Hay obras que son tormentas. La serie de la HBO, Deadwood, era una de ellas. Y es por tanto natural que la película con la que ha regresado más de una década después de su cierre en falso tras la tercera temporada, finalice con una escena atronadora. Un sucio rayo que define el alma humana con la misma intensidad que una frase de William Shakespeare, el flujo de memoria en las novelas de William Faulkner o varios disparos de revólver en medio del desierto.
Trixie, la más despierta prostituta del burdel que regentaba Al Swearengen, al ver sufriendo a su viejo jefe y compañero de correrías, comienza a rezar el padre nuestro. Pero únicamente le da tiempo a pronunciar la primera estrofa puesto que es interrumpida por Al que, aquejado de una enfermedad, envejecido y ya hastiado de los coléricos acontecimientos de los que ha participado y sido testigo, pronuncia una frase para la historia: «Deja a ese cabrón que siga allí arriba».
Creo que no existe una mejor manera de concluir este furioso blues sobre el purgatorio americano plagado de personajes cainitas. De traiciones y emboscadas. Esta balada de fuego e ira en la que América es descrita como una tierra de nadie. Un infierno solitario en el que las bendiciones se pronuncian con escupitajos de sangre y una bala en pecho enemigo. Un territorio de vileza y codicia donde sólo sobreviven los fuertes y los crueles al que dios ni siquiera se atreve a mirar de costado y es, sí, lo más parecido a un sucio canalla. A un cabrón. Un reflejo de los habitantes de ese mísero poblado donde el oro es parecido al cólera y la ley a la guerra. Shalam
بدون طموح ، يصبح الذكاء بدون طموح ، يصبح الذكاء
Sin ambición, la inteligencia se convierte en un pájaro sin alas
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