Los Vengadores, la serie de televisión británica de los años 60, era una prueba de que el pop es, ante todo, estética. La búsqueda de un estado de ánimo ideal. De seguridad y confort.
Los diálogos eran realmente notables. Se encontraban llenos de gotas del chispeante humor inglés y golpes de genio. Por otra parte, sus guiones estaban ciertamente trabajados. Y en el mejor de los casos, eran una deliciosa mezcla entre una historia de Conan Doyle y de Ian Fleming o al menos, permitían rememorar a esos maestros y determinados hitos de la novela de espías europea. Y sin dudas, la música, era realmente sugestiva. Puro jazz orquestal con ciertos tonos minimalistas que recordaba en ciertos momentos a las sinfonías de colores de Henry Mancini. Pero sin embargo, lo que al menos a mí me ha quedado en el recuerdo no es tanto un argumento u otro sino los trajes de sus protagonistas. Sus sonrisas. Sus peinados. La elegancia con la que practicaban esgrima, caminaban, dialogaban y montaban a caballo además de, por supuesto, los míticos sombreros de John Steed (Patrick Mcnee). Porque Los Vengadores era pop. Y el pop es, repito, ante todo, estética. La necesidad de eternizar lo contemporáneo. Conseguir la píldora de la felicidad y la eterna juventud. Glamour sofisticado.
Los Vengadores era una serie frívola porque era pop. Y fue, a su manera, una serie visionaria porque mostró con total claridad las características del estilo: arte momentáneo e instantáneo que evita las tragedias. Desea fascinar más que hacer meditar. Prefiere una reflexión irónica a una catarsis o una cita aguda a una meditación. Y no busca tanto transformar sino entretener. Porque su deseo oculto es convertir lo cotidiano en trascendente. Dar consistencia al ocio y hacer de la realidad, algo bello. Razón por la que no es tan necesario analizar su contenido sino sus influencias. Las referencias culturales que maneja o en el caso de Los Vengadores, los trajes que vestían los actores o los automóviles en los que se montaban. Pues es lo accesorio -en el caso del pop- el elemento central de las obras. Shalam
إِنَّ الطُّيُورَ عَلَي أَشْكَالِهَا تَقَعُ
Hombres ilustres tienen por tumba la tierra eterna
Dos de las ideas más perturbadoras concebidas a lo largo de la historia son la del doble y la del clon. El ser idéntico a nosotros y el engendrado a...
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