A principios de los años 80, V fue una bomba. Una explosión catódica que dejó sin habla a la juventud de medio mundo. Tal vez porque nunca se había contemplado una invasión alienígena con tanto realismo y meticulosidad y porque muy pocos de los que tuvieron la oportunidad de ver el primer capítulo estaban preparados para lo que vendría a continuación: una película hiperrealista de ciencia ficción. Tanto que el formato televisivo no la perjudicaba sino que aumentaba las sensaciones de inquietud y terror que transmitía. De hecho, estoy convencido de que si hubiera sido emitida originalmente en una pantalla de cine gran parte de los efectos que produjo se hubieran perdido. Más que nada porque el desembarco galáctico que veíamos realizarse desde decenas de salones de medio mundo se correspondía con el que observábamos en nuestra propia sala de estar. Y porque la televisión humanizaba y ofrecía una dimensión real y creíble a la parafernalia espectacular de las primeras escenas.
Creo que la grandeza de V radicaba en que fue la primera vez que contemplamos con tanta claridad y normalidad a unos extraterrestres y a que su llegada remitía tanto a muchas de las imágenes de las tropas nazis como las de la Rusia comunista grabadas en nuestro subconsciente. Algo que teñía de familiaridad y marcialidad el advenimiento de un ejército que parecía tanto más aterrador cuanto más amigable se mostraba. Y en este sentido, ejercía casi de metáfora de esa manipulación capitalista «amable» en sus formas pero dura y rígida en el fondo que se estaba comenzando a implantar en medio Occidente.
Desde luego, V se benefició del miedo a que la guerra fría terminara con un accidente nuclear o un acontecimiento aterrador. Pero también de presentar una de las más crueles y truculentas villanas vistas jamás: Diana. Una mezcla entre una malvada madastra de cuento romántico, una cínica y frívola serpiente y una mala de vodevil clásico. Una arpía maquiavélica que se robaba todas las escenas con tan sólo arquear las cejas, imponía idéntico respeto a sus subalternos y semejantes que Darth Vader en Star Wars y además protagonizó la escena más célebre de la serie: su voraz ingesta de una rata. Una secuencia tan efectista como avasalladora que produjo un auténtico terremoto en la televisión de la época sólo comparable a la muerte de JR en Dallas o la de Chanquete en Verano azul provocando que decenas de miles de niños se lanzaran a coleccionar cualquier objeto relacionado con esta excitante producción.
No obstante, V no iba sobrada de calidad. Las seis horas originales dirigidas por Kenneth Johnson sí que poseían cierto carisma pero en el momento en que el chiste se alargó y, por mor del éxito, se empezaron a agregar episodios y episodios, la serie perdió la mayor parte de su interés. Como en tantas ocasiones, por tanto, la obra murió de éxito. Ciertamente, la idea primera era mucho más tétrica e interesante pues la producción terminaba de forma oscura. Con los alienígenas controlando prácticamente todo el planeta y la mayoría de los focos de resistencia desactivados. Una idea mucho más equilibrada, apropiada y cercana a las sensaciones de desasosiego que los primeros capítulos transmitían. Las cuales, a medida que se exprimía la gallina de los huevos de oro y los argumentos se repetían y caían en los lugares comunes, pasaron a ser un tanto tediosas.
Obviamente, el tema de los lagartos daría para unos cuantos averías con la que ha caído dentro del ámbito de la conspiranoia en los últimos años. No ha faltado quien ha leído la serie como una anunciación del Nuevo Orden Mundial o como un desenmascaramiento de los seres reptilianos que en realidad nos dominan y por supuesto han encontrado todo tipo de símbolos para reforzar sus teorías y el significado oculto de la obra. Aunque yo más bien creo que V es un mero entretenimiento adulto. Una obra en principio sugerente y misteriosa que finalmente no pudo ir más allá de lo que inicialmente prometía tanto por el talento de sus creadores como por las limitaciones de la televisión de los 80. Un formato que buscaba desesperadamente las audiencias y ese espectador medio al que posteriormente Davis Simon y otros cuantos genios comenzaron a dejar de lado para buscar la excelencia. Lo que provocó que la atención de los guionistas se centrara en los humanos y sus medios de resistencia y no tanto en lo verdaderamente interesante del producto: los invasores. Las costumbres de los alienígenas, su alianza simbólica y subyugante con el Mal y sus formas y medios de manipular tan cercanos a los de los regímenes autoritarios tipo 1984 o a los de nuestros gobernantes actuales. La habilidosa manera con la que convertían el planeta en un campo de concentración y lo disfrazaban de feliz centro de consumo. Shalam
المشاكل التي يتخبط فيها
Poner el remedio junto al agujero nunca es la mejor solución
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