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Bares y carretera

Oct 18, 2020 | 2 Comentarios

Si tuviera que intentar explicarle a alguien cómo hubiera sido la evolución del rock si, pasada la época psicodélica, hubiera seguido un camino recto y no se hubiera bifurcado y encontrado con el glam, el punk, los sintetizadores, el hard rock o la música progresiva, escogería sin dudas la discografía de Bob Seger. En la mayoría de los músicos de los 70 percibo pequeños detalles a través de los que se filtran las distintas metamorfosis e innovaciones estilísticas de aquella década, pero no así en Bob. Lo que me emociona de su obra es esa autenticidad y franqueza. Su inmediatez y su coherencia interna. Esa voz de granjero, leñador cervecero que suena sincera y desgarradora y que evita todo rastro de tecnicismo. Lo simple, sí, muchas veces es lo mejor.

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Bob recogió el testigo de Chuck Berry y del folk de finales de los 60 y se dedicó a expandirlo sin necesidad de aportar innovaciones. Con actitud y un puñado de buenas composiciones. Aparte de ser un sobresaliente compositor, ese es su gran mérito. No haber viajado más allá de donde podía hacerlo. No haberse dejado seducir por las modas y haber mantenido alto el orgullo de la clase obrera. No en vano es posible percibir el espíritu de sus canciones (esos teclados, por ejemplo) en los primeros discos de Bruce Springsteen y su E. Street Band. La etapa del fuego. Así que su discografía es prácticamente un homenaje a la música americana tradicional y el rock clásico. Existe, eso sí, una profunda huella del hippismo y el aura de Woodstock en ella que la separa obviamente de rock de los 50 y la impregna de lirismo. Bob es crudo y rudo pero también un poeta. Sus discos son un reflejo de un espíritu luchador y sensible. De alguien que, en la era del flower pop, no se había creído del todo que los tiempos cambiarían definitivamente pero tampoco caería posteriormente en el total escepticismo.

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Mi disco favorito suyo es, sin dudas, Stranger in town. Los dos temas que lo abren son monumentos. Justifican una trayectoria al completo. Pero el resto tampoco desentona en absoluto. «Till it shines», por ejemplo, es una maravilla. En esa canción, las guitarras suenan más afiladas que nunca en sus discos. Duelen y emocionan. Sin perder su aire a lo Dylan, me recuerdan a las de Tom Scholz (Boston) y Eric Bell (Thin Lizzy). Por otro lado, la voz de Bob es áspera. Se encuentra en su punto de cocción justo. Es tan desgarrada y natural como siempre pero alcanza nuevos registros. La mitad de los temas de Stranger están hechos para escucharse en bares de carretera. En un ambiente nocturno y desmadrado. No poseen demasiados matices aunque se encuentran muy bien producidos. Las baladas, por otro lado, son de otro mundo. De esas que pueden sonar en bodas, películas y a mí al menos me hacen feliz si las escucho en la radio durante la madrugada. Y los temas folkies son directamente gloriosos. Encuentran un hueco por el que meterse y brillar entre el Desire de Bob Dylan y el Darkness of the edge of town de Springsteen. Palabras mayores.

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Sé que suena a tópico pero supongo que, después de mis pasadas afirmaciones, se comprenderá que las veces que más he disfrutado de los discos de Bob haya sido paseando por la playa. En contacto con la naturaleza. Creo de hecho que son ideales para viajar. Tengo la impresión de que la mayoría de sus canciones ganarían muchísimo en caso de poder escucharlas montando en moto o recorriendo una autopista de noche. Y no digo ya si el viaje fuera por praderas y ciudades de Norteamérica. Desde luego, muchas de ellas podrían haber sonado perfectamente en Easy Rider o Badlands. No hubieran desentonado en absoluto acompañando las peripecias de Henry Fonda y Dennis Hopper ni las de Martin Sheen y Sissy Spacek. Es más; tampoco creo que lo hubieran hecho de aparecer en un oscuro western de Peckinpah o en uno más crepuscular como La puerta del cielo.

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Desconozco los motivos (y, en realidad, no me importan) por los que Bob Seger no apareció en The last waltz.  Pero creo que su figura encajaba perfectamente ahí. Es más; a pesar de que volví a ver el concierto hace unos meses, he tenido que revisar la lista de invitados porque no podía creer que no colaborara. En caso de haberlo hecho, desde luego, no sólo no hubiera desentonado en absoluto sino que hubiera aportado más gramos de intensidad y misticismo al show.

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Cuando pienso en Bob Seger, pienso en buena música. Ni más ni menos. Algo difícil en medio de un mundo preocupado por la novedad y la constante experimentación. Sólo eso. Buena música. Shalam

لا رغبات بريئة

No hay deseos inocentes

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…..cualquiera diria que lo estan torturando placenteramente……
    2ºimagen:…..mi modificacion seria en el individuo de la izq poner una coke gigante (a tamaño persona) de cristal y al individuo de la dech lo oxidaria entero……………
    3ºimagen:….bob piensa: que hago yo con fondo «mulholland driver»..jaaajj
    4ºimagen:…soy un vaquero y voy a acertar en tu cuello de becerro loco….(tambien placenteramente)….

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    • Mercader

      Jjajaja… sí. exacto. Una tortura muy placentera la de la primea imagen…. Óxido. Esa palabra me gusta y creo que va perfecto con el estilo del saxofonista. Becerro loco. En todas las fotos da la impresión de que Bob tenía una vida sexual, digamos, agitada……

      Responder

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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