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Cobra Kai (2)

Abr 23, 2022 | 2 Comentarios

Dejo a continuación el segundo avería dedicado a Cobra Kai. El cual recomiendo leer escuchando el siguiente tema compuesto por Leo Birenberg y Zach Robinson para su banda sonora: «Quiver».

Cobra Kai (2)

Mientras veía Cobra Kai, pensaba constantemente en Star Wars. Concretamente, en la enorme diferencia entre la mediocridad de la mayoría de los productos relacionados con la saga galáctica estrenados tras el éxito de la trilogía original y la desenfadada diversión sin complejos que proporciona la serie karateca. La sonrisa de satisfacción que nos deja tras verla.

A este respecto, creo, sin dudas, que a Cobra Kai le ha beneficiado el hecho de que la saga de Karate Kid se hubiera ido convirtiendo con el tiempo en un producto olvidado. Que estuviera enterrada en medio de la parafernalia ochentera. Bajo posters de Rambo, Terminator, El coche fantástico o Aliens: El regreso.

Las películas y series citadas podían ser más o menos interesantes o incluso, en algún caso, ser pura bazofia, pero no habían caído en el olvido. Teníamos su recuerdo más o menos presente. Por contra, de Karate Kid apenas recordábamos ya más que aquel mítico salto de la grulla que muchos niños estuvimos prácticando diariamente tras ver el filme. Así que nadie esperaba nada de esta saga. Un producto que, aparentemente, había dado todo lo que podía dar. Por tanto, a diferencia de Star Wars, no había cientos de miles de fanáticos pendientes de ella. Algo que ha permitido a sus creadores trabajar con mucha mayor libertad o jugar con el factor sorpresa sin la sensación de ser observados por medio mundo ni de estar destinados a ser juzgados por millones de personas. Y de paso, también les ha inducido a reírse de sí mismos desacomplejadamente realizando un producto que recuerda tanto a un disco de Bon Jovi como a una máquina recreativa de Arcade.

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En pocas ocasiones, he asistido a una reinvención parecida de una saga cinematográfica. Me atrevería a decir que casi nunca. En Rocky, por ejemplo, Stallone y sus compinches repetían casi siempre el mismo esquema. La fascinación que ejercían las distintas películas sobre el boxeador que se iban estrenando tenían que ver más con la repetición de un argumento (o más bien en cómo se iban a repetir en esta ocasión los hechos fundamentales de la trama) que con sus variaciones. Sin embargo, Cobra Kai es una serie llena de sorpresas. No busca tanto repetir como innovar. Aportar aire fresco. Así que invoca tanto a la nostalgia como al futuro. Tanto a los viejos cinéfilos como a los consumidores de películas a través del móvil. Rompe continuamente los esquemas adaptándose al presente sin dejar de lado las huellas del pasado.

Los creadores de Cobra Kai le dicen al espectador.: «Sabemos lo que quieres pero ni te lo podemos dar ni te lo vamos a dar como desearías. ¡Déjate sorprender!». Es decir; son fieles al concepto original de la obra madre (Karate Kid) pero, en ningún caso, son esclavos de ella, como sí les ocurre a casi todos los realizadores que han intentado poner en pie nuevos productos de Star Wars. 

Me atrevería a sugerir que, a estas alturas, el director de una película de Star Wars tiene más responsabilidad sobre sus espaldas que el presidente de un país. Y, por contrar, el director de un capítulo de Cobra Kai tiene tan poca como el niño que juega a dar patadas al balón en un recreo.

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Los creadores de Cobra Kai conocen obviamente el mundo en que nos encontramos. Uno marcado por lo políticamente correcto, las cacerías del Me Too, los debates de género y el victimismo.  Así que obviamente deben aludir al mismo. Y, por supuesto, lo hacen. Pero no para plegarse o arrodillarse ante sus doctrinas y credos. Tampoco exactamente para contradecirlos. Sino para marcar sus reglamentos. Poner sus propios límites y fronteras.

