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Animales domesticos

Ago 30, 2015 | 0 Comentarios

La modernidad se ha empeñado en regular y racionalizar la sexualidad. Convertirla en materia de estudio educativa. Un tratado científico. Un hecho que para la artista de Seattle, Crystal Barbre, ha generado represión, violencia y multiplicado la soledad una vez aparentemente resuelto y desvelado su misterio. Lo sabe bien porque fue violada en su juventud y este trauma precipitó su inmersión y exploración de una sexualidad liberada de los corsés, la reproducción y el Estado.

Barbre busca (y encuentra) la sexualidad salvaje. Primaria y enérgica. Mítica e indomable. El orgasmo no consciente que pone de manifiesto lo accidental de la vida. Su lado animal. El grado Dionisos de lo humano secuestrado por el Estado. La ley. El censor apolíneo. El padre que por un lado te prohíbe besarte en la calle con tu amante, te multa si te descubre haciendo el amor en la playa o una colina y por otro, inunda los videoclubs e internet de sexo gratis. Un gancho y excusa para el aislamiento. La soledad y la domesticación.

Esta coetánea de Twin Peaks y el grunge parece, consecuentemente, hastiada de las guitarras sobreproducidas en discos de rock. Los estereotipos. La abstracción en la pintura. El maquillaje de noche y día. Los bolsos con condones y la píldora del día después. Los transgénicos y la comida basura. El matadero animal sinónimo del cerebral. Y la música techno. Además, de sentirse ajena al femenismo (o hembrismo) y al machismo (o masculinismo). El encarcelamiento cotidiano. Esa ideología global que grita: ¡Televisión o metralleta! ¡Vótame o muérete! Y de paso, si es posible, ¡renuncia a tu género! ¡Glorifica e idealiza la masturbación!

Podría decirse, sí, que esta exuberante, feraz pintora tiene tanto miedo de los censores como de los liberales. De los ideólogos del sexo libre y de los sacerdotes puritanos. De la Revolución sexual y de la represión. Que tiene pánico de todo aquel que intente definir la sexualidad, penetrando en cierto modo en su alma y caparazón. De hecho, aunque por un vistazo rápido a sus creaciones, pudiéramos decir que apuesta por exponer con radicalidad el sexo desnudo, en realidad, pienso que hace todo lo contrario. Le devuelve su misterio, secreto y poder. Pues lo que trata de liberar o más bien, dejar fluir poética, salvajemente, en sus lienzos, es la líbido. La fiera. El poder creativo y orgásmico sexual. Su carácter rebelde capaz de derribar cualquier estructura.

De hecho, apuesta por un simbolismo maravilloso y frontal, casi surreal y combativo, que dota a sus creaciones de una belleza inusual. Directa y escueta, absolutamente frontal, y a la vez secreta. Extraída directamente de la selva del inconsciente. De un cruce de caminos entre lo natural y lo cultural en el que acaba siempre imponiéndose el primer aspecto. Lo visceral e intuitivo frente a la lógica y lo racional. La batalla vital frente a las fobias y neurosis. La miel y la leche o la carne cruda frente al tenedor, la cuchara o los cuchillos.

Barbre nos muestra con claridad, a través de sus hombres y mujeres animalizados y el directo retrato de un pene o una vagina, que nuestra sociedad sobresexuada es, en realidad, una sociedad asexual. Casi casta. Que las políticas de género son sistemas de dominación además de manipulación y de confusión. Caos controlado orientado a destruir la fertilidad. Como la pornografía o el suicidio de Kurt Cobain. Porque la sexualidad creativa, al igual que el cine de Lynch, es, en esencia, para los estados modernos, terrorismo.

Barbre plantea, de hecho, la relación entre sexo y Estado de manera similar a la que existe entre los escritores y las Universidades. Un diálogo muy dificultoso teniendo en cuenta que los primeros son violencia y metralla para el poder. Maquinaria incontrolable como el sexo que, en caso de ser bien utilizado por la población, podría acabar destruyendo la cárcel. La jaula mental. Esa constante invitación al suicidio y a la negación del yo (debido al extremismo y los cientos de estímulos con que lo dopa, obligándolo a sobreactuar) que es la sociedad de consumo.

Tal vez por vivir en América y encontrarse en tierras donde las culturas aborígenes, los hombres jaguares y colibrí, los hombres pájaro y pantera reinaban en el territorio hace tan sólo dos o tres siglos y no milenios como en Europa, Barbre intuye que el encuentro entre el animal y el ser humano complementaba a este último. Le proporcionaba vitalidad y fuerza ancestrales. Y entiende que el futuro de la humanidad no consiste tanto en huir de nuestra animalidad sino en reencontrarla. Volver a conciliarnos con ella. Todo lo contrario de lo que ha hecho Occidente desde que Minos encerrara a un minotauro en un laberinto, tratándolo de monstruo y Teseo se convirtiera en el héroe solar del Mediterráneo. Contribuyendo al desarrollo del lado apolíneo y la racionalidad de tal modo que nos hemos convertido (metafóricamente) en castrados. Seres sin luna y noche. Toros que somos sacrificados diariamente en el ruedo de la vida.

Domesticar a los animales significa domesticar al ser humano. Eso lo sabe bien, muy bien, el poder. Encerrar a las bestias en zoos sólo lo puede hacer una sociedad con una imperiosa necesidad de regular el comportamiento humano. Deseosa de normativizarnos. Arrancarnos la fuerza vital. Y convertirnos en piezas de mercado. Liberar por ellos a los animales, significa liberarnos a nosotros mismos. Pero toda liberación implica una nueva represión. Por lo que no se trata tanto de liberar sino de recuperar. Reinyectar energía cósmica. Ritualizar el sexo y la fiesta. El mundo animal.

Los frescos lienzos de Barbre, en esencia, nos recuerdan que la naturaleza, y en ella incluyo la animalidad humana, no es perversa. Lo es la cultura porque esta última se encuentra condicionada por el poder. Shalam

 كُنْ ذكورا إذا كُنْت كذوبا

                            Incluso las torres más altas comienzan en el suelo

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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