinónimos y los mitos clásicos se confundían con historias de muchachas heridas en barrios pobres. Deseaban, sí, destruir desde sus cimientos el pop para volver a comenzar su historia desde un lugar más insólito e irreal. Un nebuloso castillo derruido. Shalam
هذه الأنواع التي ذكرناها إلى
Cuando se huye es cuando más riesgo hay de tropezar
Me refería ayer a la nostálgica y evocadora melodía interpretada por el saxofonista Tom Scott en el soundtrack de Taxi Driver. Y hoy quisiera aludir...
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