Si algo queda claro después de leer Pensar lo que más les duele, el libro de Adriano Erriguel del que hablé ayer en Avería, es que mayo del 68 fue, en gran medida, el momento en el que La Internacional se convirtió en un himno pop. O al menos, fue el momento en que pudo convertirse en canción televisable y futuro himno de comerciales de vaqueros dirigidos a la clase obrera. Mayo del 68 fue posiblemente la primera gran performance posmoderna a gran escala. Una ejemplificación perfecta de las teorías de alguien que ha sido, por lo general, dejado de lado en esta fiesta pero que, de algún modo, aunque fuera involuntariamente, la retrató en su ya clásico La sociedad del espectáculo: Guy Debord.

En gran medida, el libro de Debord venía a decirnos no ya que todo es espectáculo sino que, como mismamente podría afirmar Baudrillard, todo es performance. Digamos que tanto Debord como Baudrillard tenían razón. Todo es espectáculo y todo es representación vacía. Todo es espectáculo fantasma y celebración de la existencia de ese mismo espectáculo.

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De la lectura del libro de Erriguel también he sacado en conclusión (ya sea por alusiones o simplemente por seguir el ritmo de mis propios pensamientos) que Deleuze y Guattari probablemente hubieran sido mejores novelistas que lo que fueron como filósofos. Y que conste que no digo esto atacándolos sino porque su imaginación y mente iba más rápida que la propia realidad hasta el punto de que a veces parecían inventársela. (No digo que lo hicieran). Y es factible, perfectamente factible, imaginarlos trabajando a dúo en una novela de viajes. Tal vez la Universidad, el prestigio, el cuantioso sueldo mensual mató al par de creadores que podían haber sido.

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La célebre desterritorialización descrita por Deleuze por cierto no asoma ahora tan sólo como una guía para inquietos nómadas del siglo XXI sino como una lúcida y aguda descripción de los procesos a los que aboca el neoliberalismo a ciertas culturas colonizadas por Occidente y a gran parte de los ciudadanos occidentales convertidos en judíos errantes por mor de los incontenibles avances de la técnica y de la ciencia. Errantes sin la culpa del errante y, por tanto, desmemoriados y divertidos. Olvidadizos. Consumidores ávidos de experiencias. Turistas algunos, hippies otros, hombres de negocios algunos, acaso también hombres de cultura. Todos, en suma, al servicio del mercado, de las nuevas modas y pautas de comportamiento. La desterrorialización no es en el fondo más que una guía de supervivencia y comportamiento en tiempos de liberalismo salvaje. La descripción de un proceso inevitable provocado más por impulso de la economía que de la cultura.

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Michel Foucault, por otra parte, se me aparece, tras leer el libro de Erriguel, no tanto como alguien que exigía, con razón, quitar la culpa y la vigilancia de los actos sexuales. Foucault quería que los occidentales folláramos sin culpa, sin iglesia y sin Estado. Quería, sí, que folláramos pero también quería que no tuviéramos hijos. Foucault estaba fascinado por la sexualidad. No por la natalidad. No por la maternidad.

Foucault es el profeta del BDSM. Quería que el sexo reprodujera las posiciones de dominio y sumisión sociales para que la sociedad fuera libre. El sexo como representación política, metáfora de los conflictos sociales. Foucault quería llevar la represión al sexo y liberarla no tanto para exorcizar demonios sino deseos, conflictos. Pero, como resultado de sus reflexiones, creo que aparecía un hombre más parecido al unidimensional de Marcuse que a uno libre y responsable. Yo al menos no atisbo uno normal y corriente con sus defectos y vicios.

Ok, sí, es cierto que la normalidad no está en los defectos y vicios pero sin estos, no sé si es posible follar o convivir. Uno de los grandes problemas de la sociedad actual radica precisamente en la sobrevaloración del físico. Follar se folla mejor con cuerpos vivos, mentes despiertas, con recuerdos íntimos, que con físicos perfectos.

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Adorno, por otra parte, se me antoja alguien muy controlador. Un precursor de las censuras del Siglo XXI. Adorno detestaba el panóptico nazi. Pero no tanto la idea del panóptico. Creo que, en el fondo, le atraía. Puedo imaginarlo perfectamente ayudando a diseñar un panóptico de la felicidad. Un panóptico en el que se controle a todos los ciudadanos para que consuman productos apropiados, para que sean ecológicos, reciclen basura en los contenedores designados a tal efecto y para que no digan tacos. Puedo imaginar a Adorno controlando un panótico desde el que vela porque los ciudadanos no perdamos el control, seamos amistosos, cultivemos una ética de la paz, consumamos correctamente lo que es correcto. ¡Una abominación en definitiva como todas las utopías!

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Por último, la lectura del libro de Erriguel, me ha hecho acordarme de Miguel  Brieva. Probablemente el mayor genio del cómic español actual. Tal vez también europeo. El señor que con más ironía, ingenio y rigor ha diseccionado la sociedad de hoy no sé si únicamente en el cómic. Probablemente también en las artes.

Brieva es tan, tan grande que en cinco o seis viñetas dice más verdades que libros enteros. Te hace comprender a la primera lo que decenas de articulistas y ensayistas se exprimen los sesos diariamente para explicarnos y, al mismo tiempo, nos saca una sonrisa. Helada, sí, pero sonrisa al fin y al cabo. Shalam

العدالة العسكرية هي للعدالة مثل الموسيقى العسكرية للموسيقى

La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música