Normalmente, cuando contemplo durante varios minutos un gran número de viñetas de un dibujante, me hago una pregunta: ¿cómo percibirán los seres humanos su visión de nuestro mundo dentro de varios siglos?
En el caso de Claude Serre lo tengo bastante claro. Pensarán que éramos una bestias impulsivas; que los habitantes del siglo XX nos pusimos una capa grotesca de civilización sobre los hombros que, en realidad, era una especie de pegote blanco en medio de una pared negra. Una excusa creada más para no terminar de destruirnos del todo que para cultivar nuestra alma o alcanzar un nuevo nivel de desarrollo.
Admiro mucho el trabajo de los grandes viñetistas o ilustradores de periódicos. En una sola escena tienen que describir todo un mundo y universo con agudeza y rotundidad. Probablemente, Serre no fuera el más sutil dibujante pero tenía un punto muy a favor: su sinceridad. Una valentía que casi que lo convertía en un salvaje de la ilustración. Pues abordaba cualquier tema con actitud rockera y desenfadada de tal forma que su obra al completo puede ser leída como un rocoso fresco surrealista de las últimas décadas de la Francia del pasado siglo.
Serre tenía una icónica imagen personal. Parecía un terrorista del arte. Una especie de dadaista que no hubiera desentonado como batería o bajista de un grupo de la new wave o el post-punk. Pues, a pesar de estar en contacto con la alta cultura y conocer a algunos de los grandes popes del arte francés, pintaba escenas con alma de barriobajero. Era el chico deslucido con cazadora de cuero y camiseta de los Ramones que, de vez en cuando, se dejaba pasar por una carnicería o una pescadería y desaparecía silenciosamente del barrio hasta que, meses después, de madrugada, una noche cualquiera, se lo volvía a ver en un bar fumando y tomando anís.
Sus dibujos realmente son más instintivos que racionales. Fruto del deseo de corromper que de la observación. Serre es un dibujante muy sexual. Freud hubiera hecho maravillas y probablemente hubiera aventurado alguna que otra teoría nueva de una atenta observación de sus viñetas. Para Serre, el sexo es incontenible y se encuentra presente a cada momento y en cada situación. Cuanto más los burgueses intentan aminorar su potencia salvaje u ocultarlo, con más violencia aparece en sus dibujos que no son tanto una oda a la sexualidad sino a la capacidad que tiene la sexualidad de imponerse a cualquier convención y regla.
Serre es el típico dibujante cuya obra se disfruta más saboreando un cigarrillo de marihuana que sobrio. Hay que tener un poco nublada la mente para poder gozarlo por entero. Sobre todo, porque es un artista hedonista. Anti-intelectual. Es más un sabroso plato de carne bien hecha que un elaborado plato de alta cocina. Sus mensajes suelen ser directos. Puñetazos frontales con los que busca no tanto la risa o la ironía sino despertar al lector de diarios de su, por lo general, anodina vida.
Obviamente, no se puede entender el arte de Serre sin mayo del 68 ni la contracultura. En gran medida, sus dibujos son rebeldes. Convulsionan, intentan que reflexionemos, nos escandalicemos (si es posible) y nos riamos al unísono. Son claros y frontales pero, al mismo tiempo, caóticos y un tanto deslavazados y feos. Una ametralladora disparando incesantemente contra las buenas costumbres y las instituciones. Un amasijo de risas procedente de alguien que comprende que, entre el ser humano primitivo y el moderno, apenas existen diferencias y que la cultura no es una cárcel sino un bosque abierto a la imaginación.
Soy de los que piensan que hay que escribir y dibujar para el futuro pero muchas veces para alcanzar el porvenir, es necesario adentrarse en el presente hasta el fondo. Tengo una sensación parecida viendo los dibujos de Serre que cuando contemplo una película de cine mudo. Que el verdadero mensaje de la obra es secreto, se escapa a sus propios creadores y sólo, con el paso de las décadas, comienza a revelarse totalmente. Por ello, a Serre creo que hay que separarlo de los periódicos y el mundo del cómic. Debemos imaginar sus dibujos colocados en el desierto o en un océano y observarlos escuchando toneladas de violines y música clásica para vislumbrar el mensaje que guardaban más allá de su época y tomar conciencia de lo que dirán varios siglos después. Además de, claro, para saber si, en realidad, Serre estaba retratando monstruos o ángeles. Si su obra es un pictograma del infierno o el cielo cotidianos. Shalam
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