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Un cordobés

Jun 7, 2023 | 2 Comentarios

Hace unos cuantos días murió Antonio Gala. Un escritor que causó furor en los años 80 y 90. Durante un tiempo, sus intervenciones televisivas se convirtieron para sus seguidores en una especie de misas. Gala era un excelente orador y ejercía de sacerdote para una audiencia que lo contemplaba con arrobo, cual si fuera un ángel, y escuchaba sus palabras como si transmitieran una buena nueva intelectual. Gala era un ser humano de espíritu poético al que se le escuchaba con reverencia, para deleitarse con la existencia. A veces podíamos estar de acuerdo o no con lo que decía, pero eso era lo menos importante. Lo importante era la capacidad que tenía con su verbo de embellecer el ambiente de tal forma que a veces más que contemplando la televisión parecía que nos encontrábamos justo en medio de uno de esos clásicos patios andaluces rodeados por fuentes y olivos. Antonio Gala tenía el don del verbo. Era capaz de convertir una sobremesa intrascendente en un delicioso ágape que permitía rememorar los míticos diálogos de la filosofía griega o los mantenidos por los clásicos escritores españoles del Siglo de Oro.

Había algo que me llamaba mucho la atención en Gala. Alguien que parecía derretirse por dentro cuando hablaba del amor (el gran tema de su literatura) pero se esforzaba todo lo posible por mantener las formas, ser elegante y contenido. De tal modo que, aunque en el fondo de su corazón fuera un epicúreo, daba la impresión por momentos de ser un asceta egregio o un poeta casi monástico. De hecho, seguramente en eso radicaba parte de su encanto y secreto personal. La ductilidad con la que siempre combinó los placeres de la carne con el rigor del estudio.

Saliendo de mi adolescencia, leí varios de sus libros. De entre todos ellos me quedo con El manuscrito carmesí y Charlas con Troylo. El primero era un delicioso, profundo y bien logrado retrato del último rey nazarí de Granada (Boabdil) que, a pesar de su extensión, se leía con idéntica gracilidad y arrobo con el que había sido escrito y el segundo era una compilacion de artículos aparecidos en prensa, dirigidos a su perro Troylo, en los que Gala hablaba con cierto escepticismo, amor e ironía sobre la vida cotidiana, los problemas de España y un sinfín de temas más. Tendría que releer este último libro pero creo que fue el que más me gustó porque allí aparecía el Gala más real. No el dandy, no el personaje televisivo, no el ávido autor teatral ni el esforzado novelista sino el Gala de andar por casa. Alguien con una sensibilidad sin igual pero no tan distinto de nuestros vecinos. De hecho, Gala tenía un problema. Era tan sensible que por momentos caía en lo cursi. Gala tenía que refrenarse para no caer en decenas de tópicos. Y por ello, creo que daba lo mejor de sí mismo en ámbitos más cotidianos. Porque ese era, repito, su don: su capacidad de transformar una mañana sin misterio alguno en una velada que permitía reverdecer los viejos resplandores de las experimentadas en las grandes capitales culturales a lo largo de los siglos.

Antonio Gala era puro aceite de oliva. Nació en Ciudad Real pero, en realidad, siempre fue andaluz. Cordobés para más señas. De hecho, tanto su verbo como su elocuencia y, sobre todo, su forma de ser y estar en el mundo lo emparentaban más con Lucio Anneo Séneca o García Lorca que con los místicos y reposados poetas castellanos. Algo a lo que contribuía, sin dudas, su pose egregia, casi aristocrática, y la naturalidad con la que se acercaba a la cultura. Gala escribía como si fuera un agricultor. En sus manos, la lengua era un fruto paradisíaco y no tanto un instrumento lingüístico. Gala, de hecho, convirtió cada palabra que salió de su boca en néctar y zumo. Consiguió dotar de vida su herencia cultural ancestral y ponerla en contacto con el pueblo sin necesidad ni de adulterarla ni de corromperla. Fluyendo junto a ella y sus lectores como quien navega lentamente por un mar en calma y se permite disfrutar tanto de los paisajes naturales como del sol, los astros y las sempiternas reflexiones que todos ellos han originado a lo largo de los siglos.

Antonio Gala murió anciano, con 92 años, e intuyo que lo hizo en paz. Por eso su muerte deja un aroma de tranquilidad y no evoca tragedia alguna. Sin embargo, su muerte sí que pone muy claramente en evidencia la distopía en la que se ha convertido actualmente la televisión española. Hoy en día, creo que sería casi imposible que personas de su cariz aparecieran en horarios de máxima audiencia. De hecho, imaginar a alguien como él en una televisión actual es casi un anacoluto. Casi seguro, sería considerado prácticamente un marciano. La mitad no lo entendería y la otra mitad se reiría de él. Más que nada porque quienes podrían escucharlo y comprenderlo hace mucho que desertaron por hastío e incomodidad de la pantalla chica. Lo peor de la aparición de programas como Tómbola, Supervivientes o Gran Hermano no es tan sólo aquello que evidenciaban (la destrucción cultural, el nihilismo total) y que contribuían a reproducir sino el que convirtieran a valiosos escritores como Antonio Gala en viejos fósiles cuya voz lamentablemente no importaba a nadie. Shalam

من لا يحب يكون دائمًاعلى حق: إنه الشيءالوحيد الذي لديه.

El que no ama siempre tiene razón: es lo único que tiene.

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen….quien es mas «arrobo» la puerta de siglos pasados o el poeta gala?…..
    2imagen….las piezas colgadas en la pared son anacolutos de dentro a fuera….de fuera a dentro……sonrisa…..
    3imagen….cotidiano vs personaje……(necesario)…..(salvador dali)
    PD…..https://www.youtube.com/watch?v=ISm_lWMAzUk….gran cachondo….bromista….jajajj….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Hacía muchísitmo tiempo que no escuchaba a alguien decir lo de «»arrobo»»». Aquí todo transmite alegría y sabiduría. El fotógrafo contento. 2) Gala aquí con un aire al pintor Antonio López. «Acuarela va, acuarela viene». Canción flamenca. 3) Un chico guapo, joven y sensible, como su perro. Así lo denominaría alguien en un sketch de Martes y Trece. PD: muy divertidas todas sus entrevistas con El loco de la colina. Carismáticas, entrañables y jocosas.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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