Al comienzo de la primera temporada, existe una escena en la que Johnny Lawrence le dice a su querido alumno Miguel Diaz que se olvide de todo ese rollo de los géneros sexuales y demás historias. Si quiere ser un buen karateca tiene que convertirse en un hombre de verdad. Echarle cojones. Punto. Todas esas teorías y demás mierdas no le van a servir de mucho cuando varios matones lo rodeen en un callejón. Tampoco si desea hacerse respetar por los violentos machotes de la escuela o si debe participar en un campeonato de karate. ¡Punto, set y partido para Cobra Kai! O mejor dicho, ¡un ippon, un yuko y un waza-ari para el mítico dojo! ¡A entrenar toca!

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Por otra parte, la inclusión de unas cuantas chicas prácticantes de karate en Cobra Kai resulta completamente natural a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurre en muchas producciones contemporáneas donde se percibe que sus creadores se han visto obligados a colocar a varias mujeres en primer plano para cumplir con los actuales requisitos sociales.

En realidad, Cobra Kai es tan divertida que eso carece de importancia. Las karatecas femeninas tienen su momento de esplendor y protagonismo y, a decir verdad, son geniales. Incrementan el interés de la historia y no lo disminuyen.

El motivo de que en Cobra kai aparezcan mujeres que tumben a hombres de una patada y que peleen a muerte unas contra otras no parece tanto el imperativo social como el rumbo de la sociedad. Están en la pantalla como consecuencia natural de vivir en otra época y no precisamente de intentar introducirlas con calzador para contentar a audencias o cumplir cuotas.

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Soy de los que piensan que es difícil que un producto televisivo en el que difrutamos ni más ni menos de un concierto de Dee Snider o aparece un tema de Poison en su banda sonora pueda ser mediocre. Tal vez en los 80 sí. Pero no ahora. Porque quienes actualmente utilizan esas golosinas no lo hacen por casualidad. Lo hacen con una conciencia subversiva que no se tenía hace cuatro décadas que asegura su capacidad para jugar con un sinfín de códigos.

Esto es precisamente lo que ocurre en Cobra Kai. Una serie en la que se manipulan unas cuantas premisas televisivas constantemente no tanto con el fin de que alabemos la genialidad de sus autores sino con el de convertir la contemplación de cada uno de sus capítulos en una fiesta. Una celebración. Justo lo que eran en los ochenta los conciertos de Twisted Sister, Mötley Crüe, Poison o Van Halen o los estrenos de filmes como Gremlins, En busca del arca perdida, Cobra o, sí, por supuesto, también Karate kid. Shalam

تصبح الكذبة الحقيقة فقط إذا أراد الشخص تصديقها

La mentira se convierte en verdad solo si la persona quiere creerla

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen…..sueño de los luchadores en la manda, abajo a la izq…….
    2ºimagen…..puño de acero vs sol naciente, delante de la madre superiora con perilla y una «lolicart»……sonrisa….
    3ºimagen…..»sol naciente» en posicion no te acerques que te atizo, mamonazo…..
    4ºimagen……la racionalidad japonesa, distribucion de masas, contra la caja de «belle de jour» en el centro-buñuel-1967…..
    5ºimagen……disposicion en «v» para contrarestar amenazas indeseables…..
    6ºimagen…..pero que os pasa!!!1…. si llevo la sudadera de «esqueleto», no era esa la contraseña?……
    PD……https://www.youtube.com/watch?v=ANQj_ppku9o….the cult-she sells sanctuary-..con tó el humazzo que sale de detras de la bateria…..poderoso cantaor, el 90 entre los 100 mejores….bowie el 64….jagger el 15…rod stewart el 60….etc, el primero plant…….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) La cobra estrangulando a todos los competidores. 2) You’re the best around: https://www.youtube.com/watch?v=oomCIXGzsR0&t=93s&ab_channel=TheChefDeadManInc 3) Buscando el equilibrio en medio de la atonía contemporánea. 4) jjjjaja.. muy bien visto lo de «Belle de Jour». Caja china. 5) Sensación de vivir se encuentra con Karate Kid. 6) Guiño de los creadores de Cobra Kai a Repulsión de Polanski. Desquicie. PD: Temazo de the Cult. Ian Atsbury tan imprevisible como los grandes genios lo son. Lo mismo nos derrumba que nos alza al cielo. Puro instinto indígena. Canta siempre en medio de una montaña.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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