Es difícil que un pequeño ensayo haya sido más citado en nuestra cultura durante las últimas décadas. Me refiero, claro, a Kafka y sus precursores. Un texto en el que Borges expone varios ejemplos de cómo la influencia que ejerce la obra de un autor mayor como el checo llega en ocasiones a ser tan grande que puede hacer que detectemos su rastro en escritores anteriores que obviamente no lo conocieron. Entre otros, el sabio argentino citaba a Léon Bloy, Lord Dunsany o Zenón. Padres de El proceso o El castillo sin saberlo.
Yo hoy deseo incluir otro nombre a esa lista. Me refiero a Esquilo. Leo la siguiente anécdota en Las Memorias de ultratumba de Chateaubriand e inmediatamente, me acuerdo de varias de las parábolas de Kafka: «Un esclavo, en el Agamenón de Esquilo, hace de centinela en lo alto del palacio de Argos; sus ojos tratan de descubrir la señal convenida del regreso de las naves; canta para amenizar sus vigilias, pero las horas pasan y los astros se ponen, y la antorcha no brilla. Cuando, tras mucho tiempo, su luz tardía aparece sobre las olas, el esclavo está ya encorvado por el peso de los años; no le queda sino recoger desdichas, y el coro le dice «que un anciano es una sombra errante a plena luz del día». Shalam
0 comentarios