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Tirano

Sep 23, 2017 | 0 Comentarios

El sueño húmedo del tirano no es la libertad e independencia de Cataluña. El tirano es un sádico de manual. Un hombre mediocre que lubrica cuando escucha hablar de emperadores romanos como Heliogábalo y Calígula.

Lo que excitaría al tirano sería hacer oídos sordos, día tras día y un año tras otro, a las peticiones de los catalanes españolistas de hacer un referéndum para volver a integrarse en España. Lo que desearía el tirano sería ser el guardián del establo. Ser él y no el presidente quien dijera que no a un referéndum. Porque lo único que le importa es el poder, tiene como corazón una caja fuerte llena de dinero y como la mayoría de gobernantes, es capaz de retorcer la realidad hasta donde haga falta para hacerla coincidir con su versión.

El tirano se vería muy bien junto al presidente en una nueva versión de Saló. Si Pasolini regresara de su tumba estoy seguro que pensaría en él para ofrecerle un papel entre los sádicos, manipuladores y torturadores que juegan con las ilusiones de los jóvenes y mancillan su cuerpo entre ingestiones de vino en su cruenta obra.

El tirano no tiene más proyecto que su propia entronización. La destrucción de España para convertirse en rey de un feudo. El tirano tiene una visión medieval de la política y la nación española. Desearía que no hubiera existido el Renacimiento nunca. Que España nunca hubiera sido nación y estos últimos cinco siglos fueran una ilusión pues, de ser así, (dadas sus altas dosis de inteligencia para la conspiración) probablemente sería el señor absoluto de su región. Uno de esos que se alimenta diariamente con platos suculentos de pavo, codorniz, alce y buey, caga en cuartos de baño decorados con grabados de faisanes enmarcados en oro, se beneficia de las mujeres de sus siervos y cuando su reino está amenazado, impreca con ojos ensangrentados a sus guerreros a que lo defiendan a él y a su cohorte de vástagos.

El tirano no es nacionalista. Al tirano se la refanfinflan los símbolos patrios. El tirano es un estatalista que utiliza el nacionalismo y se sirve del nacionalismo e inventa nacionalismos y cultiva los nacionalismos (también el español) para alcanzar el poder. Algo lógico porque si nos ajustamos con la realidad histórica del territorio que intenta controlar a lo más que aspiraría es a ser regionalista. Un buen amo de su castillo y punto. Un conde que cuando caga recibe vítores de sus bufones y sólo guarda dignidad cuando debe reunirse con otros nobles y comer pan con tomate, tapas de escalivada y butifarras con mongetes mientras disfruta de una deliciosa y medida copa de moscatel o cava.

El tirano es lógicamente un hombre maquiavélico. No tiene creencias sino objetivos puesto que cada persona que conoce es un medio para conseguir sus fines. Al tirano se le llena la boca con la palabra libertad y democracia pero, repito, como realmente disfruta es negando derechos a sus ciudadanos («ese eufemismo que utiliza para no decir la palabra correcta: siervos») y ejerciendo el poder absoluto. Desobedeciendo leyes que había prometido jurar e imponiendo las que considera que le benefician.

El tirano es capaz de todo porque tiene tan poca valía personal y tan escasos méritos individuales que necesita ser reverenciado constantemente para no destrozarse a sí mismo. En realidad, tiene un enorme complejo de inferioridad que disfraza reivindicando su nombre y «reino» por encima de los restantes. Y por ello, está atento a cualquier suceso que pueda beneficiarle y arrojar peste sobre los demás. Nada desearía (ni le beneficiaría) más, por ejemplo, en determinados momentos que sus enemigos dispararan y le dieran en bandeja una víctima. Un muerto. El secreto motivo porque actúa muchas veces como un provocador irreverente y resulta tan fácil observarlo con gesto serio cantando un himno libertario en catalán como en mangas de camisa haciendo un «calculado» desaire a los símbolos de su nación que lo quiera o no es España.

El tirano es una «involución» histórica, una figura fantasmagórica y ridícula pero tremendamente peligrosa originada probablemente porque en España nunca ha existido una democracia real. Sólo ha habido consenso y oportunismo. Pactos que eran huidas hacia adelante. Negaciones (o falsificaciones) de la realidad. Y ni existe una separación real de poderes ni el poder está en manos de los ciudadanos. Al contrario, lo está en la de los partidos. Una partitocracia cobarde y manipuladora que sólo teme (y respeta) a los poderes económicos y que, ahora mismo, está llevando a cabo un pulso entre sí no con el fin de conquistar la libertad de su «pueblo» sino por el privilegio de gozar (ella) de más poder y dinero. De conseguir hacer de Cataluña su banco particular (en el caso de la catalana) y de poder seguir disfrutando de sus insanos priveligios (en el caso de la española). Razón por la que me carcajeo cada vez que alguien menciona la palabra democracia o el sempiterno derecho a decidir al abordar la cuestión catalana pero cuando alguien habla de tiranía y derecho a la avaricia y a la codicia le presto atención. Básicamente, porque no se trata más que de esto: «de que la pela es la pela y el culo es el culo». Pero en la sociedad de la posverdad prácticamente nadie se atreve a decirlo. Shalam

                                           ذَا أَرَادَ اللَّهُ هَلاَكَ النَّمْلَةِ أَنْبَتَ لَهَا جَنَاحَيْنِ 

Las puertas sólo se abren para quien gira la manilla

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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