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Vicio propio

Ene 13, 2017 | 0 Comentarios

No es Vicio propio, desde luego, la mejor novela de Pynchon pero, sin dudas, posee momentos memorables. Esos pasajes que únicamente se pueden encontrar en sus textos. En Al límite, por ejemplo, casi inadvertidamente, se realizaba una analogía entre la Deep Web (la red Internet oculta a los buscadores habituales, pasto común de hackers y navegadores avezados) y el inframundo maya: el mundo de los muertos. Pasaba aparentemente desapercibida pero, ciertamente, esa comparación en medio de la trama conspiranoica del 11-S, ofrecía una interpretación mítica, casi mística y sumamente sugerente de una novela en la que Pynchon parecía parodiar los best-seller clásicos y la literatura de aeropuerto además de pegar un bombazo en la línea de flotación de las webs y blogs anti-sistema. Pues, de alguna forma, se puede visualizar la Deep Web como una especie de purgatorio real no exento de cierto halo fantasmagórico y peligroso. Una especie de pórtico a la cuarta dimensión en la que los vínculos y diferencias entre lo existente y no existente se diluyen completamente, al igual que entre la vida y la muerte y lo bueno y lo malo.

En fin, todo lector familiarizado con Pynchon sabe lo que puede esperar al adentrarse en uno de sus textos: un paseo por una playa literaria llena de continuos montículos de arena, espejismos, barro, niebla y ondas de viento. Un sinfín de psicodélicas frases que parecen plastilina y se doblan una y otra vez. En cierto modo, Pynchon nos obliga a surfear cuando leemos sus libros. Cabalgar sobre párrafos que parecen olas y nadar en zig zag sobre innumerables oscilaciones y ondulaciones acuáticas. Por lo que era lógico que, antes o después, centrara una de sus novelas en la era Surf. Y la combinara con el fin del hippismo, los asesinatos de la familia Manson y los modos de la novela negra. 

el_sue-o_hippie_de_thomas_pynchon-destacadoVicio propio es una psicotrópica -¿podía ser de otro modo?- lectura de la novela policíaca. Un sueño eterno de la era posmoderna. Una novela construida como un artefacto pop. Un delirio autoreferencial. Una especie de resaca del Pet Sounds. Un cocktail de marihuana y LSD en trance de ser sustituido por uno de cocaína y whisky. Un testimonio alucinado de cómo tanto el hippismo como Woodstock o el consumo masivo de drogas fueron promovidos por el Gobierno. Una esquizoide narración, en definitiva, que muestra sin incidir en ello en ningún momento, cómo la supuesta libertad de cientos de jóvenes era, en realidad, buscada por el Poder tanto para hacer fortuna con el contrabando de droga como para desarrollar el armamento militar y colonizar terrenos sagrados o desiertos donde instalar nuevas urbanizaciones.

Pynchon visualiza a las hordas hippies como peces a los que se les hubiera cambiado de un acuario más pequeño a otro más grande. Como convictos alegres al comprobar que el patio de la cárcel se ha ensanchado, algunas puertas se encuentran abiertas y sus guardianes les han dejado preparados unos cuantos cigarrillos de marihuana, incapaces de preguntarse por qué sucede esto o de relacionar el hilo que une todos esos acontecimientos y encontrar una explicación.

En realidad, yo leo Vicio propio así. Como una confusa investigación que no va ni puede ir a ninguna parte. No sólo porque las corporaciones y el Gobierno son lo suficientemente hábiles para metamorfosearse y enmascararse de múltiples maneras sino porque el detective protagonista, el lisérgico Doc Sportello, debería investigarse a sí mismo para tener éxito. Debería, sí, intentar comprender por qué fuma tanto, cree en el amor libre o escucha lo que escucha.

inherent-vice-wallpapers-1024x576No obstante y, a pesar de sus momentos de genialidad excéntrica, Vicio propio es más una deuda, un homenaje personal a una época o un divertimento que una obra cumbre. Y si quería llamar hoy la atención sobre esta novela (que sufrió por cierto una soporífera, contra pronóstico, adaptación de Paul Thomas Anderson) es por una de esas alucinantes comparaciones y metáforas que, como dije al principio, suelen aparecer en sus textos y dan sentido al tiempo invertido en leerlos.

Me refiero concretamente a las alusiones que realiza Doc Sportello en medio de un viaje en ácido en el que se ve a sí mismo y a los bañistas que disfrutan de las paradisíacas playas de L.A. como refugiados, supervivientes de la catástrofe que terminó con el hundimiento de Lemuria miles de años atrás.

Esas incisivas reflexiones sobre aquella tierra desaparecida, la Atlántida o a esa misteriosa zona donde rompen olas en medio del océano más profundo son, en mi opinión, un monumento. Una muestra, al fin y al cabo, de que si Pynchon es un profeta moderno es porque, ante todo, es un visionario, eremita místico. Shalam

إِذَا طَالَتِ الطَّرِيقُ كَثُرَ الْكَذِبُ

La ignorancia está más cerca de la verdad que los prejuicios

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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